Justo a la mitad del sexenio varias empresas encuestadoras -comenzando por la de Buendía y Márquez para EL UNIVERSAL- realizaron una serie de encuestas para medir, fundamentalmente, cómo llega AMLO a esta parte del sexenio y, la verdad, sorprendió a muchos el alto índice de aprobación que carga el mandatario, a pesar de todas las críticas, ataques, fracasos y el mal humor por su supuesta derrota electoral en este año. Sin embargo, los números contradicen tales dichos y confirman que buena parte de los mexicanos está con él.

Si tomamos esa primera encuesta veremos que AMLO alcanzó el 68% de aceptación, lo que deja al 32% en contra, sin entrar al detalle, que expresa de manera clara no precisamente una polarización de fuerzas (50/50), sino más bien un divorcio entre una abrumadora mayoría y una discreta minoría que, de igual modo, deja al país dividido entre una multitud que ama a su líder y una elite que lo detesta, sin posibilidad aparente de reconciliación.

Sin embargo, esta situación no significa de manera alguna que AMLO tenga el camino libre para hacer todo lo que quiera, pues desafortunadamente para él, esa alta aceptación de su base no necesariamente se traduce en votos al interior del congreso, tampoco en votos electorales como fue el caso en las elecciones intermedias de hace unos meses, donde Morena perdió la mayoría absoluta y parte de la ciudad de México, particularmente en las zonas donde reside esa minoría y, seguramente, no garantiza el triunfo de ese partido en 2024.

Por el lado de esa minoría, los números presentados tendrán un efecto devastador, pues echa por tierra toda su estrategia de ataques, críticas, enfrentamientos y planes perversos en contra de AMLO, que no han tenido el efecto esperado, pues ni siquiera han hecho mella en su popularidad -no le hace que sea de un pueblo sin alto nivel educativo, como pregonan-, por el contrario, se ha ido hacia arriba. Y aquí no me queda más que decir que la lección no ha sido aprendida: mientras AMLO ha invertido muchos años en construir y lograr un nuevo pacto con la mayoría del pueblo, las minorías sólo se han preocupado por pactar entre ellas, como si esa mayoría no existiera o fuera automática. No, me temo que no es así.

Por ello, no es casual que, una vez conociendo el impacto de los números, un prominente miembro del PAN -Santiago Creel- envíe una carta pública a AMLO donde, luego de recordarle las batallas de antaño contra el enemigo común de entonces -el PRI-, lo conmine a sentarse a platicar sobre el futuro del país, en un cambio tremendo de señales y estrategia que bien merecería la pena de analizar, aún sin saber si se trata de una propuesta personal o de partido e, incluso, de la oposición en su conjunto.

Y es que -pensando profundo- a México le conviene más un país unido en sus retos y desafíos que una nación fracturada en los triunfos y fracasos de las mayorías y las minorías. México acabaría roto y todos odiándonos unos a otros.

Si en verdad se trata de una propuesta seria y formal, valdría la pena aceptar, pues además de que lo veo necesario, ambas partes saldrían fortalecidas y el país renovado, aun sin grandes acuerdos de por medio, pues la nación requiere de diálogo para avanzar y alejarse de polarizaciones, rupturas y odios.

AMLO ha recibido el mejor regalo de tres años de gobierno: su popularidad anda por los cielos y no son sus datos los que lo dicen, sino sus propios adversarios; y como buen demócrata está obligado a escucharlos. Segundo, en ese dialogo se podría convenir una agenda nacional que, sin claudicar intereses ni principios, se acuerde una ruta a seguir para fortalecer la gobernabilidad del país, enfrentar juntos los retos fundamentales de la nación y establecer una agenda legislativa que los obligue a debatir y consensuar y no a pelear e insultar como hemos visto en las últimas semanas.

Por el lado de Morena, también le conviene ese diálogo, donde llevaría parte de la batuta, pues muchos de los desencuentros con la oposición pasan por el congreso, donde también encontrarían solución. Aquí, el principal objetivo sería discutir y alcanzar consenso en las tres reformas que busca el presidente: la eléctrica, la política y de la guardia nacional, fundamentales para el futuro del país, gobierne quien gobierne.

El principio de actuación para todos sería que más vale una reforma de consenso que una reforma a la fuerza o en lo obscurito, como pasó con las del anterior sexenio, que fueron rápidamente echadas atrás por una nueva mayoría en el congreso.

Para lo oposición -ya sea el PAN o todo el bloque-, este llamado no significa claudicar, sino reconocer primero, que la mayoría no está de su lado, por tanto, hay que conceder ese hecho; segundo, que su estrategia de ataques y críticas tampoco ha funcionado, por el contrario, ha disparado la popularidad de su adversario principal; tercero, no cuentan con la suficiente fuerza para enfrentarlo, ni con figuras ni discurso para ganar esta lucha también ideológica contra el último caudillo de México. En ese sentido, la propuesta de Santiago parece lo más adecuado.

La pregunta entonces es si AMLO, viviendo la euforia de estos 3 años en el poder, con los mayores índices de aprobación, obnubilado nuevamente con un zócalo repleto de seguidores y seguro de su proyecto, ¿tendrá la altura y generosidad del que se sabe ganador para dialogar con sus adversarios?

Yo espero que sí, aunque su discurso triunfalista en la plaza central me hace dudar; hubiera preferido un mensaje político conciliador. Quizá no había leído la carta de Creel.

Politólogo y exdiplomático.

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