*Término que engloba, deforma e identifica la asociación y acción de líderes conservadores, partidos de derecha, medios de comunicación y grupos extremos afines, dirigidas a desestabilizar un gobierno, legítimamente electo, mediante dudosos mecanismos institucionales y acciones violentas que atentan gravemente contra la democracia.
Un nuevo fantasma recorre las Américas -la derechiza-, como una amenaza monumental ya no sólo a la frágil democracia de los países latinoamericanos, sino a la sólida democracia de los Estados Unidos, que en enero de 2021 sufrió una violación tumultuosa e “inauguró” un camino para que otros países, gobiernos, partidos conservadores y grupos de derecha y ultraderecha, repliquen la experiencia con diferentes métodos y resultados, aunque con el mismo objetivo de retener o arrebatar el poder por la fuerza, que obtuvieron gobiernos legítimamente electos por la mayoría de sus sociedades.
Y ahí, precisamente, estriba la problemática y parte de la respuesta o bien, la respuesta plena: la derechiza ha perdido esa mayoría, por lo que hoy más que nunca está convertida en una verdadera minoría o, peor aún, una élite. Y ahora, una élite violenta, ideológica, política y socialmente, lo cual la convierte en una amenaza real para la estabilidad de las sociedades y la consolidación de la democracia. Como antecedentes podemos evocar al Brasil en 2016 y la Bolivia de 2019.
En el primer caso, la derechiza del Brasil aprovechó la difícil coyuntura política que afectaba la popularidad de la mandataria Dilma Rousseff -quien cumplía con su segundo periodo de gobierno-, para separarla del cargo e investigar algunas acusaciones de corrupción y malos manejos gubernamentales, que rompió la continuidad de una izquierda social-demócrata desde 2003. Lo anterior, a pesar de que el vicepresidente Michel Temer la sustituyó, no sin antes romper la alianza de su Partido Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) con el oficialista Partido de los Trabajadores (PT) y ponerse del lado de la derecha. Luego de mucho tiempo, la fiscalía archivó el caso, donde la expresidenta resultó libre de los cargos impuestos, lo que confirmó la estrategia de la derechiza brasileña, que celebró luego con la llegada del presidente Jair Bolsonaro, en 2019.
En el segundo caso, Bolivia y el gobierno de Evo Morales, quien intentó relegirse por cuarta vez en 2019, bajo la duda razonable de la ley, fueron objeto de un buen drama electoral, cuando, obnubilado por el poder, el oficialismo trató burdamente de manipular el conteo de votos para ganar en primera vuelta, que dio pie a la reacción concertada de la derechiza boliviana que, apoyada en los informes, más que tendenciosos de la OEA y organismos europeos, anunció un fraude electoral, que detonó un suave golpe de estado, cuando el ejército y la policía desconocieron al presidente Morales y su gobierno. Paralelamente, la élite nombraba a Jeanine Añez, otra fiel representante de la derecha, como nueva presidenta de ese país (hoy en prisión por sus excesos). Si bien, Evo y su partido fueron los actores principales de ese drama, la derechiza se convirtió pronto en la villana, pues sus acciones posteriores confirmaron que se trataba de una mera venganza política, disfrazada de legalidad, donde la democracia era lo que menos le importaba. Nuevamente, la mayoría -que nunca perdió Evo y su partido- eligió en 2020 a Luis Duarte, hecho que recordó a la derechiza boliviana su condición de minoría o bien, de élite.
Luego vino lo increíble o el caso más estrujante y simbólico: el de Estados Unidos, que, a sus 200 años de democracia, sufrió el ataque más violento de su historia, el 6 de enero de 2021, que costó la vida de varios de sus ciudadanos y amenazó la de sus congresistas y vicepresidente, así como la continuidad de gobiernos democráticos. Todo ello a manos de grupos extremistas afines al partido republicano, que fueron alentados por un personaje en plena locura -el entonces presidente Trump-, que veía cómo el poder se le escapaba de las manos por la vía electoral.
A más de dos años de distancia, el Comité de Representantes que investigó estos hechos concluyó que el expresidente conspiró criminalmente para anular los resultados electorales de 2020 y no actuó para impedir que sus partidarios atacaran el Congreso -más bien los alentó-, y que nada de ello hubiera ocurrido sin la participación del exmandatario. Por eso, el Comité recomendó que el expresidente sea juzgado criminalmente por incitar a la insurrección. Hecho que pudiera ocurrir en los próximos meses.
El caso del Perú, en 2022, fue otra llamada de atención, ya que ahí la derechiza, quizá legalmente, pero políticamente falta de ética, conspiró para deshacerse de un presidente totalmente ajeno a sus intereses, propósitos y hasta discriminado por su apariencia y orígenes, según los estándares de la
élite, sin importar la legitimidad de su gobierno ni la mayoría que lo eligió. Incluso, encarceló al exmandatario Pedro Castillo por presunta corrupción y giró orden de aprensión en contra de su esposa, quien se encuentra asilada en México junto a sus hijos. La designación de la vicepresidenta Dina Bolouart como nueva mandataria no ha podido calmar las protestas violentas de la sociedad que, en poco tiempo, causaron cerca de 60 muertes y fuertes enfrentamientos en algunos puntos del territorio, que amenazan con desbordarse en una crisis nacional al anunciar hace poco una tercera ola de protestas en su camino a Lima, que ha sido catalogada por Bolouart como “un peligro para la estabilidad del país”.
También, el caso brasileño al inicio de este año refleja fielmente el modelo “inaugurado” por Trump, donde, irresponsablemente, el expresidente Bolsonaro no solamente se negó a reconocer el triunfo de Lula y a entregar el poder como establece la ley, sino que -cobardemente- huyó antes a EU, desde donde dirigió la embestida contra la democracia brasileña a través de grupos afines, que irrumpieron violentamente en la sede de los poderes del estado. La acción del nuevo gobierno de Lula evitó mayores tragedias, aunque el daño estaba hecho.
Finalmente, otra nueva forma de actuar de la derechiza está gestándose ahora mismo en Guatemala, en pleno proceso electoral, cuando a semanas de haberse realizado elecciones generales (primera vuelta), diferentes instituciones del estado han ensuciado el proceso, no sólo para retrasar y alterar resultados, sino amenazan con eliminar a uno de los partidos (Semilla) y candidato, que legalmente debería participar en una segunda vuelta, en virtud de su ideología de izquierda. El hecho de que los candidatos de derecha hayan quedado fuera del proceso, sorprendió a todos, en especial a la derechiza guatemalteca, acostumbrada siempre a poner y quitar presidentes, y ahora hasta candidatos, ante la posibilidad real de triunfo de la izquierda.
Si bien, cada uno de estos casos son diferentes y responden a situaciones distintas, guardan importantes similitudes: 1) la pérdida de la mayoría por parte de las élites; 2) su derrota en procesos electorales; 3) el recurso del “fraude electoral” y el no reconocimiento al triunfo del contrario; 4) el contubernio de líderes, partidos y grupos de derecha para obstruir o destruir un gobierno y destituir al mandatario democráticamente electo; 5) la acción violenta dirigida a vulnerar la democracia y la estabilidad social.
Sin duda alguna, la derechiza, el nuevo fantasma de la región.
Mario Alberto Puga
Politólogo y exdiplomático