Aunque fue clara la superioridad profesional, técnica, experiencia, logros y capacidad política de Claudia sobre sus contrincantes, a veces avasalladora, que por momentos parecía una clase entre la profesora y sus alumnos -la contestataria y el sabelotodo-, el ejercicio no acaba de convencer a muchos. Es como si no nos atreviéramos a hablar, a discutir, mucho menos a debatir nuestras ideas como en otros países, sin pelear, sin ofender y sin denigrar. Parece que el mal no es sólo del género masculino, lo que decepciona un poco.
El formato sigue siendo acartonado, limitativo en tiempo y forma, con un escenario de programa de televisión de niños del canal once y dos moderadores que, si bien fueron dinámicos, pecaron en su deber al cortar el tiempo y las palabras finales de los debatientes, sin ningún criterio, además de que nunca recriminaron a los contendientes por sus ataques, ni insistieron en obtener respuesta a sus preguntas. Al final, el debate no cumplió con su objetivo fundamental: conocer las propuestas y programas de cada uno de ellos.
Ganó el morbo de los ataques por sobre las ideas, reflejo de lo que los medios de comunicación han establecido como línea informativa en estos últimos años: sólo la nota roja es noticia, lo bueno no existe. Ahí está el resultado.
Por lo demás, ganó la reafirmación de Claudia como la mejor candidata; sorprendió el éxito de Máynez al ser el mejor debatiente; y se confirmó la debacle de Xóchitl en todos los ámbitos: como candidata, como política, como profesional y como persona.
En el caso de Claudia, no hay duda de que aprovechó cada oportunidad para consolidarse como candidata y como política seria y congruente que reafirma su calidad de puntera -dicho por el diario Reforma hace unos días- lo que no tiene contentas a la oposición ni a la derechiza. Ahora también es la “Mujer de Hielo”, que más que una ofensa es un reconocimiento a su temple y carácter que igual puede compararse -guardadas las diferencias y los tiempos- con Margaret Thatcher, la “Dama de Hierro” del Reino Unido, allá por los años ochenta.
Claudia será la nueva presidenta de México y más vale que lo entiendan todos los sectores, incluyendo la derechiza, y comiencen a dialogar con ella a fin de terminar con la polarización política que no ha servido de nada al país. Ese es el primer reto de todos, y de Claudia en particular: superar esta etapa de polarización política y social.
En cuanto al candidato Máynez, que sorprendió gratamente, le diría tres cosas, en caso que haya una próxima vez: la primera, que cierre la boca y deje de enseñar la mazorca todo el tiempo, pues se ve totalmente fingido; dos, que en su afán de ser diferente -pues no le basta ser del género masculino- cae en el ridículo al intentar hablar en otro idioma que no domina y, seguramente, cometió algunas faltas de ortografía; tres, que alguna vez en su vida deberá usar corbata, a fin de parecer presidenciable, pues su estilo de chavo-nerd no le alcanza. Su punto fuerte es la elocuencia, pero le falta experiencia política. Tampoco tiene proyecto.
El caso de Xóchitl es el más dramático, pues desaprovechó la oportunidad en todos sentidos: como candidata no asestó el golpe en la mesa que toda la derechiza esperaba, especialmente, su maestro en maldad y mentiras, con el cual pensaban cambiar el rumbo de su candidatura. No pudo y creo que hasta ahí llegó.
Arribó al debate sin prepararse, descuidada y distraída, seguramente afectada por lo sucedido con su hijo, que fue expuesto a nivel nacional, y cuyo video sólo mostró una parte del gran desliz, que acabó con su carrera política antes de empezar. Entonces Xóchitl, la política, estaba enojada, no por saber quién se la hizo, sino quién se la iba a pagar, cargada con dos costales de lodo en su mecapal para dar y repartir a los otros candidatos, pero sobre todo a Claudia, nombre que repitió hasta el cansancio, convirtiéndola también en su karma. Me imagino cómo ha de ver pasado la noche, repitiendo una y otra vez ese nombre.
Como profesional, se olvidó de las formas, las ideas, las propuestas y su proyecto, que no es otra cosa que su experiencia personal, pues no les alcanzó, a ella y la derechiza, para preparar uno en todos estos meses. Y se dedicó a atacar a Claudia, pero -para su sorpresa-, Claudia tenía respuestas para todo, bien informada y sin engancharse, por lo que cada ataque lo revirtió, hasta hacerla enojar más y ponerla más nerviosa, enojada y rabiosa que, por momentos pensé iba a explotar.
Como persona, perdió todo en una noche; no pudo con la presión -como sucede a veces- y se mostró tal cual es: una mujer sin contenido y en soledad, pues no le importó a nadie más, ni siquiera a su equipo, que no la cuido. Y ahí está la imagen y la postura de ella, que salía a relucir cada que la cámara la tomaba lateralmente, donde se veía toda derrotada.
Ni qué decir de su mayor contradicción: creerse candidata ciudadana cuando en realidad está apoyada por el PRIANRD y, peor aún, toda la derechiza, donde algunos miembros ya comienzan a deslindarse sin ningún rubor. Hasta el águila se le volteó al final debate, como corolario a una noche trágica.
Lo dije desde el principio, Xóchitl no estaba preparada para esto; era demasiada responsabilidad, demasiada presión para tan poca experiencia política, especialmente al escoger el lado de los corruptos y los violentos, que le iban a exigir todo para aliviar sus traumas y delirios de poder. Los que creyeron que con un simple destello iban a convencer a todo un pueblo de votar por ella. Se equivocaron de mujer, de pueblo y de estrategia. Ahora hay que pagar la cuenta.
Lo siento por Xóchitl, porque en todo este proceso, donde ella eligió competir al lado de los que ahora la han dejado sola, ha perdido, por lo menos, sus raíces, credibilidad, el poco o mucho prestigio que decía tener, la paz familiar y, de paso, el debate y, seguramente, la elección presidencial.
La debacle del debate.
Mario Alberto Puga
Politólogo y exdiplomático