Una de las decisiones más importantes que ha tomado el gobierno de AMLO -y que ha sido ampliamente criticada- ha sido el uso del ejército en temas de seguridad pública, a través de la nueva Guardia Nacional, así como otras muchas tareas asignadas de manera directa y oficial, pues recuerdo que el anterior General Secretario pedía a gritos se establecieran reglas claras que le permitieran actuar en ese sentido, ya que, en la práctica, ocurría tal hecho.

Y aquí vienen a mi mente las palabras de algunos agregados militares que me toco conocer en el exterior, en el sentido de referir que, tanto en los grandes, como en los pequeños operativos que hacían las policías y autoridades estatales y municipales, siempre se recurría al ejército de la zona, como apoyo a los mismos, ante la falta de protocolos y fuerza para lograr el cometido que, al final de cuentas, terminaban dirigiendo y controlando los militares, como consecuencia de una mejor inteligencia, disciplina y capacidad operativa y bélica.

Probablemente, ese fue uno de los argumentos que esgrimieron los militares y marinos para convencer a AMLO de ser una mejor opción, así como tomarlos de aliados cercanos, luego de confirmar que la radiante policía federal -que en ese momento (2018) se hallaba en huelga o paro por mejores condiciones- no garantizaba siquiera el esfuerzo de intentarlo. La detención posterior del flamante director de esa policía confirmaría que AMLO no se equivocó, más bien cambió de opinión.

El gran viraje vino pronto -no traición, ni mentira, pues en esa lógica todos los sabios que cambian de opinión serían traidores y mentirosos-, y AMLO optó por sumar al ejército y la marina no sólo como aliados de su gobierno, sino como partes fundamentales del nuevo bloque de poder, si entendemos tal concepto gramsciano como la alianza de fuerzas (clases sociales, fracciones de clase, grupos sociales), con intereses y propósitos comunes, encabezado siempre por una burocracia política, que lo dirige y representa, así como ejerce el poder del Estado.

En el caso del México actual, ese nuevo bloque de poder expulsó de su seno a una vieja estructura política, constituida por un PRI podrido, con todo y sus neoliberales, así como a un PAN cómplice, por un renovador movimiento de Morena; igual ha sacado a la burocracia dorada de la administración del Estado, sustituyéndola por otra burocracia social; al tiempo que ha

cambiado a los grupos empresariales tradicionales, por solo empresarios individuales que colaboran en los grandes proyectos, sin ejercer un poder político propio; además de prescindir de una prensa ad-hoc que actuaba como su vocería.

Ahora, ese nuevo bloque de poder ha incluido a nuevos miembros, como son el ejército y la marina que, si bien constituían antes un poder fáctico, se mantenían por fuera del bloque. Hoy son parte fundamental del mismo, aunque siguen a la orden del poder civil de su comandante en jefe. No, no estamos hablando de “militarismo”, sino del uso de las capacidades técnicas de ambas instituciones en las grandes obras de gobierno. Es decir, se trata de un nuevo bloque de poder, con nuevos miembros, que por sí mismo, significa una gran transformación.

Generalmente, un nuevo bloque de poder aparece luego de una revolución violenta, donde el enfrentamiento entre las fuerzas tradicionales y nuevas llevan a la transformación y renovación de ese bloque, con los nuevos grupos ganadores de la historia. Así sucedió en la guerra de independencia, que expulsó a los españoles del territorio en 1821 a manos de los llamados criollos; en la reforma de 1857, en la que el clero perdió todos sus poderes y privilegios; y en la revolución de 1910, que acabó con la clase terrateniente, con todo y sus científicos porfiristas. Curiosamente, todas estas transformaciones concluyeron con una nueva constitución política -1824, 1857 y 1917-.

Lo novedoso en esta cuarta transformación es que ha sido pacífica, donde las balas fueron cambiadas por votos, que permitieron el arribo de un nuevo grupo al poder con toda la legitimidad y fuerza de una revolución que apenas va cimentando el camino, que quizá incluya una nueva constitución, que garantice todos los avances y logros alcanzados hasta el día de hoy.

La inclusión de las fuerzas armadas en ese nuevo bloque de poder tiene varios significados:

Primero, la necesidad de un renovado enfoque en materia de seguridad, que no sólo se limite al tema per se, sino a una seguridad multidimensional, donde todas las capacidades desarrolladas por soldados y marinos sean plenamente aprovechadas, especialmente las técnicas, aplicadas a las grandes obras estratégicas del estado mexicano. Por eso se ven por todos

lados, construyendo y administrando proyectos, pues también tienen la capacidad para ello.

Segundo, es obvio que AMLO descubrió esas nuevas capacidades de militares y marinos que, combinadas con el espíritu, la disciplina y la formación de grupo -los más confiables y cercanos al pueblo-, dieron la garantía para confiar en su acción y efectividad para encargarles grandes empresas. Por ello, es incorrecto hablar de “militarismo”, pues lo que hacen marina y defensa es construir paz, si consideramos a las grandes obras como zonas de desarrollo, no de guerra ni enfrentamiento.

Tercero, la obligación del estado de sustituir los cuerpos policiacos, deteriorados y desacreditados, llevaron a la creación de la Guardia Nacional en 2019, cuya etapa de preparación -logística y posicionamiento- está a punto de concluir, donde falta definir si queda como parte de la estructura militar o bien, vuelve al ámbito civil, donde corre el riesgo de repetir el fracaso de la policía federal, al quedar fuera de la mística, espíritu y formación militar, de donde proviene su fuerza. Esa es la gran discusión.

Tampoco se puede hablar de “gobierno militar”, pues para ello habría que tener a uno de esos generales sudamericanos o centroamericanos del siglo pasado en el poder, que no es el caso. Estoy seguro, que lo primero que haría un “gobierno militar” sería acabar con la oposición, la prensa y los enemigos, no precisamente con palabras; lo que tampoco es el caso de México, donde se goza de plena libertad de expresión, hasta para atacar y denostar al propio presidente, como hacen los críticos de mala fe.

Entonces, lo único que queda por entender es que estamos ante la consolidación de un nuevo bloque de poder, luego de la revolución pacífica del 2018, donde se ha incluido a militares y marinos en el mismo, con todas sus capacidades técnicas al servicio de los grandes proyectos de la nación.

Es de sabios cambiar de opinión y de no sabios aferrarse al pasado.

Mario Alberto Puga

Politólogo y exdiplomático

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