Si bien es cierto que la mejor política exterior es la interior, como lo ha definido el gobierno de Morena, no es menos cierto también que la mejor política interior es la exterior, pues no podemos separar una de otra, ya que una es complemento indisoluble de la otra. En tal sentido, si nos quedáramos únicamente con la primera premisa estaríamos negando o, por lo menos, limitando el escenario internacional como el otro foro de actuación del Estado mexicano y, con ello, debilitando toda tradición diplomática y liderazgo que por mucho tiempo han podido brillar en el mundo. México no puede, ni debe, bajo ninguna circunstancia, dejar de participar en ese otro escenario de la política nacional.

Y creo que en el fondo así lo entiende el gobierno, pues el hecho de que el presidente de la República no hubiera salido al exterior los primeros dos años -más allá de la visita a Washington en 2020- no significó de manera alguna que México estuviera ausente de los foros internacionales, donde no sólo estuvo bien representado, sino que se lograron presentar e incluir propuestas y aportaciones de México. Aunque en las cumbres se privilegie la participación de jefes de estado, queda claro que la importancia de México como actor fundamental no se pierde nunca si actúa bajo los principios establecidos y protege los intereses del país.

Por los hechos, pareciera que la estrategia del gobierno de AMLO fue priorizar la política interna los dos primeros años, para, a partir del tercero, atender personalmente los temas internacionales que más interesan, no como una política lineal en el tiempo, sino como una forma de recomponer o transformar primero a lo interno, para luego reorientar y consolidar nuestra política exterior en sus tres niveles: bilateral, regional y mundial. Si bien, el eje común de actuación han sido los principios tradicionales, éstos no alcanzan a justificar o blindar todas las decisiones tomadas hasta ahora, por lo que hay necesidad también de reforzarlos, modernizarlos o redefinirlos -sin perder su esencia- si no queremos rezagarnos más en el tiempo y espacio de una coyuntura internacional que ha cambiado radicalmente.

En lo bilateral, México ha sido consecuente con su historia, su geografía y su geopolítica al reafirmar la relación con los Estados Unidos de América como la más importante de todas, no sólo al tratarse de una potencia mundial -quizá la única-, sino al redefinirla como una relación de socios, con quien se firmó un nuevo tratado comercial y se ha apostado por encima de otras alternativas, tales como la china. El discurso último de AMLO en la reunión de jefes de estado de Norteamérica así lo confirma. Y ese -en mi opinión- ha sido el cambio más importante entre ambos países: dejar de ser amigos y pasar a ser verdaderos socios, que incluye ya no sólo un buen trato comercial, sino desafíos y retos de toda índole (migración, cambio climático, armas, pandemia, vacunas) que hay que superar juntos.

Además, a lo interno, la relación México – EU es un tema que une a propios y extraños, por lo que hace cierto el dicho de que también la política exterior es la mejor política interior, que ha puesto en juego este gobierno en los últimos meses. Lo que falta es consolidar esa estrategia en una política exterior -de amigos a socios- con otros países, especialmente en Europa.

En lo regional, México también ha sido consecuente, por lo que ha privilegiado a la zona de América Latina y El Caribe al impulsar un nuevo proceso de integración, teniendo como instrumento, pero también como objetivo, a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que está viviendo su segundo aire con la presidencia de México. Aunque me temo que requerirá de muchos más aires para lograr su objetivo en vista de los grandes obstáculos que enfrenta: el liderazgo de EU en la región, la legitimidad de algunos miembros y una OEA que aún se mueve a pesar de sus 71 años a cuestas.

Pensar en una América sin EU es tanto como comer una hamburguesa sin papas fritas, pasar un domingo de futbol americano sin cerveza o bien, un día de acción de gracias sin pavo. Nada más no sabe. Entonces la oferta debe incluir todos los platillos, aún si no nos gustan. Lo importante es lograr y negociar nuevos términos de referencia entre EU y el resto de América, que permita que la región se desarrolle sin presiones, chantajes, tutelas y a su ritmo, sin seguir agendas ajenas, como es el caso de la OEA, pero tampoco la exclusión, como el caso de CELAC. Es decir, necesitamos una OELAC. Ese es el reto de los próximos años.

Sobre la legitimidad de algunos gobiernos, creo que México ha tratado de cubrirse con el principio de no intervención, pero el manto da para tanto, por lo que deja al descubierto y sin justificación las maniobras de algunos líderes que nada más no pueden con la democracia de sus países -caso Nicaragua- que, de alguna manera, afectan a toda la región. Si bien se entiende la necesidad de integración de la zona y la voluntad de los países para ello, la democracia no debe sacrificarse nunca. En este sentido, México, con pleno liderazgo regional, no debería confundir principios con el silencio, que muchas veces se vuelve cómplice de retrocesos, dictaduras y autoritarismos. Al final de cuentas, los principios perduran y el silencio mata procesos, ahora el de la democracia, mañana el de la integración.

Sobre el escenario mundial, México ha jugado también a la lógica, al priorizar a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como foro idóneo para participar activamente en el escenario internacional, primero, como miembro no permanente del consejo de seguridad; luego, en la construcción de un sistema de distribución equitativa de vacunas anti COVID -aunque de pobres resultados-; finalmente, y en uso de la presidencia del consejo de seguridad, convocó al mundo entero a formar parte de un nuevo plan para desterrar la corrupción y aminorar la pobreza en el mundo, al cual se han sumado ya más de 100 países.

Lo anterior da cuenta del poder de convocatoria de México -sea o no sea el foro propicio para ello- y del reconocimiento a un presidente que está tratando de hacer las cosas de manera diferente, no sólo a lo interno, sino en lo externo.

En síntesis, la política exterior de la 4T ha privilegiado el ámbito interno en los primeros años de gobierno como una forma de consolidar sus temas prioritarios (lucha contra la corrupción y combate a la pobreza) y reconstruir otros (derechos humanos, delincuencia organizada trasnacional y seguridad), con objeto de tener algo bueno que mostrar al exterior, donde hasta ahora se ha decidido por los temas de corrupción, donde -dígase lo que se diga- ha logrado destruir el estado-botín de los últimos tiempos, y el de la pobreza, donde ha establecido las bases de un estado de bienestar.

Si bien, la mejor política exterior es la interior, AMLO y su gobierno han entendido también que la mejor política interior es la política exterior.

Politólogo y exdiplomático.

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