Si en un anterior artículo me referí a la “Norma Piña” como la forma de ser y actuar sistemático de la presidenta de la Suprema Corte de Justicia (SCJ) -como norma-, donde lo único que interesaba era proteger un sistema de justicia corrupto, ineficiente y clasista, en esta ocasión me refiero concretamente a la señora Norma Piña, quien no sé si era mejor su ceguera política, que nunca vio una revolución enfrente de sus narices o bien, su activismo burdo y miope, donde lo único que ha provocado es el ahondamiento de la crisis en el poder judicial, cuyo mensaje en su conjunto es defender lo indefendible para evitar lo inevitable.
Y es que se necesita ser testaruda para no entender que dicho poder del estado carga encima todo lo malo que nuestra historia política ha recogido la mayor parte del siglo XX y lo que va del XXI: un sistema de justicia que se quedó atorado entre la corrupción de los gobiernos priistas, el contubernio con los gobiernos del PRIAN, para hacer de la justicia un lujo, y la oposición para que nada cambie con el gobierno de AMLO. Desde luego, era necesaria esta reforma al poder judicial para destrabarlo de esa vergonzosa historia.
El México de a pie y el de todas las familias ofendidas por un delito no resuelto, injusticias, retrasos u omisiones judiciales habían esperado en vano estos últimos años por alguna acción de desagravio colectivo a favor de la sociedad -ahora en tiempos de cambio- y con lo que sale la Norma Piña y la CSJ es dar luz verde a las corridas de toros, como si eso resolviera todos nuestros problemas o bien, como si todos fuéramos expertos taurinos o bueyes para aplaudir una decisión clasista. Precisamente, en esa decisión se comprueba lo que la CSJ y la Norma Piña entienden por pueblo: solamente la parte de arriba de la pirámide social, para la cual trabajan.
Nunca, la Norma Piña y la CSJ en pleno entendieron de qué se trataba: tuvieron todo el sexenio para reformarse, para mirarse al espejo, cambiar desde dentro, adecuarse a los nuevos tiempos, bajarse los sueldos en señal de diálogo, pero se sintieron intocables e inmunes a una revolución y, sobre todo, seguros de que su independencia los protegería de todo mal amén.
Luego, asesorada por la oposición y la derechiza -que no se cansan ni avergüenzan de perder todos los días una batalla-, la Norma Piña entró en acción, creyéndose una gran lideresa política, moviendo a su antojo a jueces, ministros y magistrados y toda la maquinaria del corrupto sistema, donde podrán salvarse algunas personas, pero no el sistema, ordenó, primero, salir a la calle a defender el podrido aparato. Luego, pidió a jueces emitir recursos en contra de la reforma, a fin de frenarla. Finalmente, ha involucrado a toda la cadena de intereses alrededor del poder judicial (estudiantes de derecho, escuelas y universidades, medios, iglesia y empresarios), los cuales marcharon abrazados, el pasado domingo, seguramente cantando consignas de izquierda, pues en todos estos años no han inventado una sola de derecha.
La Norma Piña puso así en evidencia a cada empleado o empleada del poder judicial, al movilizarlos a tontas y a locas, como parte de su ruin estrategia de defender sus privilegios, sus canonjías y su jubilación al 100 %. Hoy todo mundo sabe quiénes forman parte de ese poder del estado; sabe de qué están hechos; conoce ahora a quiénes participan de ese horrible nepotismo; y, desde luego, conoce a los actores externos que forman parte de los intereses y redes de corrupción de ese sistema de justicia. Los expuso a todas y todos con su torpe andar político.
Todo esto ha profundizado la crisis entre el poder judicial y un gobierno que cuenta con toda la legitimidad para cambiar la constitución, mediante una reforma integral, de manera pacífica, legal y política, esto es, con los votos en ambas cámaras y, pronto, con los congresos locales.
Profundicemos en esto último: la legitimidad del gobierno de MORENA -el saliente y el entrante-, otorgada por la sociedad que votó mayoritariamente por ellos, además por una mayoría en ambas cámaras que conforman el poder legislativo -una ya calificada y otra en camino a serlo-, que le da todo el derecho de buscar la transformación del poder judicial ante su ineficacia histórica (miles de casos sin resolver), corrupción (sistema donde prevalece la justicia del dinero) y clasismo, (que nunca ha hecho nada por el pueblo).
Esas tres grandes lozas que pesan sobre la espalda del poder judicial justifican en absoluto la necesidad de una reforma profunda que cambie la forma, pero también de fondo. Y, como dije antes, la reforma no podía venir de dentro, pues no se trata ya de una negociación, ni de un acuerdo; se trata de una transformación (revolución), que requiere de un nuevo sistema de justicia para todos y no para unos cuantos.
En ese sentido, es triste ver a todo el sistema judicial defendiendo hoy en la calle lo indefendible, su corrupción, su carrera perjudicial, llena de amaños e intereses, pues así los acostumbraron los gobiernos del antiguo régimen. Más vergonzoso es ver a la Norma Piña manipular a toda esa gente para defender los privilegios y canonjías de un poder rebasado por su historia, por la coyuntura y por el trascendente momento político, sin ningún sentimiento de culpa.
Por eso decía yo que no sabía qué era mejor, si la ceguera política de la Norma Piña o su activismo torpe y miope con que ha enfrentado esta crisis, que confirma plenamente la necesidad de una transformación profunda en ese poder.
Por favor doña Norma ya no se mueva, quédese quieta antes de que también pierda su pensión del 100%, si no es que ya la perdió con la reforma.
Politólogo y exdiplomático