Para los que no somos expertos, tecnócratas o especialistas en economía o en alguna de las muchas disciplinas ad-hoc, como las finanzas, los apellidos de Keynes, Friedman o Hernández no nos dicen mucho, más allá de modelos, teorías y doctrinas que dominaron el mundo capitalista -especialmente los dos primeros-, hasta finales del siglo pasado, cuando sus postulados eran seguidos por las respectivas escuelas y destacados alumnos, convertidos en presidentes, primeros ministros y hasta dictadores de algunos países y, sobre todo, ministros de finanzas o economía, empeñados a como diera lugar en que la realidad de sus naciones se adecuara al modelo.

A reserva de equivocarme, una de las diferencias fundamentales entre las doctrinas keynesiana y friedmaniana o monetarista es el papel del estado en la economía, donde la primera pugna por una intervención significativa a fin de promover la producción y el consumo, mientras la segunda privilegia al mercado como el factor decisivo para impulsar la economía. Es decir, el debate central es la participación o no del estado en la economía.

La razón -creo yo- de tal diferencia es que ambos personajes atestiguaron momentos distintos del capitalismo, pues mientras a Keynes le tocó lidiar con la gran depresión de 1929 en EU, a Friedman le correspondió la consolidación del capitalismo en el mundo occidental de la posguerra, donde el mercado se convertiría en la solución a todo el tema económico – financiero y mucho más.

Quizá una forma de condensar todo el pensamiento monetarista se encierra en una de las frases más importantes de Friedman -quien ganó por cierto el premio nobel de economía en 1976-, que establece que “la sociedad que antepone la igualdad a la libertad no obtendrá ninguna de las dos. La sociedad que antepone la libertad a la igualdad obtendrá buena parte de ambas”.

Lo dudo. Tal vez esa máxima pudo funcionar en algún momento de la historia de EU, con Ronald Reagan en la presidencia, y la Gran Bretaña, con Margaret Thatcher como primer ministra, e incluso en Chile pinochetista, al que Friedman asesoró por 7 largos años, pero al final cada experiencia tuvo consecuencias graves para esos países, las cuales estamos viendo ahora en Chile, para no ir más lejos, donde la exclusión del modelo de una parte significativa de la población lo ha llevado a fuertes protestas sociales, una nueva constituyente -encargada de redactar una nueva constitución- y, finalmente, a optar por un gobierno de izquierda hace poco.

Y todo esto viene al caso por la coyuntura actual que vive México, donde, si nos abstraemos por un momento de los ámbitos político e ideológico, en los que se desarrolla una batalla por imponer proyectos de nación contrarios -el neoliberal o el de la rectoría del estado-, encontraremos que, en el fondo, el debate teórico sigue siendo entre las escuelas keynesiana y monetarista, ambas, en mi opinión, rebasadas por la realidad del país, que reclama un modelo propio y viable en todos sentidos, no sólo en el económico. Esto es, el modelo Hernández.

Desde luego, el modelo Hernández tiene que tomar elementos de Keynes y Friedman, pero deben de ser los mejores para de ahí construir su propia versión, apegada a nuestra historia, realidad, idiosincrasia y necesidades de un México heterogéneo a más no poder, desigual por todos lados, excluyente por docena y contradictorio por naturaleza. Y estoy hablando de esos dos elementos fundamentales: la rectoría del estado, por un lado, y el mercado por otro, que para algunos puede sonar común, pero para un país como el nuestro sigue siendo la vía menos costosa.

Si dejamos que el estado avasalle la economía, como ya pasó en los años 70 y 80´s, mucho me temo que pronto tendríamos una gran crisis, pues la experiencia nos dice que ese modelo sólo es posible ahora con gobiernos autocráticos e incluso dictatoriales, que nadie desea. Pero tampoco la sociedad puede dejar en manos del mercado el destino de la economía, como sucedió en el último gobierno priista de este siglo, donde los Chicago boy´s abrieron y vendieron todos los sectores de la economía a la inversión privada -incluso la educación, la salud, la cultura, el petróleo y la energía-, sectores estratégicos y destinados a ser parte de una rectoría estatal sólo por congruencia histórica.

Es en ese sentido que la actual discusión sobre la reforma energética debe entenderse: como la oportunidad de alcanzar un acuerdo -el modelo Hernández-, donde ambas partes mantengan su máxima: la rectoría del estado y la participación privada. Si cada lado pretende imponerse al otro me temo que no habrá acuerdo y seguiremos en una batalla político – ideológica infructuosa y además estéril que, además de quitarnos tiempo, nos distrae de otras áreas también prioritarias, como es la seguridad, dónde -por cierto- ninguno de los dos modelos ha tenido éxito.

Se preguntarán los que han llegado hasta esta parte ¿y cuál es la doctrina o el modelo Hernández? Como ya mencioné, ni Keynes ni Friedman parecen haberse adaptado a la realidad mexicana, entonces hay que elaborar un nuevo modelo, si se quiere tropical, que tome lo mejor de ambas doctrinas -la rectoría del estado y el mercado- para construir una nueva teoría que no excluya a nadie, ni al estado, ni al mercado, ni a la mitad de la población mexicana. Ese es el reto de la negociación de la reforma eléctrica y, especialmente, del nuevo proyecto de nación que está en ciernes, donde la máxima es que nadie sea excluido.

Escogí el apellido Hernández porque, de acuerdo a estadísticas, es el más común en México, donde casi 5 millones de personas lo cargan orgullosos, lo que ejemplifica claramente un modelo propio, auténtico y representativo del México de hoy. Para los más exigentes, y a la vez tradicionales, que requieren igual de un nombre propio completo, les diría que el nuevo modelo debe identificarse como Juan Hernández, también el nombre más común en México.

Al final, ni John Maynard Keynes, ni Milton Friedman, el modelo a seguir es el de Juan Hernández.

Politólogo y exdiplomático.

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