Decidido a alejarme por unos días de la política nacional, especialmente de ese bombardeo de spots electorales, donde lo mismo ves y escuchas a un pillo tricolor rememorar todo lo que hizo su partido hace años, sin el menor pudor por todos los daños provocados a la sociedad, que los ejemplos de triunfo empresarial de los azules, que sin ningún asomo de dignidad olvidan que su histórica alianza con el poder acabó con los principios que guiaron a ciudadanos buenos a buscar un cambio; o a los naranjitas, decir que serán la próxima generación equivocada de políticos mexicanos, opté por observar el fenómeno del sol, que en esos días iluminó el horizonte.

Y no, no me refiero a un tema científico; tampoco al sol de Acapulco que todos se apuran a sacar, quizá con muchas ganas y solidaridad, pero sin entender y, mucho menos, superar, una problemática estructural, donde la riqueza natural y empresarial convive con la pobreza y desventura de una sociedad acostumbrada al contraste y, ahora, también a la violencia y a los estragos del medio ambiente.

En este caso -superfluo y frívolo a todas luces-, me llamó la atención la referida gira del cantante Luis Miguel (LM) –que muchos llaman con orgullo, el sol de México-, que, en esos días, hizo el favor de visitarnos en la CDMX, pues vive tranquilamente en Estados Unidos, sin que, aparentemente, le preocupen en lo más mínimo los problemas del país, del cual ostenta su nacionalidad, aunque haya nacido en Puerto Rico.

Me quedé sorprendido de cómo los medios de comunicación se mueven al calor del sol, desplazan a sus equipos y hacen tendencia a este personaje, que ni una palabra les brinda en agradecimiento, pues siempre los ha utilizado y despreciado, generando alrededor de él un halo de soberbia, misterio y seducción. Más molesto quedé al saber de todo el dinero que genera en sus presentaciones, que superan los más de $1,500 millones de dólares, incluso superiores -dicen algunos medios- a los ingresos anuales de los mejores futbolistas del mundo. Y todo por cantar sus canciones de siempre, moverse como antes y sin retornar nunca nada a la sociedad mexicana que tanto le ha retribuido. Ni siquiera un concierto gratuito en el Zócalo, como lo hacen los más sencillos artistas del pueblo.

Una amiga -casi indignada- me dijo que él no es ni sencillo, ni del pueblo; ¿entonces por qué va a regalar su trabajo? Es casi un Dios -sentenció con su mirada de ira sobre mí-; entonces me quedé pensando en Tonatiuh, el Dios del sol en nuestra cultura náhuatl, y me dije, “cómo despreciamos lo nuestro, lo autentico, nuestras raíces, por figuritas con brillo”.

Todo contrariado, me propuse buscar motivos que rompieran esa figurita a pedazos y encontré lo que buscaba; pues hablar de LM como el mejor cantante de México de todos los tiempos es una exageración, si lo comparamos con todas las voces, letras y música -a veces reunidas en una sola persona- que han antecedido a este malagradecido, que en ningún momento ha hecho referencia, ni mencionado, mucho menos reconocido a la música mexicana que tanto le ha dado. Ni siquiera sabrá el angelito que la canción “Cuando calienta el sol”, que tanto éxito le dio, la escribió un ilustre nicaragüense, Rafael Gastón Pérez, con el título original “Cuando calienta el sol en Masachapa”, en honor a una población del pacífico nicaragüense, cuya letra vendió por 20 míseros dólares.

Ni siquiera lo oí agradecer públicamente al Maestro Armando Manzanero, creador de los dos discos de Romance, con boleros mexicanos, que revivieron su carrera al final del siglo XX y que mucho le sirvieron para enamorar y conquistar a bellas mujeres con su interpretación. Entonces su primer pecado ha sido lucrar con la música mexicana y utilizarla para la seducción de mujeres bellas, sin retribuir nada a cambio; ni a los autores, ni compositores, mucho menos a la música romántica mexicana. Enojada, mi amiga sentenció: “Ve lo que hizo él con la música de boleros”. “No -le dije-, ve tú lo que la música de boleros hizo de él y su carrera”.

Su segundo desliz lo encontré al conocer que ha concebido hijas e hijos sin siquiera reconocerlas o reconocerlos del todo, mucho menos, hacerse cargo de su manutención, educación y formación, pues ha servido únicamente de semental, con la complacencia de sus parejas. No entiendo cómo una figura así no siente el mínimo remordimiento por su abandono paterno. Incluso, oí que la procuraduría capitalina esperaba a que este bello ejemplar se presentara voluntariamente y enfrentara una demanda por falta de pensión alimenticia por más de 20 años. Entonces también es un deudor alimentario.

Escuché además que se sometió a un completo régimen de dieta y, seguramente, a varias cirugías estéticas, todo para enfrentar la naturaleza de su linda carita y cuerpecito, que ya le estaban pasando factura a sus más de 50 años. Todo ello, para retomar su carrera y obtener recursos, pues su riqueza había menguado peligrosamente, incluso con grandes deudas sobre su espalda, seguramente por sus excesos y falta de ingresos.

Todo lo anterior, teniendo como centro de acción a una nueva pareja española que, además de ser nutricionista -seguramente no le cobró por el tratamiento-, era esposa de un matador de toros español, el maestro Ponce, de quienes el propio LM era compadre. Es decir, le bajó la mujer a su amigo, traicionó a su compadre -quien ya no necesitará de cuernos para torear- y usó a la mujer para retomar su figura. Otra vez mi amiga vociferó que la pareja española ya se había divorciado, por lo que no había traición de su parte, aunque le comenté que, entre hombres y, sobre todo, entre amigos, “eso no se hace”. Y volvió a gritar “es que a él se le permite todo por ser el sol”, casi al borde del llanto de puro coraje porque su figurita se estaba resquebrajando.

Al final, arribé a la conclusión de que gran parte de la culpa que este personaje sea como es, se debe precisamente a las mujeres, parejas o comadres que le han permitido todo, incluso, ser un depredador sexual; un padre desnaturalizado y deudor de pensiones; y un mal compadre que le baja la mujer a su amigo. Sin mencionar lo malagradecido hacia la música mexicana, sus autores y a la sociedad mexicana de la que ha vivido toda su vida, sin retribuirle nada a cambio. Me pregunto si el personaje en cuestión fuera otro cualquiera -sin fama, sin dinero, ni fortuna-, la sociedad le permitiría tales excesos. Claro que no.

Todo ello me trajo de nuevo a la vieja discusión de si seguimos siendo o no una sociedad clasista, a pesar de todos los cambios ocurridos en los últimos años, y me temo que sí, tanto arriba, como abajo, pues el sol sale para todos.

Mario Alberto Puga

Politólogo y Exdiplomático.

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.
Google News

TEMAS RELACIONADOS