Hace algunos años, una amiga mía mencionó qué si los títulos nobiliarios estuvieran vigentes en México, ella sería condesa. Yo, mero plebeyo, le contesté que, si ello fuera así, ya le habrían cortado la cabeza, pues en México se habían acabado los privilegios. “Confórmate con vivir en la colonia Condesa” -le dije con un poco de humor, negro desde luego-.
Lo anterior viene al caso por la frase aquella de que “el INE no se toca” que ha inventado la derecha de este país en esta coyuntura política, como una forma de defender los privilegios y prerrogativas de unos cuantos, que han hecho del servicio público un gran negocio. En el fondo, la letanía sirve también para los propósitos de una élite que ha visto afectados sus intereses, pues ha sido desplazada del poder político, pero también del económico, ya sea en forma de burocracia dorada, intelectualidad mercantilista, empresas exentas de impuestos, hacedores de negocios con su respectivo 10 o 20% de comisión y hasta vulgares saqueadores del erario público.
Uno de los pocos reductos que permanecía puro en este nuevo proceso de mestizaje político parecía ser el INE, que no había entendido la nueva realidad y se había atrincherado en su palacio rosado, donde celebraba, junto a sus aliados y vasallos, los triunfos de su autonomía con viandas repletas de comida y vino a costa del presupuesto del reinado de Lorenzo el Magnífico, quien daba rienda suelta a los sueños de una minoría, tocando la lira, comiendo uvas y el delirio de convertirse en emperador de todo el imperio.
Pero nada es perfecto en esta vida, especialmente en política. Una gran reestructuración interna -mal llamada reforma política- cayó sobre el INE que, más allá de su contenido -siempre polémico y a debate-, buscaba acabar con esos privilegios y prerrogativas, quizá cortando algunas cabezas, comenzando por las principales, pues en México hace mucho que se acabaron los títulos nobiliarios, por lo que “el linaje sí se toca” por el bien de la república. Igualmente, los tiempos democráticos se agotaron y el otrora presidente, junto a otros consejeros vieron caer la guillotina del tiempo cumplido sobre sus cabezas.
Y si bien, los títulos nobiliarios se terminaron en México hace mucho tiempo, persisten algunas actitudes y costumbres de una élite que se niega a reconocer que en México todos y todas somos iguales, ante la ley y ante la realidad de un país mayoritariamente mestizo, donde no hay cabida para la discriminación, la exclusión, el insulto y la estigmatización, tanto arriba, como abajo, simplemente por ser diferentes. Y ahí está el ex presidente del INE para probarlo todo en esa llamada telefónica que lo pinta de cuerpo entero: discriminando, excluyendo, insultando y estigmatizando a un grupo de indígenas sólo por ser y hablar diferente.
Lo que me llama la atención es el nivel de manipulación de la derecha, encabezados por el PRIAN, no sólo para desacreditar la restructuración interna del INE y alertar a una sociedad del “peligro” que representa para la democracia, sino por tratar de involucrar a una clase media a su favor que, más que confundida, se haya en medio de una disyuntiva histórica: apoyar un proyecto vencido, como lo es la Alianza por México, hoy más que nunca en evidencia o bien, aventurarse por un proyecto nuevo, quizá con grandes retos y desafíos, pero donde podría influir a su favor y legítimos intereses. Lo importante aquí es el rescate de los valores de una clase media, por definición, independiente, consciente, preparada, vanguardista y dispuesta a encabezar o, por lo menos, ser parte de los procesos evolutivos de este país, pero nunca defensora de la elite, ni mucho menos vanguardia o, peor aún, retaguardia del pasado, que suena a claro pleonasmo. Sería una aberración.
No me imagino a la clase media de este país defendiendo los privilegios y prerrogativas de un INE clasista; de un PRIAN corrupto; de seudo empresarios de la violencia; de mercenarios de la información. Tampoco la veo dando un cheque en blanco a Morena y su cuarta transformación. Me la imagino pensante, reflexiva, con líderes sociales, más que políticos, por encima incluso de partidos y organizaciones, influyendo en el devenir de la nación a estadios superiores y no detrás de un proceso de polarización que amenaza con convertirse en una guerra de odios y resentimientos, donde ya sabemos que nadie va a ganar.
En consecuencia, la clase media en México debe tomar la gran decisión por ser ella misma, sus líderes y sus objetivos a favor, más que de un bando, de un país, que a gritos pide una tregua y una oportunidad de, por primera vez en mucho tiempo, construir un solo proyecto de nación bajo la lógica de la inclusión, la justicia y el equilibrio social que nunca hemos alcanzado.
Para ello es necesario entender que todos somos parte del país, nos guste o no, güeros y prietos, ricos y pobres, buenos y malos. Reflexionar en el gran déficit de justicia, paz social y seguridad en todos los ámbitos de la vida que no nos deja ser. Finalmente -como producto-, debemos encontrar el equilibrio social, ese que permite el avance de todos y todas en condiciones mínimas de tolerancia, democracia, educación, salud, ingresos y empleo, que nos dejen realizarnos, tanto como personas, como sociedad.
Creo en la movilización, pero en aquella movilización consciente, por una causa, por un objetivo, con un propósito, como podría ser el NO a la violencia, el NO a la exclusión, el NO a la impunidad. Muchos dirán que la causa era “el INE no se toca”, y está bien si en eso creen, pero debieran ponderar que detrás de esa consigna están escondidos los corruptos de siempre, con el objetivo de conservar los privilegios de unos cuantos, empezando por el salario de consejeros electorales, magistrados y otros funcionarios que defienden los dineros como si fuera tema de vida o muerte.
Y no se trata de que seamos todos pobres, tampoco de un mismo color o condición social, pues las diferencias siempre van a existir en un país como México. Se trata, sobre todo, de terminar con privilegios y canonjías a costa del erario público, como abiertamente lo practican los mismos consejeros electorales del INE, herederos de un sistema clasista y excluyente que no tiene cabida en la nueva realidad.
“El linaje sí se toca” y ya se ha trastocado desde el propio cambio de gobierno en 2018, que expulsó a la élite del poder político y económico, cuyo último reducto lo representaba el INE, atrincherado a piedra y lodo, protegido por una minoría que añora el pasado, las buenas costumbres y los títulos nobiliarios, encarnados todos ahora en el único título que nunca pasará de moda: el dinero; el dinero fácil, no importa de dónde venga.
Decía uno de mis maestros de sociales, que en México uno siempre debía estar de parte de los débiles, “pues cuando te pones del lado de los poderosos, te conviertes en cómplice”.
Por cierto, él era panista, aunque de los de antes, con principios y convicciones.
Politólogo y exdiplomático