Si alguna lección se puede aprender del ataque perpetrado por el grupo Hamás a Israel, el pasado 7 de octubre, y que ha provocado un nuevo enfrentamiento entre ese país y Palestina, es que no existe un esquema de seguridad en el mundo que pueda prevenir del odio, el rencor y la venganza de una cultura que no olvida todos los agravios históricos sufridos por los invasores de su territorio, quienes una y muchas veces han demostrado que la guerra y la destrucción son su única religión, por eso el Mesías no llegará a Israel.

Los que se jactaban de ser los amos de la seguridad, de los softwares más confiables del espionaje y la última palabra contra el terrorismo, tendrán mucho que explicar sobre esta falla garrafal que los ha llevado a una nueva etapa del conflicto contra Hamás, pero en realidad, contra todos los palestinos. Incluso, los israelís han jurado acabar con ellos, en una especie de confesión adelantada de genocidio, que ya ha sido condenada por muchos países y el propio secretario general de la ONU, ante las evidentes violaciones a los derechos humanos al pueblo palestino, en una guerra atroz que no respeta ni a su propio Dios que, como siempre, aboga por la paz y la hermandad.

Solamente un personaje -Netanyahu- respira tranquilo, pues la guerra le ha salvado momentáneamente de ser juzgado por tres acusaciones penales en estos casi 15 años de gobierno, a la que habrá que sumarse ahora los crímenes de guerra y de lesa humanidad. Igualmente, ha logrado sumar a la oposición a esta coyuntura bélica, a fin de mantenerse en el poder.

Todo lo anterior no es más que la consecuencia de los graves errores, los excesos y la arrogancia israelí -pueblo elegido-, y su afán de aferrarse a su historia para creerse que lo merecen todo, desde el territorio, la ayuda internacional y las armas para defenderse de los demás. Tampoco comparto la lucha suicida de Hamás y otros grupos violentos de la región, que una y otra vez abren las heridas de donde emana sangre de inocentes que ya suman más de 14 mil palestinos, así como 2 mil judíos.

Tengo la impresión de que el Dios de cada lado se ha cansado de orar por ellos y por la paz y los ha abandonado a su suerte, de ahí que el conflicto no tenga para cuando acabar.

Todo ello me recuerda el único contacto que he tenido con una familia israelí, como colegas diplomáticos y vecinos del condominio, donde el hombre -llamémosle Netanyahu- quiso, desde que llegó, dominar el territorio de la otra Palestina -de influencia latina-, pues intentó blindar su seguridad y la de su familia con cámaras por todos lados del edificio, incluyendo ascensores, gimnasio, estacionamiento y hasta un baño sauna que nadie utilizaba. Los vecinos, en su mayoría diplomáticos y empresarios latinoamericanos, rechazamos tal propuesta del administrador por considerar que violaba la privacidad de todos.

Para ello, teníamos nuestro propio grupo JAMÁS, integrado por nuestras esposas –a las que JAMÁS contradecíamos-, que defendían su territorio de cualquier amenaza externa e interna incluso. El grupo era encabezado por la esposa de un estadounidense que, al término de su comisión, heredó el puesto a mi mujer, no sé si por que se le daban las relaciones públicas o bien, por venir ya bien entrenada de Nicaragua en las tácticas de guerra y los secretos de la guerrilla, perfil que encajaba perfecto en esa coyuntura invasora.

Desde luego que la idea de las cámaras no prosperó, ni tampoco la solicitud a la administración de conocer los perfiles de las familias que ahí vivían. Por tanto, la familia israelí tuvo que limitarse a proteger su departamento y realizar los protocolos de seguridad por su cuenta.

Muchas veces lo vi a él y a su mujer en el estacionamiento, buscando algo debajo de su vehículo, con una lampara en mano, hasta que comprendí que trataban de localizar una bomba todos los días. Las pocas oportunidades que platicaba con él -Netanyahu-, me preguntaba si sabía usar armas y cuáles, hasta que, cansado, un día le dije que sí, un AKA 45, que había conseguido en Nicaragua, para que me dejara en paz.

Misma rutina hacía con cada vecino, como una especie de interrogatorio social; incluso, cuando sacaban a sus dos hijos menores, creíamos que, por lo menos, se divertían en los juegos del jardín, hasta que vimos que a los niños los obligaban a cruzar el pasamanos por encima y en cuatro puntos, preparándolos para la guerra. Varias ocasiones el niño me disparó con su pistola de juguete -eso creo- cuando bajaba por su piso -adrede- para ver sus reacciones, hasta que una vez le disparé yo también con la mano, harto de morir tantas veces.

Al final, el grupo JAMÁS logró integrar a la mujer de Netanyahu a la Palestina latina, donde igual hacía ejercicio, que convivía sólo con mujeres, lo que obligó a aquél a cambiar de residencia, pues la familia estaba perdiendo los principios de guerra y destrucción ante un territorio de paz y armonía. Creo que también tuvo miedo a mi AKA 45 ficticio.

Por eso creo que el Mesías no quiere a Israel, pues ha cometido el mismo pecado que los nazis cometieron con ellos, queriendo exterminar a los palestinos en su propio territorio, donde los invasores son ellos, al instalarse en territorio ajeno allá en 1917, bajo el amparo de la declaración de Balfour (Ministro de Relaciones Exteriores de la Gran Bretaña) y el beneplácito de la Sociedad de las Naciones, que apoyaron y reconocieron el establecimiento de un estado judío permanente en Palestina y el derecho a reconstruir su antigua patria.

Dicha declaración -de 67 palabras- refiere solamente a la población árabe como “comunidades no judías existentes en Palestina”, a las que “no debe hacerse nada que pueda perjudicar sus derechos civiles y religiosos…” Entonces, el primer grupo de cien mil israelís apareció en escena y la reacción de los países árabes comenzó a sentirse con los primeros conflictos por la tierra desde 1936 a la fecha.

Entre 1939 y 1945, la segunda guerra mundial incidió en el proceso, en cuyo contexto murieron más de seis millones de judíos en el llamado Holocausto. Las Naciones Unidas crearon así el Estado de Israel en 1947, que dio pie a que la Gran Bretaña abandonara el Medio Oriente, al ya no estar interesada en asumir sus responsabilidades como potencia mandataria para administrar el territorio, especialmente, ante los nacionalismos de árabes e israelís, que pronto se convertirían en guerras.

Al no aceptar los palestinos el plan de repartición del territorio, incluida la internacionalización de Jerusalén, pues para ellos era injusto, ya que creían que los judíos no tenían ningún derecho sobre la tierra, Palestina nunca nació como nación, aunque es claro que ellos fueron los primeros pobladores de ese territorio. Creo que esta coyuntura es propicia para que surja finalmente el estado palestino.

Si bien Israel ganará esta nueva guerra contra Hamás y Palestina -y quizá arrase con todos ellos-, su historia como pueblo elegido ha perdido todo valor, respeto y legitimidad ante el mundo entero por haber traicionado nuevamente al Dios de la paz y la solidaridad, que ahora ha sido sacrificado con los miles de proyectiles lanzados sin piedad a la población civil, entre ellos, a más de cinco mil niños y niñas asesinados.

Quizá uno de esos proyectiles fue disparado por esa mano de aquel menor que varias veces me “mató” en mi edificio, y de quién estarán orgullosos hoy sus padres.

No, el Mesías no llegará a Israel.

Mario Alberto Puga

Politólogo y exdiplomático


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