Realmente es triste ver a Marcelo, el eficiente funcionario público, andar por ahí mendigando amor, luego de perder claramente la contienda interna de MORENA, donde varias de las reglas y condiciones las puso él, a fin de tener el piso parejo, desde la renuncia de todos los participantes a sus cargos, pasando por el financiamiento, hasta la inclusión de la encuestadora de su preferencia, donde también, perdió.

No hay razón para desacreditar el proceso y él lo sabe. El meollo del asunto no es ese, sino el hecho de que AMLO no lo prefiriera a él y sí a Claudia, a la que ni siquiera le ha concedido el triunfo, como buen caballero que se supone es.

En lugar de ello, Marcelo se ha obstinado en pelear, denunciar y hasta querer dividir al partido y a la izquierda a la que nunca ha pertenecido, pues su perfil es otro, pero que ha utilizado para sobrevivir en esta difícil carrera de la política mexicana. En tal sentido, su juego se ha tornado peligroso para todos, pues la amargura y el desamor lo están llevando a un callejón sin salida, del cual será imposible salir ileso.

En primer lugar, el excanciller supo desde el inicio que él no era el favorito de AMLO, sino Claudia, por lo que en todo el proceso interno intentó cambiar ese sentimiento con propuestas atrevidas, como la creación de una secretaría que diera seguimiento al programa de la 4T, donde propuso a uno de los hijos de AMLO para dirigirla. Obviamente la idea no prosperó y tampoco cayó bien en la familia presidencial que, rápidamente, contestó NO, gracias. Igualmente, se colgó de los buenos resultados en materia de seguridad en la CDMX y de Claudia incluso, para recordarle a AMLO que fueron ellos dos los que sentaron las bases de esa nueva estructura, por lo que Claudia sólo heredaba lo que ellos habían creado.

En segundo lugar, Marcelo trató siempre de hacerle ver a AMLO, que tenía una deuda con él, cuando en 2012 quiso también ser presidente, pero decidió declinar a favor de aquel, lo que quedó marcado como un compromiso de hermanos, aunque para AMLO, Marcelo nunca ha sido considerado un hermano de sangre; quizá un medio hermano. Incluso, esa deuda -en el caso de Andrés Manuel- quedó saldada con la ayuda brindada a Marcelo en su autoexilio, al terminar su gestión como jefe de gobierno en 2012, donde su sucesor pretendía perseguirlo por supuestos delitos durante su gestión. Aún más, AMLO lo rescató del austracismo y lo hizo canciller de la república en 2018. Hasta ahí llegó el compromiso.

En tercer lugar, y al mismo tiempo, Marcelo intentó genuinamente ganar la competencia interna a Claudia, mediante una serie de ideas, quizá novedosas, pero a todas luces fuera de lugar, pues en esencia, no se trataba de un ejercicio de propuestas, que a nadie interesaron, sino de imagen y popularidad entre ellos y ella que, posteriormente se reflejara en las encuestas. Equivocó por ello la estrategia y cuando se dio cuenta, buscó ser gracioso, bailando con el pueblo, abrazando a su gente, poniéndose la camiseta de una vilipendiada selección nacional y visitando mercados, plazas y parques, donde comprobó no sentirse a gusto, pues él no pertenece a esa clase, no es gracioso y, por eso, tampoco le alcanzó, aunque logró fortalecer su segundo puesto.

En cuarto lugar, al ver que nada le funcionó, denunció el proceso interno de manera intempestiva, donde se aprestó a buscar evidencia de las supuestas irregularidades y las presentó con la intención de repetir el proceso, lo que le significó ser considerado como un mal perdedor, tanto al interior del partido, como al exterior, donde había logrado obtener algunas simpatías. Esto es, perdió lo que ganó, pues la gente del partido y del pueblo se decepcionó de él. Se encuentra en una encrucijada debido a su prepotencia y arrogancia de creerse mejor que todos los contendientes, en especial, de Claudia. No lo es, y eso lo demuestra día a día con sus actos de traición.

Finalmente, Marcelo recurre al Tribunal Electoral -que ya rechazó su demanda- a fin de forzar la respuesta de MORENA a sus denuncias, el cual, seguramente lo hará, pues ya ha dado entrada a la querella. Supongo que la respuesta será NO, lo que significará un rompimiento creo definitivo, pues -como ya dije- no hay lugar para dudas dentro de MORENA, mucho menos para traiciones.

Lo que viene es aún más grave, pues como enamorado despechado, Marcelo buscará vengarse a toda costa: acosando, denostando, maldiciendo y, quizá, hasta enfrentando a AMLO directamente, pues ya no tiene nada que perder. Habrá que pararlo ya, no como amenaza, sino como una forma de controlar los daños hoy a fin de evitar impactos negativos en la campaña política el próximo año. Y eso implica también disciplinar a los supuestos aliados de Marcelo en el congreso que, muy envalentonados, juegan a las vencidas.

Y digo que lo que viene es peor, porque el plan B de Marcelo -de no prosperar sus demandas al interior de MORENA- puede ser Movimiento Ciudadano (MC), pero el plan C es irse con los del Frente, donde algunos ya lo ven como posible remplazo de Xóchitl, a quien últimamente no le ha ido bien y cuyos muertos del pasado le están reviviendo, así como a las proyecciones de encuestas, donde muy difícilmente remontaría la diferencia.

Dice la película de Ladislao Vajda: “Marcelino, pan y vino” –a su vez, adaptación de la popular novela de José María Sánchez Silva-, que un niño abandonado a la puerta de un convento es criado por los frailes franciscanos en la España de la posguerra civil, quien conversa con el crucifijo de madera.

En este caso, nuestro “Marcelino” reniega ahora de los que lo ayudaron, patea el pan y vino que le sirvió de alimento en su desdichada orfandad política y, finalmente, pone de espaldas el crucifijo de madera, pues está enojado porque no le hizo el milagrito. Por si fuera poco, se va del convento sin despedirse, llevándose consigo las limosnas del ministerio y por la puerta de atrás.

Marcelino, pan y vino…y se fue.

Vaya tío, ¡ostia!

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