A partir de los resultados electorales de junio pasado -buenos y malos-, AMLO ha optado por obligar a todos los sectores políticos, económicos, sociales y hasta académicos -no siempre con los mejores métodos-, a que definan de qué lado están en esta importante coyuntura política, con objeto de ganar aliados o perder enemigos, pero sobre todo para sacudirlos en su interior, en un juego por demás arriesgado, aunque con el conocimiento pleno de que su proyecto no los necesita o los requiere más que tangencialmente, pues su base electoral está en el pueblo.

Así lo hizo con la llamada clase media, a la que vapuleó ideológicamente; así lo hace con la academia -entre ellos la UNAM y el CIDE-, a la que busca sumar a su proyecto; igual que a empresarios, políticos opositores y medios de comunicación, contra los cuales arremete a diario, en una especie de estrategia mediática, que aparentemente no le trae ningún beneficio.

Entonces, ¿qué busca con ello? A mi entender, el objetivo es provocar el debate interno y, sobre todo, la reflexión, tanto de las instituciones, como de los actores políticos, económicos y sociales, sobre su posición y compromiso con el nuevo proyecto que él encabeza, donde -por lo visto- no hay más que dos sopas: o están con él o están en contra, especialmente ahora en que los tiempos políticos se han adelantado.

El mensaje es claro: nadie puede permanecer neutral en estos momentos de definición que preceden desde ahora la sucesión presidencial del 2024, como lo dejo ver en su mensaje del pasado 1º. de diciembre: “el noble oficio de la política exige autenticidad y definiciones”, pues nada se logra con “medias tintas” -dijo sin tapujos-. Y me parece que lo está logrando, ya que, si bien, sembró únicamente dudas en la UNAM para la próxima elección de rector, impuso ya nuevas autoridades en el CIDE, al tiempo que ha logrado que algunos sectores cambien actitudes hostiles y otros agiten banderas blancas en son de paz. Veamos algunos casos.

Primero, el llamado del PAN a dialogar, lo que, de entrada, podría significar un cambio de estrategia al pasar de la confrontación sistemática al diálogo político, viene como respuesta sensata y tácita a esa mayoría de casi el 70% que respalda a AMLO, que obliga a reconocer tal hecho y a

sentarse a negociar, lo cual también está siendo emulado por el PRI, principales adversarios políticos de AMLO y MORENA.

Segundo, el encuentro con importantes empresarios al final del año, donde trascendió no sólo haber fumado la pipa de la paz, sino el reconocimiento de éstos sobre los excesos cometidos en tiempos neoliberales y, por tanto, el apoyo a los proyectos de la 4T y al gobierno de AMLO, quien ha dado muestras fehacientes de que apoya la economía de mercado, el libre comercio y el manejo correcto de la macro y microeconomía, elementos necesarios para que aquéllos se desarrollen.

Tercero, la última reunión de gobernadores de la CONAGO, donde asistieron todos los titulares estatales -a excepción del jalisciense-, lo que parece haber terminado con la revuelta de mandatarios estatales de oposición, congregados en torno a la Alianza Federalista, que nunca cuajó, y donde, de igual manera se sumaron al proyecto del gobierno federal al comprobar que hay más beneficios que males para sus estados.

Hasta ahí todo bien, AMLO y el poder presidencial utilizado en favor de su proyecto y sumando aliados, aunque sea temporales.

El problema viene cuando la otra cara del poder -el político- lo ejerce el líder o caudillo para enfrentar a sus enemigos, aquellos que no han querido ni siquiera saludar al proyecto, con señales, gestos o acciones congruentes con los nuevos tiempos.

Y esto lo digo a propósito del INE, donde me parece que AMLO y sus huestes habían cometido un exceso, no por reducir su presupuesto, no por convertir una revocación en ratificación del mandato, pero sí por demandar a los consejeros electorales por la vía penal, luego de que éstos aprobaron por mayoría, la suspensión temporal de dicha consulta, medida que ya ha sido rechazada hasta dos veces por la Corte Suprema de Justicia de la Nación (CSJN).

Y tan era un exceso, que el propio AMLO convenció al presidente de la Cámara de Diputados para desistirse de la demanda penal, al no ratificarla. Por lo tanto, el proceso de revocación sigue firme, sin persecución de por medio, aunque sí mucha presión política para los consejeros electorales, que habían decidido esperar tranquilamente a que otra institución -ya fuera judicial o el electoral (TE)- les dijera qué hacer.

Y, efectivamente, tanto la CSJN, como el TE ya decidieron que la revocación va a como dé lugar, con los recursos que actualmente cuenta el INE, y que éste no tiene facultades para suspender un proceso de consulta, como lo hizo abruptamente el pasado 17 de diciembre, por decisión dividida (6-5) de sus consejeros electorales. Lo anterior, provocó un mensaje descompuesto del presidente del INE, donde se le ve perder el control y cargado de ira ante varias derrotas juntas: la legal, la judicial -aunque sin consecuencias-, la política y la de su imagen, pues en esencia, este traspiés es de él, que se ha empeñado en jugar a las patadas con AMLO, alentado por un grupo de apoyadores que han utilizado al INE y a su presidente como último reducto para enfrentar o resistir el proyecto de la 4T.

Me pregunto si los consejeros del INE, especialmente los que votaron por suspender la consulta, nunca jugaron a las vencidas -donde ganas o pierdes- o bien, nunca se rindieron ante un mejor jugador de ajedrez, al ver que estaban atrapados y contra la pared, como creo que lo están ahora. Y aquí también es importante subrayar que -en mi opinión- las diferencias políticas de AMLO no son contra el INE, la institución, que ha sido y seguirá siendo garante de nuestra democracia, especialmente en tiempos de cambio, sino contra ellos y ellas que han antepuesto sus intereses personales una y otra vez.

Estoy seguro que si los consejeros del INE cumplen con este reto, empezando por bajarse el sueldo y suprimir privilegios -que es en el fondo el motivo real de su desencuentro con AMLO-, así como a buscar y realizar adecuaciones presupuestales, encontrarán los recursos suficientes para el ejercicio de revocación de mandato. Lo que está en juego no es el INE ni la democracia, sino la capacidad y habilidad de sus consejeros para salir de su zona de confort, protegida por una mal entendida autonomía, que ahora les exige inventiva propia para reasignar los recursos, gallardía para reconocer sus errores y derrotas y un mayor colmillo político para entender que los tiempos han cambiado.

Por lo visto, las “medias tintas” no pintan en un proceso de transformación.

Politólogo y exdiplomático

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