Una vez concluida la jornada electoral intermedia 2021, cuyos resultados -algunos lógicos, otros no tanto- dan pie a todo tipo de comentarios e interpretaciones, cuesta trabajo hablar de grandes triunfos y grandes fracasos, pues en esencia, cada una de las coaliciones y partidos políticos ganaron algo y perdieron algo, por lo que no caben campanas al vuelo ni cohetes y luces por ningún lado de la contienda.

Y este debiera ser uno de los principios de la nueva realidad del México democrático, en el sentido de sustituir el concepto fatalista del todo o nada, del negro o blanco, del bueno o malo, del demócrata o dictador, que rige el comportamiento diario de los mexicanos, incluida su clase política. En su lugar, debiera utilizarse un nuevo enfoque que privilegie los intermedios, donde generalmente se encuentra el acuerdo y hasta el consenso de las grandes discusiones, con objeto de distender la polarización política y social que enfrentamos todos. Esto es, habrá que acostumbrarse a ganar perdiendo o a perder ganando.

Si analizamos las elecciones a diputados federales y tomamos en cuenta los números y las tendencias existentes hasta ahora, confirmaremos que ambas coaliciones ganaron algo y perdieron algo. En el caso de MORENA, que obtuvo la mayoría simple por sí solo (34% de los votos), que lo reafirma como primera fuerza política, perderá, no obstante, la mayoría absoluta que obtuvo unitariamente en 2018. Si bien, esa mayoría se mantendrá con la ayuda de sus aliados -el PT y el verde-, se confirma que no alcanzará para lograr -a priori- la mayoría calificada al interior de la cámara, por lo que tendrá que buscarla al momento de negociar o votar alguna iniciativa.

En el caso de la oposición, encabezada por el PAN, puede adelantarse como una ganancia el hecho de que esa alianza tendrá más diputados de los que actualmente posee, aunque, en su conjunto, seguirá lejos de alcanzar una mayoría absoluta, principal objetivo en esta elección, mediante su estrategia de candidaturas únicas. En lo individual, el PAN obtuvo el 18% de los votos, es decir, casi la mitad de su principal contrincante. Asimismo, hay que resaltar que tampoco funcionó el discurso violento o de miedo, ni el llamado voto útil, para descarrilar el proyecto de la 4T, tal y como esperaban sus detractores. Simplemente se trató de una mayor votación a su favor. Ganar perdiendo o perder ganando.

Sobre las elecciones a gobernador o gobernadora, los datos indican una tendencia favorable a MORENA en 11 de las 15 posibles, lo que puede verse como una clara ganancia, pero también como una pérdida, si se toman las proyecciones iniciales de carro completo, como no se cansa de señalar la oposición y algunos analistas ad-hoc. En cuanto a la alianza opositora, también podría verse como triunfo individual del PAN haber mantenido sus dos reductos -Querétaro y Chihuahua-, pero desde luego también como una pérdida en el caso de Baja California y Nayarit, que le fueron arrebatadas por MORENA. Más grave aún es el caso del PRI, que perdió las 8 plazas en que gobernaba, que lo convierte en verdadero damnificado local. En cuanto a los triunfos de MC y los verdes, en Nuevo León y San Luis Potosí, respectivamente, se ratifica que los viejos liderazgos también están sucumbiendo ante el empuje de fuerzas emergentes, que reafirma a la alternancia como un nuevo común denominador en nuestra democracia. Ganar perdiendo o perder ganando.

La gran sorpresa de esta elección intermedia es, sin lugar a dudas, el resultado en la CDMX, donde MORENA perderá 6 alcaldías a manos del PAN, de las 13 que mantenía, en lo que parece más un voto de castigo que un referéndum al gobierno de AMLO. Ahí habría que agregar por lo menos 3 factores que explicarían más claramente la pérdida de Morena: uno, la selección de candidatos, responsabilidad del partido; dos, el exceso de confianza, responsabilidad de todos; y tres, la falta de respuesta a los ataques de la oposición. Este tema requiere un análisis más profundo y aparte, por lo que ahí lo dejaré.

Sobre los demás partidos en lo individual sólo reiteraré que también hubo pérdidas y ganancias: el PRI, a pesar de la debacle en las tres elecciones, logrará sobrevivir con más diputados, menos gubernaturas y pocas alcaldías, gracias a su alianza con el PAN y a su habilidad para disfrazarse de demócrata, aunque sin poder quitarse el traje de rayas que le queda al pelo; el PRD tendrá ahora que profesar la religión católica, luego de tantos rezos y promesas hechas para mantener el registro, así como acompañar a los panistas a una peregrinación a La Villa y de rodillas, a fin de agradecer los favores; el PT verá con satisfacción el trabajo realizado en la alianza de gobierno, donde le tocó llevar los hielos; el verde, aprovechará la ocasión para incrementar sus tarifas, luego de constatar su eficacia en las apuestas; el MC despertará de su sueño, pues gracias a su independencia ideológica y política, bailará solo toda la fiesta. Finalmente, los partidos nuevos perderán sus registros en vista de que sus ofertas políticas no convencieron a nadie, y tendrán que subirse a uno de los trenes ya en marcha.

En conclusión, una elección intermedia que no tuvo nada de histórica, pues como deben saber todos aquellos que lo adelantaban, la historia no se planea, ni se predice, más bien se hace a base de hechos extraordinarios que rebasan lo cotidiano. Tampoco fue la más grande en participación, pues quedó corta si la comparamos con alguna otra intermedia del pasado.

En esencia, hubo cambios, aunque no los suficientes para alterar el rumbo, pues lo fundamental permanece: MORENA seguirá gobernando y avanzando en su proyecto con o sin mayoría calificada en el congreso; la oposición -especialmente el PAN- se fortalecerá, pero sin representar una amenaza real, pues sigue muy debajo de su rival. La excepción es la CDMX, donde claro que sorprendió y dolió el resultado, no únicamente por el voto en contra y en territorio vanguardia de la izquierda desde hace 24 años, sino porque ese voto también huele a traición y venganza de algunos sectores, no sólo contra AMLO, sino –más grave aún- contra un proceso.

En todo caso, y para efectos de esta elección, sólo se podría hablar de triunfos y fracasos, en el sentido amplio del término, por ejemplo, en la participación ciudadana, que rebasó el promedio para una elección intermedia; por otro, la organización de la misma, que garantizó la apertura del 99% de las casillas en todo el territorio, así como el trabajo de cerca de 1.4 millones de personas, que fungieron como funcionarios de casilla, y que marca -de paso- que la razón del INE es técnica y no la grilla de sus consejeros.

En el caso de fracasos, tiene que subrayarse, en el mismo sentido, a la violencia, que fue derrotada por una sociedad fortalecida y políticamente empoderada, que cuidó mejor que nadie la transparencia de esta elección, a pesar de los llamados destructivos de los partidos y sus ideólogos.

Ganar perdiendo o perder ganando es la lección más importante de este proceso electoral, donde todos ganan algo, donde todos pierden algo. Lo importante es aprender y aceptarlo, como parece sucederá. Superemos el fatalismo.

Politólogo y ex diplomático.

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