Cuando los padres fundadores de Estados Unidos, encabezados por Washington, Madison, Jefferson y Hamilton, inventaron el Estado y Gobierno de ese país -junto a un grupo de extraordinarios hombres, reunidos en Nueva York, durante el Primer Congreso en 1789-, no escatimaron esfuerzos en discutir, debatir y decidir sobre la creación de las nuevas estructuras e instituciones políticas, económicas y financieras que han demostrado su fortaleza, funcionalidad y contemporaneidad, incluso en tiempos tan difíciles como ahora, a unos cuantos días para celebrar las elecciones presidenciales de 2020, quizá las más importantes de su historia, en virtud de la actual coyuntura política y social que atraviesa ese país.

El secreto de tal obra fue que tanto los 26 senadores, como los 65 representantes de las 13 colonias originarias, que conformaron ese Primer Congreso, tenían como misión y visión no solo la creación de un nuevo estado - gobierno, sino, fundamentalmente, sentar las bases de una gran nación, sin imaginar siquiera los alcances a que llegarían décadas después. Igualmente, fue valioso el enfoque siempre pragmático de los descendientes anglosajones, que creyeron y entendieron que lo más sencillo sería lo más durable y que lo más general sería lo más flexible, principios que se vieron plasmados, primero en su Constitución de 1787, luego, en todas las normas legales que de ella emanaron, particularmente de este Primer Congreso.

Durante esos arduos meses de sesiones -desde marzo de 1789 y hasta los primeros meses de 1790-, los padres fundadores debatieron sobre diversos temas, desde la calificación y confirmación de George Washington como primer presidente, hasta el nombramiento de su gabinete y la creación de instituciones; desde de los nuevos derechos de las personas y las primeras enmiendas a la Constitución, hasta la conformación del sistema judicial federal; desde la construcción del nuevo sistema financiero capitalista, hasta los límites de la deuda y los salarios de los funcionarios federales; desde la elección de la sede de la capital del país, hasta el futuro de los indios y los alcances territoriales de la nueva nación; Todo ello teniendo como marco una lucha entre federalistas y anti federalistas, que posteriormente daría pie a la conformación de ideologías, una guerra civil y, a la postre, la llegada de los primeros partidos políticos.

Al final de ese Primer Congreso, todos los participantes se felicitaron por lo que habían logrado -sin importar su posición e intereses-. Incluso uno de los más destacados personajes señaló con toda la certeza del mundo que habían establecido un sistema tan perfecto “que hasta un idiota podría gobernar”. Y los padres fundadores tuvieron razón, aunque se quedaron cortos si consideramos que ese país ha sido gobernado en estos últimos 4 años no solo por un idiota, sino por un mentiroso, irrespetuoso, racista, sexista, deshonesto y vulgar personaje, cuyo único mérito es haber hecho dinero, no gracias a sus habilidades empresariales, sino, seguramente, a sus deshonestidades gerenciales: el idiota Trump.

Lo anterior nos lleva a una breve reflexión sobre los efectos directos e indirectos que han dejado los últimos dos gobiernos de EUA, que han derivado en una peligrosa polarización social y política que podría desembocar en mayores tensiones, enfrentamientos y hasta un estallido social de magnitudes inimaginables en ese país.

Comencemos con la llegada de Barak Obama a la Casa Blanca en 2008, que marcó un punto de inflexión en la historia moderna de ese país, por ser el primer presidente de color en alcanzar la presidencia, pero que, indirectamente, también prendió los focos rojos de los grupos más conservadores y ultraderechistas del país, al considerar que el statu quo estaba en riesgo. Ya en el poder, el presidente Obama no hizo más que reivindicar los derechos de los grupos sociales más desfavorecidos, con políticas y programas sociales incluyentes. El objetivo era hacer que la sociedad estadounidense fuera más justa y equitativa, sin más ideología que la que siempre ha caracterizado a los gobiernos demócratas: una visión progresista.

Sigamos y convengamos en que los 8 años de gobierno del presidente Obama, si bien fueron buenos para el país, también engendraron un odio atroz entre los republicanos y sus grupos conservadores y ultraderechistas que, viéndose intimidados por los avances demócratas y la amenaza de que el proyecto continuara, escarbaron en lo más profundo de sus entrañas y encontraron que la mejor forma de enfrentar esta debacle era el idiota Trump. Un hombre macho y sin escrúpulos que en ese momento encarnaba mejor que nadie su sed de venganza, sin importar sus principios, su experiencia política y mucho menos su honorabilidad. Lo importante era recuperar el poder y el statu quo perdido.

