El triunfo avasallador de MORENA debe considerarse como el fin de la etapa bélica de la 4T y el inicio de la fase institucional

Sin duda alguna, el triunfo electoral de Morena en los comicios del pasado 2 de junio tiene como significado máximo la victoria de una batalla final que hace ganar la guerra, como la de independencia de 1810, la reforma de 1857 y la revolución de 1910.

Para los que no creían que este nuevo proceso de cambio y transformación, iniciado en 2018, tenía esa categoría, y esperaban que todo acabara en esta elección, se han equivocado rotundamente y lo están pagando a golpes de realidad y de verdad, que está llevando a muchos a la locura y, a otros, a la negación total, como es el caso de algunos vulgares intelectuales –como se hacen llamar ahora, para exculpar sus culpas y deslindarse del fracaso-. Y ahí están alito, alote, alucho y la otra, recriminándose unos a otros, sin entender su derrota y pronta extinción, pues su tiempo ha terminado.

La revolución pacífica se ha consolidado plenamente, con la Batalla del 2 de junio, que terminó claramente con el antiguo régimen, al vencer en 31 plazas de la república –a excepción de Aguascalientes-, donde los 36 millones de votos a favor de Claudia fungieron como las balas de este último enfrentamiento con que concluye la etapa bélica de la 4T. La debacle del PRIAN representa una derrota total, pues muy difícilmente podrán levantarse juntos o separados, y sin saber qué hacer con los millones de votos del anti AMLO.

Razonemos cada uno de estos hechos:

Primero, ¿es o no es una revolución pacífica? Me parece que sí, en el sentido de que ha expulsado a toda la vieja elite en el poder, igual a la burocracia dorada que administraba al gobierno y, sobre todo, venció la narrativa neoliberal con que se identificaron los últimos gobiernos del PRIAN. Y no solo eso; se reconformó un nuevo bloque de poder, con un nuevo grupo, encabezado por AMLO y MORENA, fortalecido con nuevos integrantes en ese bloque. Igualmente, el bloque se legitimó con una mayoría política y social, que ha hecho suyo el nuevo proyecto. Finalmente, una nueva narrativa comienza a dominar, para dar paso a la fase institucional y de paz, que le tocará encabezar a Claudia.

Segundo, cuando hablo de la etapa bélica, me refiero a todas las batallas que AMLO y su movimiento han librado como verdadero caudillo y ejército de esta transformación, donde enfrentó grandes enemigos, lo mismo la elite reaccionaria, los medios de comunicación ad-hoc, los mercenarios de la información, que las guerras y campañas sucias, así como los últimos reductos del viejo régimen, tales como el INE imperial, el INAI de cristal y una Suprema Corte de Justicia de la Nación soberbia, donde la Norma Piña lamentará por siempre el hecho de que ni siquiera se dignó saludar al presidente de la República. Hoy tendrán que pagar todos ellos y ellas sus errores y rencores. Cabe mencionar que, con la Batalla del 2 de junio, AMLO venció a todos esos enemigos.

Tercero, entre los muchos significados que guarda el triunfo de Claudia, primera presidenta de México, está terminar con esa etapa de guerra y confrontación que caracterizó los tiempos de AMLO -totalmente necesaria en un movimiento social y político de tal magnitud- para dar paso, con toda la legitimidad de su elección, a una nueva fase de la transformación, enfocada en la reconciliación social, la reconstrucción del tejido social, la superación de la violencia en el país.

De igual manera, Claudia tendrá que continuar y concluir todos los proyectos e iniciativas de AMLO, además de los propios o propias para consolidar esta transformación.

Sin duda alguna, la pregunta que todo mundo se hace es si Claudia tendrá que romper o no con AMLO para poder ser. Yo creo que no, aunque el destino –siempre caprichoso- ha puesto a prueba tal máxima al enfrentar a ambos ante la posibilidad de que la nueva mayoría calificada de MORENA apruebe, en septiembre próximo, así de fácil la reforma al poder judicial -como pretende AMLO-, como último golpe a sus enemigos, en especial, contra la Norma Piña, que ya huele a tepache o bien, exista un diálogo plural y abierto y la posibilidad de realizar algunos cambios a la reforma, en especial, con la elección de jueces, magistrados y ministros –como pareciera anhelar Claudia-.

Y lo primero que veo es que no habrá enfrentamiento, pues en el inicial encuentro entre AMLO y Claudia –ya como virtual presidenta electa- se acordó dar un espacio de tiempo para analizar la reforma al poder judicial, donde participarán todos los interesados. Si bien AMLO ha dicho que no cambiará ni una coma a su propuesta, lo cierto es que ya cedió a dialogar,

en formato de parlamento abierto, donde pudieran surgir propuestas interesantes o bien, argumentos para no poner a todo el sistema judicial a votación, pues ahí está el debate: elegir o no elegir a jueces, magistrados y ministros, que es lo que tiene nerviosos a todos, incluyendo a los mercados.

En mi opinión, la reforma al poder judicial es más que indispensable, no sólo por los retrasos históricos que presenta, además de los vicios y corruptelas que rayan en el desprestigio total del organismo, sino por la necesidad de contar con un poder renovado que responda a las necesidades del nuevo proyecto de nación. La recién encuesta de MORENA al respecto así lo confirma y obliga.

Por ello, creo que AMLO dejará –al final- que la reforma al poder judicial la decida la propia Claudia, como caballero que es y como prueba de que comprende que la etapa bélica de esta transformación –que él encabezó- ha ganado ya la guerra. Igualmente, su papel como último caudillo de México y primer presidente humanista de la república lo obliga a respetar a su sucesora.

La Batalla del 2 de junio ha dado la razón y la victoria al nuevo proyecto. No hay necesidad de pelear más, ni arriesgar todo lo construido.

MORENA está obligado a escuchar y valorar la opinión de las minorías, con la humildad de un buen ganador –como ha dicho Claudia-. De esa forma, dará mayor legitimidad a sus propuestas e iniciativas y al propio ejercicio del inmenso poder que el pueblo le ha dado.

Mario Alberto Puga

Politólogo y ex diplomático

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