La absolución del expresidente Donald Trump de su segundo juicio político por parte de sus partidarios republicanos en el senado, el pasado 13 de febrero, confirma, por un lado, que ese partido ha atado su destino al de un desquiciado personaje que seguramente los llevará al desfiladero, sin importar las consecuencias que esa decisión provoque en una ya dividida sociedad estadounidense. Por el otro, que el establishment se ha roto peligrosamente entre la clase política de ese país y que amenaza con desbordarse de no resolver las contradicciones que lo llevaron hasta este punto.
Pero la pregunta aquí es qué está pasando por la mente de los republicanos que, a pesar de las evidencias, hechos, crímenes y demás tromperías de su líder, optaron por respaldarlo una vez más, cuando el sentido común anglosajón indicaba que era el momento oportuno para deshacerse del problema, replantear el partido y construir nuevos liderazgos. ¿Por qué esa radicalización de los republicanos?
En mi opinión, los republicanos han comprobado con esa decisión que no sólo se trata de recuperar el poder en 2024, sino de restaurar y mantener el viejo establishment que siempre les ha favorecido, así como reafirmar a toda costa la hegemonía de una clase política blanca, encarnada a la perfección por Trump, tanto en el discurso, como en la práctica, tal y como quedó demostrado el pasado 6 de enero con la toma del capitolio por parte de conocidos grupos supremacistas blancos. Vamos por partes.
Primero, ese establishment -dirían algunos- también involucró a los demócratas; lo cual es cierto, aunque no en la forma que han adoptado ahora sus contrincantes, sino a través de un acuerdo tácito entre ambas fuerzas políticas, donde se logró encontrar el equilibrio entre una mayoría blanca y las minorías, especialmente la población afroamericana y, en menor medida, la población latina. Este pacto funcionó hasta que los demócratas -en opinión de los republicanos- lo rompieron con la candidatura de Barak Obama, que hizo prender las alarmas de los grupos más conservadores, no sólo del partido republicano, sino de buena parte de la sociedad. Lo que para unos fue un paso progresista e incluyente, para otros significó un paso atrás en la lógica de una clase política conservadora y cerrada a los cambios.
Segundo, dando por hecho el rompimiento de ese pacto tácito, la presidencia de Barak Obama también implicó el empoderamiento de la población afroamericana a través de políticas y programas sociales que no sólo beneficiaron a grupos vulnerables, sino que significaron formas de inclusión en una sociedad tradicionalmente excluyente. Baste recordar el programa “Obamacare”, que permitió que más de 20 millones de personas tuvieran acceso a seguros médicos, en su gran mayoría, poblaciones de bajos y medios ingresos, que aún con todos los obstáculos puestos por la administración anterior, ha logrado sobrevivir hasta ahora, aunque con algunos cambios.
Tercero, no es casual que, luego de ganar la presidencia, Trump dedicara buena parte de su administración a tratar de revertir todo el legado de Obama, en especial, los programas sociales y acciones afirmativas, además de manchar la imagen del expresidente, incluso acusándolo de haber falseado su nacionalidad estadounidense. Tampoco es casual que Trump enfocara sus baterías hacia la migración indocumentada, a través de su fracasado muro fronterizo, la criminalización de migrantes y las políticas de aislamiento y separación de niños y niñas de sus familias, además de las presiones a México y los países de Centroamérica con objeto de parar la expulsión de migrantes, pues de igual manera el crecimiento de las minorías -en este caso latina- representa un peligro para ese establishment a largo plazo, si consideramos que desde hace algunos años se ha convertido en la primera minoría en el país.
Cuarto, del discurso racista e intolerante se pasó a la demostración de fuerza, donde se dieron los primeros casos que prueban la actuación de grupos supremacistas blancos. No es coincidencia la serie de hechos trágicos ocurridos durante la administración Trump a ciudadanos y ciudadanas afroamericanas, como George Floyd en Minnesota, Breonna Taylor en Kentucky y Ahmaud Arbery en Georgia, a manos de policías o ciudadanos blancos, que provocaron grandes protestas en todo el país y que despertó aún más la consciencia de la minoría afroamericana que se mostró abierta y orgullosa por las calles de las principales ciudades del país hasta crear todo un movimiento: Black Lives Matter. Sin embargo, esa demostración de fuerza y unidad detonó también acciones violentas de grupos supremacistas blancos que evidenciaron claramente el desgarramiento de una sociedad y la ruptura del equilibrio racial.
Quinto, la decisión de Trump de desafiar los resultados electorales de 2020 por todos los medios posibles, desató una serie de acontecimientos y decisiones de ambos partidos que ratificaron el rompimiento del establishment: por un lado, la decisión de los demócratas de llevar nuevamente a juicio político a Trump; por el otro, la respuesta de los republicanos al dejar impune los actos de su líder, especialmente el ataque al capitolio, mediante una segunda absolución a su líder, no por demostrar su inocencia, sino por un simple tecnicismo.
El resultado es más que peligroso: la posibilidad de una nueva batalla racial, que se pensaba ya cerrada y superada en una sociedad que avanza y retrocede producto del rompimiento de ese establishment, donde una parte de la clase política ha apostado por la inclusión de las minorías en un nuevo pacto, mientras la otra parte cierra toda posibilidad a nuevos actores.
En mi opinión, los republicanos han llevado al extremo la defensa de ese establishment, que ya no responde a las necesidades de una sociedad estadounidense dinámica y vibrante, que pide a gritos mayor apertura y participación de las minorías. Por el contrario, los demócratas han entendido esa necesidad de apertura al postular nuevamente a una representante de esa minoría en la figura de la vicepresidenta Kamala Harris, quien está llamada a jugar un papel preponderante en la reconstrucción del tejido social en estos 4 años de gobierno, además de convertirse -probablemente- en candidata natural para las elecciones de 2024, tomando en cuenta que, como lo mencionó el propio presidente de ese país, no buscaría la reelección.
Sobre la posibilidad de restablecer el establishment, me parece difícil hacerlo bajo las mismas condiciones de exclusión de las minorías, aunque tampoco creo que los republicanos -mientras se encuentren atados de pies y manos al destino de su líder- tendrán si quiera la oportunidad de analizar los nuevos términos de otro pacto, por lo que la sociedad estadounidense seguirá desgarrándose y, sobre todo, generando mayores contradicciones sociales.
Esa es la gravedad de la absolución de Trump por parte de los republicanos: negarse la posibilidad de ser ellos mismos.