Mi familia y yo nos acostumbramos a ver a Cristina Pacheco, luego de que un querido amigo de la universidad me la presentó por televisión -hace más de 40 años- y me preguntó si yo también veía su programa “Aquí nos tocó vivir”, a lo cual contesté que no, pero que lo haría a partir de entonces, pues su personalidad, su estilo y su sencilles me cautivaron desde entonces.

Eran aquellos tiempos en que la televisión comercial dominaba todavía las pantallas, teniendo como opción, únicamente, a Imevisión o canal trece -no recuerdo-, como apuesta estatal o bien, el canal once que no acababa de atraer al público general. La televisión de entonces era un reflejo de lo que pasaba en la política mexicana, con un partido hegemónico y pocas opciones para el que pensaba o actuaba diferente, que vio en Cristina Pacheco a una periodista distinta, elocuente y capaz de hacer hablar hasta a las piedras, es decir, a aquellos ciudadanos de a pie a los que todos ignoraban, especialmente, desde el poder. Ella les dio esa oportunidad, como una pequeña rendija democrática, para expresarse libremente, mostrando lo más íntimo y mejor de los mexicanos.

Recuerdo que, en pleno sismo de 1985, ella recorrió varios de los predios destruidos -parte de la Unión de Vecinos de la colonia-, sin importar los riesgos, a fin de transmitir las voces de los damnificados y conocer lo que hacíamos, pues varios de los predios enfrentaban demandas por parte de los caseros que, sin saber cómo, la destrucción de vecindades y edificios los beneficiaba, al no haber ya materia de arrendamiento, por lo que, fácilmente podían tomar posesión del terreno.

Cristina quedó sorprendida del valor y arrojo de los vecinos que, aún en las peores condiciones, arriesgaron todo por permanecer en su barrio. Ahí la conocí en persona y admiré más su trabajo.

Antes de salir de México, en 1992, la vi varias veces en foros culturales, presentación de libros y otros eventos, donde no se sentía tan a gusto como en la televisión, con su gente de a pie. Incluso, una vez la vi molestarse cuando otra colega quiso ser graciosa e hizo un juego de palabras con su apellido, como si estuviera escribiendo uno de sus chistosos libros, pero que no alcanzó a sacarle ni una mueca, menos una sonrisa, de su cara -a veces- inexpresiva y sus ojos profundos casi a punto de explotar. Otra amiga que trabajó cerca de ella me dice que es enojona, pero vuelve a ser ella de inmediato.

Me encantó verla enfrentar la adversidad cuando en su programa “Conversando con Cristina Pacheco” -en vivo-, su invitado, el poeta Jaime Sabines, llegó retrasado casi 30 minutos, en los que ella -con todos los recursos a su alcance- habló, habló y habló de todo lo que le salía de su mente, mientras su cara desesperada miraba a sus colaboradores con la esperanza de que le hicieran señas de que el invitado había llegado. Seguramente fueron los minutos más largos de su vida, que sorteó con el don de la palabra, pues, como yo, los televidentes estábamos más entretenidos con ella que con la entrada del invitado. Luego de un corte, Cristina recibió finalmente al poeta Sabines con un “como siempre Jaime, llegas tarde a mi vida”, que nos hizo sonreír a todos y alzar las cejas a varios.

En el extranjero la seguí en su Mar de historias, que publicaba semanalmente, con cuentos que suplían para mí su programa sabatino que no podía ver regularmente, por razones comerciales de las empresas de cable.

Desde que regresé a México, hace 4 años, volví a verla y conectarme a sus programas, pero algo pasó que ya no era igual. No sé si era ella o yo, como dirían los clásicos, pero la pandemia le impidió salir a las calles en busca de protagonistas de sus historias, que ahora entrevistaba desde su casa, no sé si ahí se enfermó también.

Sí, sí creo -como dijo ella- que retirarse ha sido la decisión más difícil que ha tomado en la vida, por razones de salud, aunque con la sabiduría de quien sabe irse a tiempo, en plena vigencia, pues su trabajo nunca pasará de moda, como lo muestran esos 50 años de emisión e impacto en la sociedad, que ya quisieran otros aferrados. Es, efectivamente, el fin de una era, la era Cristina.

Siempre me pregunté cómo serían sus días en pareja con su adorable José Emilio Pacheco, grande también en las letras mexicanas, pero como ya no está él y creo que ella tampoco lo dirá, me puedo imaginar sus diálogos de un día cualquiera al llegar a casa:

Ella:  Hola José Emilio, ¿cómo te fue hoy, terminaste tu libro o no? Ya te faltaba poco.

Él:     No, no pude, tuve que atender otros asuntos. ¿Qué hay de comer?

Ella:  Sopa de letras, tantas que podrás hacer un cuento corto. O si estas romántico, preparé también un espagueti tan largo y al dente, que podrás escribir, en manuscrito, hasta un poema de amor.

Él:     Y a ti que tal, ¿descubriste otro personaje en la calle?

Ella:  Claro, cientos, pero no sé por cual decidirme, si por el señor cilindrero que toca en el centro o bien, por el guitarrista que casi me enamora con su estilo romántico de antaño. Anda solito por las calles, en busca de enamorados a quienes dedicarles una canción, pero dice que ya no hay, puros locos hablando solos a través de un alambre o, peor aún, de unos audífonos.

Él:     El amor nunca pasa de moda, simplemente cambian las formas de hacerlo o manifestarlo. Hoy la gente se enamora por internet, el facebook o el teléfono celular. Quien te dice que los que hablan solos no aman.

Ella:  Sí, claro, los jóvenes de hoy serán los viejos del mañana, aunque yo prefiero una canción, una flor, un poema, hasta un cuento como vehículo del amor. Por eso me enamore de ti, por romántico. ¿Y tú porque te enamoraste de mí?

Él:     Ya lo sabes mujer, por tu cabello, siempre dispuesto a la rebeldía cotidiana, despreocupado de la moda y en busca de la libertad.

Ella:  ¿qué vas a leer esta noche?

Él:     uno de tus cuentos. ¿Y tú?

Ella:  una de tus novelas.

Él:     Entonces nos vemos más tarde en nuestros sueños

Politólogo y exdiplomático

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