Leí con sorpresa, hace algunas semanas, que un candidato de izquierda en Guatemala, Bernardo Arévalo, había sorprendido en las elecciones presidenciales de primera vuelta, al que luego la derechiza de ese país quiso arrebatarle su pase a segunda vuelta -realizada el pasado 20 de agosto-, donde resultó triunfador absoluto al obtener el 60% de los votos, por lo que será presidente de la república para el periodo 2024 -2028.

Ahí venció a la eterna candidata Sandra Torres que, según yo, era socialdemócrata, con su partido Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), pero que ahora fue apoyada por toda la derechiza a fin de evitar la derrota del llamado “pacto de corruptos”, que gobierna al país desde hace años, y cuyo candidato había quedado fuera de la contienda.

Sinceramente, yo tampoco vi venir ni sabía de donde salió el ahora presidente electo, pues cuando abandoné Guatemala (2013) no existía el Movimiento Semilla, ni tampoco recuerdo a Bernardo, hijo del expresidente Juan José Arévalo, que gobernó el país entre 1945 - 1951, en el llamado periodo de la “primavera democrática”, junto al gobierno de Jacobo Árbenz, que lo sucedió en el cargo hasta el año 1954, cuando fue derrocado por los Estados Unidos y las fuerzas armadas del país, ante el temor al comunismo.

Por cierto, Arévalo y Árbenz son los únicos héroes del siglo XX que recuerda la historia del país -repleta de villanos-, junto a la llamada Revolución de Octubre de 1944, que derrocó al gobierno de facto de Federico Ponce Vaides, y dio paso a las primeras elecciones libres y democráticas en ese país, que vivió así los 10 años de la “primavera democrática”.

Durante mi estancia en Guatemala (2006 – 2013) entendí cuatro cosas fundamentales de su sistema político: primera, que no existe sistema político, sino una red de intereses y corrupción; segunda, que hablar o ser de izquierda estaba prohibido todavía; tercera, que ningún partido político había sido capaz de repetir en el gobierno, desde el regreso a la democracia en 1985; cuarta, que a los presidentes los ponía y quitaba el CACIF -máxima organización empresarial-, en representación de toda la derechiza, cada 4 años, como si fueran sus gerentes, pues consideran que el gobierno es su empresa.

Sobre la red de intereses y corrupción en que se ha convertido el sistema político guatemalteco, lo primero a entender es su volatilidad, en el sentido que no existe una clase política permanente, pues en su mayoría, los cargos

en el gobierno han sido ocupados por empresarios y advenedizos, que vienen y van cada 4 años, sin dejar huella. Entonces los políticos del momento saben y entienden que hay que vaciar las arcas antes de que su tiempo se acabe, pues no permanecerán. Igualmente, los periodos presidenciales cuatrianuales no dan lugar a terminar ningún proyecto de mediano o largo plazo, pues viven al día, por lo que no hay continuidad y el país se reinventa cada 4 años. Asimismo, en esa red de corrupción también entran los otros poderes, tanto el legislativo, como el judicial, que han legalizado -de una u otra forma- el asalto al erario y la impunidad.

Un ejemplo que me dejó helado fue aquella vez en que un conocido empresario, de apellido y linaje, me dijo con toda naturalidad -como si yo fuera su cómplice- “ya cayó la vicepresidenta”, refiriéndose a Roxana Baldetti, entonces aliada del presidente Otto Pérez Molina, a la que un grupo de empresarios había ofrecido dinero para obtener algún favor y ésta había aceptado, por lo que “estaba en sus manos”. Si no recuerdo mal, una investigación de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) confirmaría unos años más tarde que, tanto Pérez Molina, como Baldetti, encabezaban una banda bien organizada en las aduanas del país, con millonarias ganancias, por lo que fueron condenados a 16 años de prisión, donde seguramente mantienen su relación criminal.

Sobre la prohibición a ser de izquierda, baste recordar que luego del periodo de la “primavera democrática”, lo que siguió en Guatemala fue un terrible genocidio o conflicto interno armado entre los gobiernos o dictaduras militares y la guerrilla, que duró 36 años, donde murieron cerca de 200 mil personas, en su mayoría, población civil. México se vería involucrado indirectamente en esa etapa cuando dio refugio a miles de indígenas guatemaltecos en su territorio, que escapaban de una despiadada persecución política, especialmente, en tiempos del dictador Efraín Ríos Mont, entre 1982 -1983.

Muchos años después, la entonces Procuradora de Derechos Humanos, Claudia Paz y Paz, trataría de enjuiciar y condenar a Ríos Mont por sus crímenes, pero el general tuvo suerte y murió antes.

En cuanto a que ningún partido político ha podido repetir en el gobierno, es obvio que el desgate político, los actos de corrupción y la impunidad imperante acaban con cualquier movimiento, por más bien intencionado que parezca, por lo que siempre será un reto difícil de superar, especialmente

para un gobierno nuevo y de izquierda, como será el de Arévalo. Por ello, la prioridad para Bernardo será transformar ese sistema corrupto, así como rescatar las instituciones, lo cual parece toda una cruzada, con la diferencia y ventaja de que el nuevo presidente tendrá como aliado al pueblo, harto, cansado y deseoso de un verdadero cambio.

Sobre el poder del CACIF, creo que poco a poco ha disminuido su influencia o tino al elegir candidato, ya que luego del presidente Oscar Berger (2004 – 2008), le sobrevino el sorpresivo triunfo del socialdemócrata Álvaro Colom Caballeros (2008 – 2012); el impensable regreso de un militar en retiro como fue Pérez Molina (2012 – 2015); el insólito caso del comediante Jimmy Morales (2016 – 2020); y finalmente, la degradación total con un Alejandro Giammatei (2020 – 2024), al que también apoyó con fuerza y que, en opinión de muchos, “ha sido el peor”, que ha obligado al pueblo a decir basta, eligiendo a un candidato de izquierda, prueba de que se ha perdido el miedo al comunismo, la corrupción y la impunidad.

En tal sentido, el nuevo gobierno de Arévalo significa una gran oportunidad de redención social y política para el país, donde la mayoría de la población así lo exige, aunque para ello tendrá que enfrentar muchos enemigos, comenzando con el tribunal electoral que, al tiempo que lo reconoció como presidente electo, le arrebato la personalidad jurídica del Movimiento Semilla.

En mi opinión, Bernardo deberá encabezar -como lo hizo su padre- otra nueva revolución, esta vez pacífica y permanente, capaz de transformar al país, teniendo como su mejor aliado al pueblo chapín, que le ha dado su voto y confianza. Esto es, pasar de la Guatemala a la Guatebuena.

Suerte Muchá.

Mario Alberto Puga

Politólogo y exdiplomático

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