Tanto primates como pancracios han dado otro paso seguro hacia su extinción por la forma tan burda en que, una vez más, mostraron su bajeza y deshonestidad que ha caracterizado a su clase, desde que decidieron unirse, contrariando todas las leyes de la naturaleza y del hombre -incluso- al final del siglo pasado. El fraude, la corrupción y la complicidad han sido su principal alimento desde 1988, cuando unieron sus vidas y crearon la figura del PRIAN, primero, de manera discreta y disfrazada de alternancia; luego, de forma abierta y vergonzosa para defender un régimen de privilegios y prebendas, en lo que cada cosa tenía un precio, hasta que se les apareció su karma en 2018.

Me refiero concretamente al reciente desliz entre primates y pancracios, donde quedaron al descubierto los detalles del vergonzoso pacto político entre ambas especies, donde se repartieron todo lo posible e imposible en el estado de Coahuila -tierra de don Venustiano Carranza, quien ya los hubiera fusilado por traidores a la causa, si viviera-, que demuestra su naturaleza. Hasta su supuesta candidata presidencial prefirió deslindarse del hecho, como si no fuera ya parte del mismo monstruo de dos cabezas.

Por si no fuera suficiente, el pancracio mayor Markus -en un impulso animal- decide confesar y poner en evidencia al primate jefe Alitus, al dar a conocer todas las trastadas que ambos pretendían llevar a cabo, luego que este último decidió traicionar -por los de King Kong- a su alumno y aliado más destacado, pero ingenuo. Total, una traición más en el reino animal no cambiará su destino maldito.

No obstante el cochinero, la prensa salvaje busca formas de esconder el comportamiento del pancracio mayor, quien en una visión muy limitada de la honestidad, confunde el verbo delatar con justificar, que aprovechan sus voceros para salpicar lodo por doquier, a fin de que todo el reino animal aparezca manchado, sin diferenciar a cada especie, en una formula ya muy desgastada de desvirtuar la verdad.

Y es que, si las elecciones fueran hoy, la nueva especie de morenus ganaría no sólo la presidencia, sino 6 de las 9 gubernaturas en juego-incluyendo la CDMX-, así como, probablemente, la mayoría calificada en el congreso de la república, si logra convencer a una buena parte de los indecisos a votar por el color guinda de su naturaleza. Si fuera el caso, el PRIAN estaría viviendo sus últimos momentos en esta era amliana -y pronto, claudiana-, no sólo como alianza política, sino como oposición, categoría que tampoco pudo cumplir, pues lo suyo, lo suyo, es la rapiña y no la construcción de un nuevo reino.

Si bien, la etapa prianista (1988 – 2018) sirvió únicamente para alargar los últimos años de un régimen totalmente en descomposición, su cantado final fue aprovechado para que un pequeño grupo de neoliberales pusieran en práctica todas sus teorías, que dieron al traste -teóricamente- con el estado benefactor y sus principales áreas estratégicas (petróleo, electricidad y agua), cuyos procesos de rescate han sido tareas fundamentales del gobierno morenista, quien también devolvió al estado su esencia benefactora.

Lo que no pudo hacer un PRI en su crisis existencial, ni un PAN soberbio y en el poder, así como un PRIAN corrupto a más no poder, lo está haciendo AMLO y MORENA en estos primeros años de transformación: la construcción de un nuevo proyecto de nación, el rescate del estado y su rectoría, así como de las instituciones estratégicas ya mencionadas. Y no, no se trata de volver al pasado, sino retomar la historia, truncada por el neoliberalismo, en un alarde de triunfo mercantil y global, que pretendió rematar sus existencias al mejor postor.

Así que primates y pancracios tampoco pudieron ser oposición; prefirieron enfrentar y retar a AMLO de todas las formas posibles, apoyados por medios de comunicación y críticos sin darse tiempo a reflexionar la pérdida del poder, la mayoría política y social, así como del discurso y la narrativa histórica de este país. Totalmente derrotados no han hecho más que defender lo que queda de una sociedad clasista, primero, atrincherados en un INE elitista, luego en el INAI de cristal y ahora en la tremenda Corte Suprema de Justicia, cuya primera y fundamental misión es defender, no a los mexicanos, sino su estratosférico salario, prestaciones y prebendas.

La traición está en sus genes, tanto, que no pudieron evitarla ni siquiera entre ellos. Los primates no pudieron evolucionar más, pues llegaron al límite de su especie, incluso con un dedo pulgar oponible a los demás en señal de retroceso; mientras que los pancracios (pan = todo; Kratos = poder o fuerza) convirtieron la política en un combate gímnico de origen griego, donde la zancadilla y los puntapiés son lícitos para derribar y vencer al contrario, sacrificando así sus principios y valores en aras de una fuerza efímera.

Por ello, me parece que el PRIAN -independientemente de los resultados en la elección del 2024-, vive sus últimos momentos de vida, no sólo por sus múltiples deslices o falta de ideas o una nueva narrativa para reconstruirse; ni siquiera por la traición y corrupción como sello; sino fundamentalmente, por la incapacidad de sus dirigentes -los peores en cada caso- y de sus bases para la autocrítica y la reflexión -especialmente los azules-, que los hubiera ayudado a entender su lugar en este nuevo proceso de transformación, como una oposición constructiva, como siempre lo habían sido.

En lugar de ello, los pancracios decidieron unir su destino a la manada de primates, corriendo despavoridos hacia el precipicio, pues no entendían que su era había terminado.

Mario Alberto Puga

Politólogo y exdiplomatico

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