Coincidamos en qué si bien los demócratas apostaron de nuevo por la novedad y la innovación, al postular a una mujer a la presidencia en 2016 -antes lo habían hecho con un candidato de color (Obama) y mucho antes con un candidato de nueva generación (Clinton)-, el hecho es que para muchos la elección de Hilary Clinton fue una mala decisión, pues no era la mujer que requería el momento. Además, la decisión vino acompañada de una pobre lectura sobre la coyuntura política y electoral, donde una nueva variable hizo su aparición sin que nadie se diera cuenta. La llegada de un personaje siniestro y ajeno a la política, que desde precampaña despertó los peores instintos, tanto en el partido republicano, como en la sociedad estadounidense, especialmente en grupos sociales conservadores, cambiaría esa coyuntura de manera rápida y sorpresiva. De pronto, los conservadores y ultraderechistas se vieron hechizados por un nuevo tipo de político irreverente, que encarnaba perfectamente el papel del triunfador, poderoso y salvador de las buenas costumbres y el statu quo. Ante la disyuntiva entre una candidata demócrata muy predecible y desgastada, y el nuevo juguete republicano que, por lo menos divertía al público, el sistema y voto electoral se decidieron por el idiota Trump. Y subrayo voto electoral ya que el voto popular fue para la Sra. Clinton, quien obtuvo cerca de 3 millones de votos más.

Concluyamos ahora en que estos 4 años de gobierno por parte del idiota Trump han sido todo menos de gobierno: tratando de revertir todos los avances de su antecesor, denostándolo, invitando a su gente a terminar con su legado, buscando minimizar a los grupos vulnerables, excluyendo a las minorías, intentando recuperar la supremacía blanca, ofendiendo a mujeres y discapacitados, burlándose de periodistas, ejerciendo el nepotismo, dividiendo a la sociedad, incitando a la violencia, criminalizando la migración -especialmente la mexicana, a quienes llamó delincuentes y violadores-, justificando el abuso de la fuerza, abusando de su poder, etcétera, etcétera, etcétera…. Mientras tanto, las instituciones creadas por los padres originarios seguían funcionando y manteniendo a flote al país, a pesar de todo. Sí, tenían razón los padres fundadores hasta un idiota podría gobernar ese país.

Para terminar, reconozcamos también que, si bien, aquellos grandes congresistas establecieron, desde la Constitución misma, el procedimiento de destitución o impeachment para deshacerse del idiota que por error hubiera llegado a la presidencia y que además hubiera cometido una serie de delitos graves -condiciones que se cumplen a cabalidad en el caso Trump-, esta alternativa ha sido neutralizada por los intereses partidistas, los cuales se han sobre puesto al interés general. Para no ir más lejos, los últimos dos intentos de destitución (Clinton y Trump) han sido parados en seco por el senado, donde se requiere el voto de las tres cuartas partes de sus miembros para proceder a la destitución, es decir, el voto prácticamente de ambos partidos.

En tal sentido, cabe preguntarse si las próximas elecciones en Estados Unidos, el 3 de noviembre, podrían convertirse en la única forma de sacar al idiota Trump del poder. Eso dependerá de los votantes, quienes han tenido suficiente tiempo para reflexionar, especialmente los que votaron por el partido republicano en 2016, sobre la grandeza de su país, que se ha extraviado en estos últimos años; sobre la calidad de su actual presidente, que ha convertido el cargo en un reality show; sobre la actuación del Congreso, que ha manchado el legado de los padres originarios; y sobre la unidad del pueblo estadounidense, que ha sido alterada por los fantasmas del pasado y las realidades excéntricas de una clase política que se niega a abrir nuevos espacios para su gente a fin de recuperar y salvaguardar una sociedad pragmática y flexible, como los principios que le dieron origen.

Esperemos que este 3 de noviembre el idiota Trump sea expulsado limpia y pacíficamente del poder y que el próximo presidente reivindique los postulados fundamentales de ese país.

Por cierto, los demócratas vuelven a innovar en este 2020 con la candidatura de una mujer al cargo de vicepresidente, en la figura de Kamala Harris.

Politólogo y exdiplomático.

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