Hay por lo menos dos formas de ver las cosas: una, como una serie de acontecimientos en el tiempo; otra, como parte de un proceso. Y es que existe cierto consenso en que la salida abrupta del ejército de los Estados Unidos de Afganistán significó un nuevo fracaso militar, comparado incluso con la guerra de Vietnam, lo cual me parece muy exagerado, si se toman como referencia solamente las impactantes imágenes de ese avión militar sobrecargado de pasajeros, que fueron cayendo uno a uno, mientras el aeroplano levantaba el vuelo, en medio de una muchedumbre.
En contraposición, este hecho puede verse también como parte de un proceso, más complejo que las imágenes, que comenzó con el ataque y la caída de las torres gemelas en 2001, que dio pie a una reacción violenta por parte de EU, y el inicio de las llamadas guerras preventivas o del terror, con el objetivo de enfrentar y derrotar al terrorismo. De ahí que la principal causa de estas guerras fuera la captura de Osama Bin Laden -líder de Al Qaeda-, a quien se identificó no sólo como el causante de los ataques, sino como el enemigo número 1 de EU.
En mi opinión, la salida de Afganistán no debe entenderse como un fracaso, cuando EU había anunciado meses antes su retirada -con fecha exacta-, como parte de una estrategia político – militar que buscaba concluir, de una vez por todas, la etapa de las guerras preventivas puestas en boga por George Bush, a principios del siglo XXI.
Durante ese lapso, EU invadió Afganistán en 2001; invadió Irak en 2003 y destronó a su presidente, bajo la justificación de liberar a Kuwait, que a su vez había sido invadido por Irak; capturó y asesinó a Osama Bin Laden en 2011; y desarticuló a los grupos más importantes del terrorismo, comenzando por Al Qaeda, por lo que su misión debió terminar ahí. No obstante, ni el propio Obama, ni mucho menos Trump tomaron la decisión, por lo que la responsabilidad recayó en un presidente que odia la guerra y privilegia el diálogo.
Quizá lo criticable hayan sido las formas en que se dio la salida de Kabul, de manera apresurada, desordenada y fuera de toda lógica militar, que estoy seguro obedeció tanto a la voluntad de Biden por no arriesgar más vidas de sus soldados -aunque al final murieron 13 más-, como al plazo establecido para cumplir su promesa, pero, sobre todo, a la traición del auto depuesto presidente de Afganistán y las fuerzas de seguridad, que prefirieron abandonar el país antes que enfrentar a los talibán, lo que permitió a ese grupo avanzar sin freno hacia la capital del país y tomarla antes de los cálculos iniciales. Entonces, la salida se convirtió en huida ante el riesgo de enfrentamientos y más muertes.
Más allá de las fuertes críticas internas y la confusión de sus aliados internacionales, el daño hasta ahora ha pegado directamente en la popularidad de Biden, la cual bajó a 43%, la más baja en estos 9 meses de gobierno y, con ello, el riesgo potencial de perder las elecciones intermedias del próximo año. Sin embargo, los costos de esta guerra -para ser justos- tendrían que repartirse entre los gobiernos del propio Bush, por iniciar esta cruzada; Obama, por no tomar acción luego de la caída de Osama Bin Laden en 2011; y Trump, por transferir la responsabilidad a su sucesor.
Como parte del control de daños, Biden se está presentando como el hombre que tomó la decisión -luego de 20 años y 3 gobiernos vacilantes-, amparado en dos nuevos valores de la sociedad estadounidense: uno, la tendencia de las mayorías en contra de la guerra; dos, las preferencias sobre un líder valiente, incluso en las derrotas, que un presidente débil en las victorias. Y por valiente me refiero a alguien que toma decisiones trascendentales como ésta y no un bravucón estilo Trump.
De esta forma, me parece que la narrativa utilizada por Biden ha sido la acertada para convencer a sus ciudadanos -por lo menos a la población demócrata- de que ese país no puede ni debe seguir inventando y participando en guerras interminables, que sólo han provocado la muerte de miles de soldados, gastos billonarios y graves descuidos sobre otras agendas y escenarios, donde verdaderamente se está poniendo en riesgo su poderío y liderazgo mundial: por ejemplo, las disputas por los mercados globales ante el surgimiento de nuevas potencias, tales como China, que abiertamente están desafiado a EU, no solamente en el ámbito económico, sino político.
En el fondo, Biden reconoce este hecho y, por ello, ha preferido enfocarse en este nuevo reto, que seguir con la inercia de las guerras preventivas, que en su visión ya no son necesarias, toda vez que el terrorismo se ha debilitado al mínimo, mientras que las batallas se han trasladado al área de la ciberseguridad y al ámbito de los mercados. En ese sentido, la salida de Kabul no sólo cierra ese ciclo, sino -de alguna manera- las heridas abiertas por las víctimas de Nueva York al haber cumplido con los objetivos principales de la misión.
Sin embargo, para enfrentar este nuevo desafío, Biden deberá tomar otra importante decisión, ésta de carácter interno: hacer el último intento de reconciliación con los republicanos a fin de fortalecer la unidad y su liderazgo internacional o bien, romper con ellos ante la postura intransigente en el congreso, que han impedido avanzar en una agenda bipartidista, al tiempo que han paralizado casi por completo los trabajos del legislativo.
De preferir esta segunda opción, los demócratas deberán desaparecer la figura del filibuster en el senado, que impide tomar decisiones y resoluciones por mayoría simple, que abriría el camino para muchas de las propuestas atoradas en esa cámara, a fin de que el congreso avance sin los republicanos. No es lo deseable para una democracia, pero ante una oposición que todavía cree que las elecciones de 2020 le fueron robadas y que mantiene como rehén una agenda y proyectos de gran importancia, es mejor buscar otras alternativas, también democráticas.
20 años después de esas terroríficas imágenes de las torres gemelas, EU ha decidido terminar con la etapa de las guerras preventivas, luego de haber cumplido con su misión, no exenta de críticas, excesos y violación de derechos humanos, pero satisfecho de los resultados. Ahora tiene que enfrentar otra guerra, esta vez política y comercial con China y otros que abiertamente lo están desafiando.
La ruta del terror Nueva York – Kabul se ha cancelado. En su lugar, se abre una nueva ruta comercial, Washington – Beijín, con escalas en Europa, Asia, Oceanía y -quizá- Medio Oriente y América Latina, en una guerra comercial en busca de la supremacía por los mercados y una nueva geopolítica.
Mario Alberto Puga
Politólogo y exdiplomático.