Al oír los nombres y trayectorias de algunos candidatos y candidatas -no importa de qué partidos- no puedo más que pensar que el sistema de partidos políticos en México está en crisis, no sólo por la ausencia de propuestas de cambio a su interior y la baja calidad y experiencia de algunos participantes, sino porque las ideologías y los colores han sido abandonados en aras de nuevas aventuras (alianzas), que están provocando confusión y desilusión entre las bases partidistas, que dudo mucho puedan revertirse en estos meses de precampañas y campañas o bien, traducirse en un ganar – ganar, especialmente para la oposición.

Pongo a la oposición en primer lugar porque creo que tiene un reto mayor que afrontar en estas elecciones intermedias, pues en mi opinión aún no se recupera de la derrota del 2018, no entiende la necesidad de rehacerse y modernizarse, mucho menos de realizar un ejercicio de autocrítica que la lleve a superar errores y comprender la nueva realidad política del país, donde otros actores han irrumpido en el escenario político y ejercen plenamente el poder. Ante tal desafío, el camino más fácil fue establecer una alianza entre perdedores, promovida por grupos empresariales, sin identidad, presencia y experiencia, que sólo buscan la revancha ante un gobierno que simplemente no les gusta.

En tal sentido, existen más riesgos que ventajas en la alianza “Va por México”. El primero, más que alianza, se debería hablar de movimiento político que, de entrada, no compromete las ideologías y los colores de los partidos, que mucho desconciertan a sus bases pues, como quedó claro en la elección de 2018, la alianza PAN – PRD se convirtió en un juego de perder – perder, precisamente por involucrar sus principios, donde ambos perdieron credibilidad, presencia y militancia.

El segundo riesgo es la gran apuesta realizada por la oposición al pretender arrebatarle la mayoría a Morena en el Congreso, esto es, en ambas cámaras, lo cual me parece muy poco probable si consideramos los altos índices de aprobación de AMLO (por arriba del 60%) que, si bien no estará en la boleta, estará en la mente, en los bolsillos (pensiones, becas y ayudas) y en la empatía de la mayoría de los votantes a la hora de ejercer el sufragio, a pesar de la pandemia, a pesar de la economía y a pesar de algunos tropiezos.

Finalmente, creo que la oposición carece de figuras relevantes, tanto en las directivas partidistas, como en sus candidaturas, capaces de motivar y movilizar a sus bases a nivel nacional, por lo que todo quedará condicionado a la fuerza y dinámica estatal y municipal, única ventaja para ellos en estas elecciones intermedias y locales. Por lo demás, me parece que en esta alianza el PAN es el que arriesga mucho más, si consideramos que el PRI no tiene nada que perder y el PRD ya perdió todo.

Por el lado de Morena, me parece que es una ocasión formidable para consolidarse como partido -ya que primero actuó como movimiento, encabezado por su líder en 2018-, aunque para ello tendrá también que desterrar algunas prácticas que arrastra la izquierda desde siempre, entre ellas, el sectarismo y la falta de transparencia, particularmente en sus procesos internos, que la han llevado a quebrar procesos, el más reciente, el del PRD. Asimismo, tendrá que abrirse y abrazar los nuevos temas de la agenda política, entre ellos, los temas de género y medio ambiente. Si Morena no aprovecha esta oportunidad para consolidarse como partido nacional, moderno, incluyente y transparente, ahora que todavía cuenta con un líder carismático y, más importante aún, con potenciales líderes y lideresas para los próximos años, habrá dejado pasar una coyuntura política y social que difícilmente se podría repetir.

Más allá de las alianzas, Morena encabeza otra vez este movimiento junto al PT y el PVEM, en un nuevo envite por ganar – ganar, donde estarán a prueba, tanto el ejercicio del poder en estos casi tres años de gobierno a nivel nacional, como la eficacia de sus programas sociales y proyectos de infraestructura a nivel local y regional, principal apuesta del gobierno en esta primera mitad del mandato, que inevitablemente tendrán que traducirse en votos a favor o en contra.

Lo importante de este proceso electoral que se avecina es que la democracia salga fortalecida y que la lograda transición democrática siga avanzando cada día más, no por el triunfo de unos y la derrota de otros, sino por la participación abundante de los ciudadanos, un voto de mayor calidad y una jornada transparente y limpia que ponga a todos en su lugar.

En cuanto a los nuevos partidos que irán solos en esta elección para probar su representatividad e identidad con la ciudadanía, me parece que tendrán pocas oportunidades de sobrevivir, si consideramos que entre las dos opciones principales concentrarán cerca del 90% de los votos, aun incluyendo en sus listas a luchadores enmascarados, ex deportistas y artistas.

Sobre el voto inútil, sólo diré -un poco en broma, un poco en serio- que la autoridad electoral debiera pensar en alguna forma de que candidatos impresentables -como ya lo hace con acosadores y violadores- cumplan con algunos requisitos mínimos, tanto en formación, como en experiencia y trayectoria partidaria, pues no sería nada raro que algunos o algunas de ellas con mayor popularidad que nuestros políticos tradicionales se apoderen de la cámara de diputados o senadores, especialmente en momentos en que el desempleo amenaza al mundo del espectáculo y el deporte.

Imagínese los debates entre enmascarados técnicos y los más rudos legisladores, decidiendo una reforma constitucional a dos de tres caídas; o bien, una nueva ley en un partido de futbol en los jardines de San Lázaro entre ex futbolistas y nuestros diputados que, en algún momento de sus vidas, pensaron ser deportistas, pero frustraron sus carreras en aras de servir al pueblo.

Qué tal una ardua discusión en el pleno sobre cuestiones de género -ambientada con música de Paquita-, donde los priistas enojados cantarían “tres veces te engañe”, en alusión a la dedicatoria de los morenos de “rata de dos patas”, que a su vez responderían a los panistas “me saludas a la tuya”, por haberles gritado al unísono “lámpara sin luz”; mientras que perredistas ofrecerían un “cheque en blanco” a los petistas y los verdes objetarían los insultos priistas con un “que me perdone tu perro”; al tiempo que los naranjas y demás partidos nuevos replicarían a todos “Invítame a pecar”, hasta que por fin, la presidenta en turno gritaría con autoridad: aquí “las mujeres mandan” y diera el martillazo final a la sesión.

Que yo recuerde, el voto inútil siempre ha existido como una forma de llamar la atención de los partidos nuevos o pequeños, pero en realidad no aporta nada al proceso democrático, más allá de cierto color a la contienda. Es decir, el voto inútil hace honor a su nombre.

Politólogo y ex diplomático.

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