Recién se cumplieron los primeros 100 días de Joe Biden en la presidencia de los Estados Unidos, sin que en cada uno de éstos haya dejado de sorprender a propios y extraños con sus decisiones, propuestas, logros y desafíos, pues en el fondo, los ciudadanos no esperaban más en este corto periodo de tiempo que recuperar la normalidad política y democrática luego de 4 años de frenesí republicano.
Y aunque las encuestas digan que su popularidad es menor que la de sus dos inmediatos antecesores para el mismo lapso, sus logros iniciales le confieren el reconocimiento de todos, incluso de sus adversarios políticos -aunque sea en silencio-, quienes aún siguen sin superar la derrota electoral del 2020 y, por ende, empeñados en una estrategia de no acompañar las propuestas demócratas, incluso aquellas que por conveniencia debieron hacer suyas.
Sin lugar a dudas, la prioridad de Biden en estos primeros 100 días fue la política interna, pues como buen anglosajón, no puede comenzar a reconstruir un país -mucho menos una potencia- si no hay un orden interno, que permita planear, concebir y ejecutar nuevas políticas hacia dentro y hacia afuera. Para ello, Biden ha emitido más de 40 órdenes ejecutivas y una docena de memorándums presidenciales y otros instrumentos que, en cuestión de semanas han devuelto la tranquilidad a un gobierno, pero sobre todo a un Estado y una sociedad sedienta por volver a la normalidad, luego que también la pandemia alteró su vida.
Entonces, el sorprendente Biden encabezó la nueva estrategia contra el coronavirus, donde prometió se vacunarían 100 millones de personas en los primeros 100 días de su gobierno -es decir, un millón por día-, pero que rebasó ampliamente la expectativa al duplicar dicho logro. Hoy, más de 200 millones de estadounidenses han sido vacunados sin mayores problemas, gracias a ese pragmatismo americano. Luego, aprobó y repartió -con la aprobación de su partido- un tercer estímulo económico a la mayoría de los hogares de hasta 1,400 dólares, a fin de aliviar el peso de la pandemia y del desempleo. Posteriormente, propuso un paquete de inversión en infraestructura por más de 2.3 billones de dólares, mediante el cual pretende reimpulsar la economía del país y de las empresas, así como fomentar millones de empleos. De acuerdo con cifras oficiales, la economía estadounidense creció en el primer trimestre de 2021 por arriba del 6%, lo que de igual manera ha devuelto la fe en el mercado. Finalmente, acaba de presentar un nuevo plan para las familias estadounidenses por 1.8 billones de dólares, destinados a mejorar la educación, la salud y las oportunidades de desarrollo de una sociedad agobiada por sus propias contradicciones internas -racismo, odio, violencia y uso de armas-, así como de sus aspiraciones y desafíos externos.
Todo ello sin mencionar la marcha atrás de toda la política migratoria de su antecesor, que se ha convertido en un verdadero reto de gobierno, pues implica el manejo cuidadoso del tema a los ojos de sus adversarios, pero también de su electorado. Igualmente, el tema de impuestos resulta prioritario, pues es de ahí donde saldrán los recursos para financiar sus grandes proyectos. La apuesta de incrementar impuestos a los más ricos del país deberá necesariamente contar con el apoyo de los republicanos, si bien, no de todos, sí de una buena parte.
Y quizá ese sea uno de los objetivos no logrados en esta primera etapa por el presidente Biden: sumar a los republicanos a sus proyectos y propuestas de gobierno no sólo por la necesidad de aprobación de los mismos, sino como una forma de reconstruir un nuevo entendimiento político que, como ya vimos, se ha roto y polarizado a su sociedad, la cual ha establecido -según encuestas- como máxima aspiración social el trabajo conjunto entre ambas fuerzas políticas como base de una reconciliación.
En todo caso, Biden ha aprobado con éxito el examen de los 100 días, pero le esperan muchos y más grandes apuestas, especialmente en el escenario internacional, si quiere mantener y fortalecer el estatus de potencia mundial, dañado en el gobierno anterior y desafiado recientemente por algunos países, que aspiran abiertamente a sustituirlo o, por lo menos, a ser considerados como iguales en la toma de decisiones globales o bien, en temas de su interés.
Entre los retos externos, el gobierno de Biden tendrá que reforzar su papel de potencia y fortalecer su liderazgo mundial que sin duda se debilitó en los pasados 4 años, lo que ha dado pie a que varios países quieran hoy desafiarlo o, al menos probarlo, especialmente China, Rusia, Corea del Norte, Irán y hasta los talibanes en Afganistán. En tal sentido, Biden ha dado señales claras de que EU está de vuelta para recuperar ese poder, como lo muestra la reciente cumbre sobre medio ambiente y cambio climático, donde hizo compromisos muy importantes no sólo para bajar los niveles de contaminación, sino para encabezar el tema a nivel mundial. En igual sentido, reafirmó su decisión de retirar sus efectivos de Afganistán antes del 1 de septiembre, confirmando así la decisión de su antecesor, lo que podría valerle el apoyo de los republicanos.
Sobre China y Rusia, que realizan movimientos militares sobre Taiwan y su antigua Ucrania, respectivamente, para marcar su zona de influencia, será necesario buscar nuevos términos de entendimiento, en lo comercial con uno, en lo político con otro, toda vez que la opción de fuerza está descartada de antemano, pues significaría, de alguna manera, el rompimiento entre este y oeste que nadie desea. Sobre Irán, es necesario revivir o buscar un nuevo acuerdo nuclear que dé garantías a todos de una estabilidad en esa región. Sobre Corea del Norte, donde su líder Kim Jong Un alza los brazos y tira cohetes para llamar la atención mundial, es urgente hacer explicitas las reglas del juego si quiere ser considerado, entre ellas, que toda acción tendrá consecuencias.
Desde mi perspectiva, Biden y su política exterior puede desempeñar un doble propósito: por una lado, como anzuelo para invitar y convencer a los republicanos al rediseño de la misma, comenzado con el tema del retiro de tropas de Afganistán -donde existe coincidencia- y, por otro, buscar que ese trabajo bipartidista ayude en el objetivo fundamental de restablecer el establishment interno, necesario tanto para superar los retos internos, como para retomar y fortalecer su papel de potencia en el exterior.
Pareciera entonces que la propuesta de gobierno de Biden tiene que ver con tres prioridades fundamentales: una, reconstruir un Estado deprimido por la globalización y por sus contradicciones internas, donde el objetivo es volver a creer y crecer bajo la dirección de un gobierno, si bien liberal, también de bienestar, a fin de recomponer el tejido social. Dos, restablecer un nuevo entendimiento político con los republicanos, donde la mayoría de los proyectos de gobierno sean convertidos en planes bipartidistas, que devuelvan la confianza de una sociedad dividida y polarizada. Si demócratas y republicanos se entienden, entonces la sociedad tendría motivos para superar sus odios y sus miedos. Tres, la reformulación de una política exterior bipartidista sería el pretexto perfecto para redefinir los intereses de la aún potencia a la luz de los cambios en el escenario internacional, donde, si bien han surgido nuevos liderazgos, la presencia de EU es todavía necesaria.
No hay duda, pragmatismo puro para superar las contradicciones y los desafíos de una potencia. habría que aprender.
Politólogo y ex diplomático