Da vergüenza ajena ver lo que queda del PRI, atrapado entre su inevitable destino y los esfuerzos de un pillo presidente del otrora gran partido para rescatar por lo menos el membrete y las prerrogativas electorales y económicas del financiamiento público, pues, políticamente, el colectivo está destruido y abandonado a su suerte.
Es como ver al majestuoso Titanic hundirse, mientras el capitán y su tripulación roban todo lo que pueden, entre joyas, dinero y obras de arte, que ingenuamente piensan cargar en una lancha escondida y destinada para el escape, sin importar para nada el resto de los pasajeros, y que igual se hundirá por el peso. Pero la avaricia y el poder puede más que la razón, como ha sucedido en la mayoría de las crisis políticas del PRI, negándose siempre a una verdadera reforma.
Desde mi infancia, el PRI siempre ha estado asociado a malos recuerdos y, estoy seguro, que también a muchos de mi generación, las anteriores y las posteriores, pues 70 años en el poder abarcan casi 5 procreaciones de mexicanos. La maldición siguió en la juventud e, inevitablemente, en la etapa adulta, que coincidió con la mayor parte de mi vida laboral y, sobre todo, con la última de las crisis priistas, al final del siglo XX.
Todo comenzó con lo sucedido en Tlatelolco en 1968, cuando el gobierno en turno acribilló a cientos de estudiantes, cuyo delito era pensar diferente y demandar cambios. La respuesta fue brutal, desproporcionada y criminal, donde hasta yo -a mis 9 años- me indigné y tomé mi primera posición política en contra del sistema. Igual, tal hecho hizo -a los hijos del 68- seguir su ejemplo y buscar otros caminos para democratizar a México, a través de la educación universitaria y la movilización social.
Luego vinieron las crisis económicas, las devaluaciones y las mentiras de los gobiernos priistas, durante las siguientes casi tres décadas, donde nos acostumbramos, de poco en poco, a ser pobres y más pobres en cada ciclo sexenal, cuando el sistema expiaba sus culpas con jugosas ganancias por los golpes a nuestra moneda. La pobreza de los mexicanos se la debemos también al PRI, no sólo por las inflaciones de un nuevo modelo económico, sino por la nefasta manipulación y control de la clase obrera, cuyo eterno líder -Fidel Velázquez- defendía siempre el no aumento al salario mínimo, para no afectar la economía, que llevó a perder más del 70% de su poder adquisitivo.
Recuerdo perfectamente la cara de desesperación de mi padre, en cada devaluación, que renegaba de su suerte como parte de la clase obrera, y del “maldito gobierno” -como él decía-, pues lo que antes alcanzaba para una familia de 6, ahora sólo servía para comer y vestir a duras penas. Cuando terminé la secundaria, me dijo con dolor que ya no podía apoyarme con la preparatoria; lo que entendí como un llamado de auxilio, por lo que inicié mi etapa laboral desde los 15 años, al igual que muchos de mi generación, forzados por las malas decisiones de los gobiernos priistas. Incluso, la llamada liberación femenina de esos tiempos fue, realmente, una forma de expulsar a las mujeres del hogar hacia el inhóspito mercado, pues el dinero no alcanzaba.
Tampoco se me olvida aquella imagen del presidente López Portillo, al término de su sexenio en 1982, derrotado, altivo y falso, luego de ser traicionado por los banqueros y demás secuaces ante una de las más dolorosas devaluaciones del peso, que lo hizo decretar la nacionalización de la banca mexicana para evitar -dijo él, de manera tardía- el saqueó. Hasta lloró y prometió entre lágrimas que defendería el peso “como perro”, que me llevó a visualizarlo en cuatro patas, ladrando y protegiendo su hueso en forma de moneda o billete de a peso.
A la descomposición de la economía, se le sumarían los grandes actos de corrupción, a los cuales también nos acostumbramos en el priismo, cuyo ejemplo se extendió como pandemia entre la sociedad, que veía en ese mal el remedio para salir de los muchos baches administrativos y sociales de un gobierno ineficaz y burocrático. Ya al final del siglo XX vinieron los asesinatos políticos, como otra forma de mantener el poder dentro de las filas de un PRI que se caía a pedazos.
La llegada de los neoliberales al poder solamente alargó la agonía del sistema, con el contubernio del PAN, cómplice del PRI desde 1988, primero, avalando el fraude electoral de ese año; luego, inaugurando las concerta-cesiones políticas de los noventa; y, finalmente,
maquinando una falsa y controlada transición política en el año 2000 que, a mentadas y patrañas, “sacó al PRI de Los Pinos”. Por cierto, 36 años después el PAN reconoce hoy que haberse aliado con el PRI fue un error histórico, ya que ha perdido la identidad, los principios y hasta los calzones.
Hoy, el PRI se debate entre la vida y la muerte, donde los pocos cuadros honrosos se han ido; los que quedan, están aislados y sin fuerza para enfrentar al pillo de Alito que, gracias a sus marrullerías -no arte ni sabiduría, como oí por ahí-, tiene controlado a su partido, sus órganos y su militancia, que ya reformó sus estatutos para reelegirse hasta dos veces más, es decir, hasta el 2032.
Sin duda alguna, un final de película digno de la trágica historia del Titanic, adaptada a México con el nombre del PRItanic, donde el protagonista Alito DicaPRIo trae a la pobre Rosa cargada con diamantes robados, recorriendo el barco y pateando a todos los que se atraviesan en su camino, para dirigirse a la proa del mismo, teniendo de fondo una banda norteña que canta corridos tumbaos, y donde -supuestamente- lo recogerá una lancha salvadora, también cargada de riquezas ajenas que, al ver la magnitud del hundimiento, decide abandonarlo a su suerte.
Al final, DicaPRIo y Rosa yacen abrazados en el fondo del mar, con los diamantes dispersos a su lado que, caprichosamente, han formado una seguidilla de letras: RIP.
El PRI ya hizo todo el bien y todo el mal del que era posible. Dejemos que se hunda completito y, con él, todos los malos recuerdos.
Mario Alberto Puga
Politólogo y exdiplomático