Desde el triunfo electoral de Claudia Sheinbaum, el pasado 2 de junio, se me vino a la mente el título “El político y el científico” -en este caso científica-, del economista y filósofo alemán Max Weber, particularmente, por la alusión a los perfiles académicos de ella y AMLO o AMLO y ella que, definitivamente, invitan a la reflexión.
El primer problema que encontré es que mi memoria sólo recordaba algunas ideas generales del mencionado libro, que no daban para cumplir mi propósito, que es explicar cómo han evolucionado ambos conceptos en México en estos cerca de 100 años de distancia y cómo -quizá- ambas actividades podrían ahora complementarse en la figura de Claudia, como principal hipótesis. Y si ese perfil pudiera ayudar o no a gobernar de mejor manera, como segunda hipótesis.
El otro problema fue comenzar a releer el libro, pues recordé que Weber, en sus larguísimas conferencias, hablaba en su calidad de sociólogo, economista, filósofo y científico, por lo que era difícil de comprender. Al fin lo hice y redescubrí lo siguiente:
Uno, por el título de la obra, “El político y el científico”, uno pensaría que Weber se refiere a ambos temas a la vez, pero en realidad, se trata de dos conferencias: la primera, de nombre “La política como vocación” y la segunda, “La ciencia como vocación”, donde aborda cada concepto por separado. Si bien, describe al detalle las cualidades de uno y otro, al final establece una cierta incompatibilidad entre ambos campos, cuando abiertamente indica que “la política debe quedar fuera de las aulas”, pero tampoco -dice- “los profesores deben hacer política en las aulas y menos que nunca al ocuparse de la política desde el punto de vista científico”.
Dos, en ese momento -las postrimerías del siglo XIX y principios del siglo XX- la mayoría de las sociedades europeas habían ya consolidado el proceso de transformación, donde el nuevo estado nación se imponía por todos lados a las viejas sociedades feudales. Además de que los señores y los príncipes abrieron paso también a una nueva figura de asesores o políticos profesionales, al entender que la política era algo así como “la dirección o la influencia sobre la trayectoria de la nueva entidad, esto es, en nuestros tiempos: el Estado”. Decía Weber que las
cualidades del nuevo político profesional eran la pasión, el sentido de responsabilidad y la mesura.
Tres, sin embargo, si cruzamos ambos escritos, Weber deja abierta la puerta del tiempo al vislumbrar una cierta complementariedad de ambos campos del conocimiento, ya que los aportes de la ciencia, que siempre tienden a superar lo ya creado, pueden coadyuvar al incremento en la ejecución de los proyectos que soportan la acción del político. Para Weber, la objetividad de la ciencia aumenta considerablemente los parámetros razonables, a fin de que la actividad del político se ubique dentro de márgenes más realistas. Hasta aquí de Weber.
Desde luego, ambos conceptos -política y ciencia- han evolucionado de diferente manera en el mundo y, particularmente, en México, donde encontramos un momento crucial con el Tata Cárdenas (1934 – 1940), quien no sólo gobernó con pasión, responsabilidad y mesura revolucionaria -pregúntenle a las compañías petroleras estadounidenses-, sino que impulsó la incipiente ciencia, que había vivido desconectada de la política, hasta que el mismo Cárdenas creó el Instituto Politécnico Nacional (IPN-1936), con la visión y el objetivo de apoyar el desarrollo técnico y científico de México. En el fondo, la política y la ciencia han sido siempre parte de un mismo objetivo: el desarrollo de los países, en este caso, México.
Quizá en ese periodo cardenista -habría que comprobarlo- se crearon las bases del llamado desarrollo estabilizador (1954 – 1974), que permitió a México alcanzar el periodo de mayor estabilidad económica y desarrollo científico, a fin de lograr un impresionante crecimiento, que lo diferenció por siempre del resto de Latinoamérica y El Caribe.
El fin de esa época, a mediados de los 70, coincidió con la ruptura de la convivencia pacífica entre la política y la ciencia y la preeminencia de los políticos sobre los científicos, donde el poder se convirtió en el único camino arbitrario y desequilibrante en la sociedad mexicana, hasta convertirse en una crisis casi permanente.
La irrupción violenta de los tecnócratas a finales de los 80, que podrían clasificarse como una especie de científicos de la economía, exterminó casi por completo a toda la clase política tradicional en el poder, inaugurando ahora la supremacía tecnócrata sobre la política. Sin embargo, la carencia de sensibilidad social, así como sus frías y
equivocadas teorías, entraron en contradicción al dejar fuera de su proyecto al 70% de la población, que les cobraría la factura más adelante.
El triunfo de AMLO en 2018 significó no sólo el fracaso de los tecnócratas, sino la reivindicación del Estado mexicano, cuyo espíritu social volvió a conectarse con su historia. Otra vez la política triunfó y derrotó a la ciencia, ante la llegada de un caudillo extemporáneo, que sobrevivió a mil batallas y rescató la esencia del estado mexicano.
Y precisamente ahí se encuentra el gran reto de Claudia, tanto la política como la científica que, en mi opinión, no pueden separarse una de la otra, pues son indivisibles: la posibilidad real de encontrar el equilibrio entre política y ciencia, como base no sólo para seguir el camino trazado por la 4T, sino alcanzar un mayor desarrollo, crecimiento y bienestar del país, más allá de ideologías o colores políticos. Es decir, Claudia tiene la oportunidad no sólo de ser diferente como política, sino de ser mejor como científica y como presidenta, donde las decisiones que tome deben siempre obedecer ese equilibrio.
No más decisiones políticas sin sentido social y científico; no más obras de infraestructura que rompan el equilibrio ambiental y social.
Si así fuere, se confirmarían nuestras dos hipótesis: la política y la ciencia sí son compatibles ahora más que nunca, si encuentran el equilibrio, ya sea en una sola persona, en un mismo gobierno y en un solo proyecto, que necesariamente llevará a gobernar eficientemente y mejor a una sociedad que, históricamente, ha sido víctima de muy malas decisiones políticas.
En mi opinión, el equilibrio entre política y ciencia debe ser el toque personal que Claudia y su gobierno -repleto de científicos- deben dar a su administración, si quiere ser diferente y mejor que la mayoría de los políticos hombres que le anteceden.
Mario Alberto Puga
Politólogo y exdiplomático