Por definición, el duro es aquel que no cambia de postura, que siempre está firme en las victorias y que no flaquea a la hora de las tormentas y adversidades, pues perdería reputación ante sus otros compañeros y, peor aún, ante sus contrincantes, que lo miran con envidia y recelo ante la fuerza de sus soldados que, disciplinados, forman parte de la base sobre la cual se sumarán otros para completar la obra, siempre placentera, de cumplir su cometido. El duro es el duro y así hay que respetarlo.

En oposición, el blando no tiene consigna, cambia de posición a cada rato, pues es caprichoso, a veces por conveniencia, otras por rencor y hasta por solidaridad con una causa que considera justa. El blando quiere ser líder, pero no puede; su naturaleza es la suavidad, la flexibilidad y, por tanto, aunque quiera, siempre estará condicionado a lo que decida el duro, aunque a veces, puede ayudar a enriquecer una faena.

El útil, por su parte, es aquel que contribuye a una causa que cree vale la pena, aunque no sea de su preferencia. Para ello, escucha los consejos que le brinda el corazón y el cerebro de sus analistas y columnistas preferidos para normar su opinión, pues no actúa por voluntad propia, sino por conveniencia. Se sabe necesario, pero no indispensable, pues generalmente sirve sólo en situaciones especiales. Es como una aventura pasajera de la que nadie saldrá perjudicado, aunque tampoco satisfecho o satisfecha del todo.

El inútil, en contraposición, es un claro desperdicio para la relación, ya que no cumple con las expectativas mínimas de calidad y cantidad, menos con las proporciones promedio para dar valor al esfuerzo de una causa determinada.

Finalmente, el de castigo complace a los violentos; a los que disfrutan la venganza por las traiciones recibidas o bien, por la falta de palabra en las promesas de su líder, el cual, sin rubor alguno, ha destrozado el corazón -una y otra vez- de sus fieles amores. El de castigo es el más temible de todos, pues se trata de un ajuste de cuentas por el placer no recibido en años, al que ahora se pretende cambiar por otro u otra que, por lo menos, cumpla con sus mínimas fantasías electorales.

Y es que el voto, estimados lectores -qué pensaban-, podrá tener diferentes formas o texturas, pero siempre será una decisión personal que satisfará nuestro ser político -para bien o para mal-, y que nos hará felices o desgraciados por un tiempo determinado.

Pasada ya la euforia electoral y asimilados los triunfos y las derrotas del proceso electoral intermedio 2021, podemos decir que la democracia mexicana goza de cabal salud y disfruta aún el éxtasis de los sueños realizados, pues para fortuna de todos, la transición democrática avanza en todos sentidos, aunque no sin obstáculos, especialmente, el de la violencia, que se presenta como el mayor reto en los años por venir.

La pasada elección -con todos sus matices- nos permite ver claramente cómo el voto puede variar y tomar muchas formas, donde la dominante tiene que ver con alianzas, no sólo de partidos, sino entre el voto mismo. Es decir, si pudiéramos establecer una fórmula ganadora diríamos que, en términos generales, se requiere una buena porción del voto duro y blando para ganar y satisfacer; y, al contrario, buena parte del voto inútil y de castigo para perder. Sobre el voto útil, creo que pudiera aplicarse más a una elección presidencial, pues, en estricto sentido, no funciona para una elección intermedia, cuyo espíritu es eminentemente partidista. Veamos cada caso.

Para MORENA funcionó el voto duro al alcanzar el 35% de la votación nacional por sí solo, que lo mantiene como la primera fuerza política en el país, aunque sin poder crecer, si lo comparamos con 2018, en que recibió casi la misma proporción. En el caso del voto blando, éste varió, especialmente en la CDMX, donde caprichosamente se fue del otro lado, con la oposición, sólo por el placer de dejarse sentir, especialmente en aquellas alcaldías con mayores ingresos. Tampoco sufrió por el voto de castigo. La tarea entonces es recuperar ese voto blando y elevar su techo, ya sea con la ayuda de sus aliados -como es ahora el caso- o bien, por cuenta propia, que sería lo mejor, mediante nuevas ofertas políticas y sociales.

Para el PAN, el voto duro llegó a su límite en 18%, lo cual implica una debilidad estructural, es decir, por sí solo no alcanza a competir con la fuerza mayoritaria, por lo que se hace necesario aliarse, aunque basar su estrategia en una alianza con el PRI y PRD para el futuro es apostar por el pasado, pues las tendencias indican que dichos partidos están en plena decadencia y pudieran arrastrarlo al precipicio. Su voto blando es poco y enfocado en lugares muy particulares, como son sus reductos tradicionales y algunas zonas urbanas bien focalizadas del país, sin ninguna promesa de fidelidad. Su principal problema es la falta de propuesta y liderazgos nuevos y frescos, pues los que los llevaron al poder hace años, huyeron de regreso hacia sus empresas y negocios, dejando un hoyo generacional sin llenar. El llamado al voto útil no funcionó, mientras que el de castigo fue mínimo, pero significativo en algunos de sus estados preferidos. Sería bueno pensar en otros aliados.

Para el PRI, el voto duro sigue cayendo -especialmente a manos de MORENA-, aunque logró sobrevivir gracias a la alianza con el PAN, incluso con la gran pérdida que representó la alternancia en 9 de sus gubernaturas, que le han reducido su poder territorial al mínimo. Su voto blando es casi nulo, al igual que el útil, mientras que sigue pagando caro el voto de castigo tras más de 70 años de gobierno. Su tarea es cuidar lo que le queda, pues el futuro es su peor enemigo.

En el caso de Movimiento Ciudadano, su voto duro sigue creciendo poco a poco (7%), aunque lejos muy lejos de competir en serio por el poder. Su única forma de subir es mediante alianzas, pues no puede permanecer puro en una elección presidencial.

Sobre el verde (+5%), el PT (+3%), el PRD (+3%), su voto duro únicamente los salvaría de desaparecer del escenario político nacional, pero los condena a ser aliados permanentes de los grandes partidos, a través de alianzas electorales. No hay para dónde crecer.

En resumen, estimado lector, el duro es la base de cualquier relación seria y formal que se quiera cultivar a largo plazo con el electorado; el blando cumple con su función de aderezar y enriquecer esa relación estable, ya sea con caprichos, mimos o regalos costosos; mientras que el útil sirve solamente en aventuras de ocasión, nada serio en realidad, pero con momentos de placer; el inútil ni siquiera da para una frase o acordarse del nombre; mientras que el de castigo se vuelve el más peligroso de todos, ya que paga de la misma forma: si no le cumplen, te cambia por otro más duro.

Ya seas duro o blando, útil o inútil o castigador, vota este domingo 1 de agosto en la primera consulta popular en la historia del país, donde -paradójicamente- lo más importante no es la pregunta -digna de un mural en lo más alto de la SCJN-, tampoco los involucrados en ella –candidatos todos al olvido de la historia-, sino la oportunidad de ejercer un derecho de la democracia participativa, con el reto adicional de alcanzar un 40% del padrón electoral para hacerla vinculante.

Mario Alberto Puga
Politólogo y ex diplomático       

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