Hace un par de semanas me llamó un amigo, preocupado por ver en una página de internet algunos documentos oficiales míos, que dan cuenta de actividades propias de diplomático, como son comisiones, invitaciones, integración de comitivas y hasta copia de mi tesina presentada por allá de 1988, cuando terminaba la carrera de ciencia política en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).

Pronto, me di a la tarea de hurgar un poco más -solo por curiosidad- y encontré en el infinito mundo del internet que no soy el único con ese nombre y apellido, sino que existen varios MAP en el mundo, lo cual destruyó la exclusividad que había pretendido tener durante todos estos años.

Luego, me entró la preocupación de que dicha información, sacada a la luz pública, no tuviera nada que ver con el caso de un prófugo empresario, cuyo segundo apellido coincide con el mío, casado con una famosa presentadora de televisión -también prófuga-, por aquello de las facturas falsas. Hice algunas llamadas a la familia y me juran hermanas y hermanos, tías y tíos, primas y primos que no, que no hay ningún familiar sin reconocer, todos los han reconocido; y que la única oveja negra de la familia soy yo, por eso de andar metido en la grilla desde la juventud -cosa que no pregunté-. Entonces respiré más tranquilo.

Alguien metido en el mundo del espectáculo me recordó que el cantante Julio Iglesias -padre- también lleva ese apellido en segundo término, por lo que me hizo favor de investigar el árbol genealógico al respecto, pues a mí me da pereza. Entonces, desafortunadamente, me dijo que no éramos parientes, quizá solamente paisanos del mismo lugar de España, en Galicia, por lo que ya no me gustaron los chistes de gallegos.

Otro familiar -que también le gusta la grilla, aunque de posición conservadora- me recordó burlón que quizá mis escritos no les han gustado a algunos, “ya que luego eres muy crítico” -dijo-. Le contesté que siempre desde que tengo uso de razón la crítica constructiva a todo lo que considero malo ha sido mi razón intelectual de ser, comenzando conmigo mismo. Le acoté que mi estilo no es criticar a las personas, pero sí las cosas que hacen, por ir en contra de mis principios y mis finales, inculcados por la familia y la universidad, donde aprendí a “leer y escribir correitamente (sic)” -le dije en tono sarcástico-, a lo cual me reviró: “ya ves, ya ves, algunas veces no se sabe si eres bueno o malo”. E x a c t a m e n t e -exclamé en tono maquiavélico-.

Ya solo, frente a mi computadora, analice más profundamente quien pudiera estar interesado en pedir información de un exdiplomático, jubilado y escritor frustrado que ha aprovechado la ventana de este gran diario nacional -que apenas cumplió 105 años de vida- para sacar todo lo acumulado en sus batallares con la vida. Llegué a la conclusión de que no fue Trump, en cuyo primer artículo -hace ya un año- utilicé una frase de uno de los padres fundadores de EU, quien maravillado con la perfección del sistema que habían creado en el primer congreso de Nueva York, en 1882, exclamó que “hasta un idiota podría gobernar”. No, no pudo haber sido él, pues anda muy ocupado, preparando un nuevo reality show en su país para 2024, ahora que ha comprobado con horror que sí perdió las elecciones en 2020, lo que lo hace más peligroso que nunca.

Tampoco pudo haber sido el secretario general de la OEA, a quien le he dedicado mayor espacio del merecido, pero me da mucha pena lo que ha hecho con la organización y, sobre todo, con el poco prestigio que quedaba de ella, especialmente en temas de democracia, donde ha tomado partido erróneamente por las partes en conflicto en algunos países y desterrado el diálogo y la concertación como primera alternativa. Además, de que anda muy interesado en quedarse definitivamente en EU, a ver qué otro organismo internacional puede enterrar.

También pensé en la oposición en México, a la que algunas veces me he referido ante su falta de autocrítica y capacidad para reinventarse ante la crisis del sistema de partidos políticos que hoy aqueja al mundo entero, donde ha optado por la alianza fácil, sacrificando sus postulados y tradición en aras de una alianza contra natura, por el solo hecho de recuperar el poder a toda costa. Al final, tampoco lo creí pues pienso que tiene problemas más importantes que atender, como un ejercicio de autocrítica pendiente desde 2018, las batallas en el congreso y los retos de la democracia para los siguientes años, empezando por las elecciones del 2022 en seis estados del país, que requerirán de mayores esfuerzos.

Por parte del gobierno de MORENA, al cual una amiga dice que represento, tampoco lo creo, pues no conozco a nadie, y lo único que he hecho ha sido entender y poner en su justa dimensión las razones de AMLO y su gobierno, a fin de equilibrar el debate. Yo sé que no se puede dar gusto a todos -y no lo busco-, pero la prioridad es hoy y siempre.

México, al que espero le vaya bien, pues desde la mirada del exterior, es visto como un país importante al que únicamente le hace falta que los propios mexicanos se la crean y trabajen unidos por él sin importar quien gobierne. Esa ha sido la máxima del servicio exterior mexicano y esa ha sido mi prioridad ahora y siempre.

Otro amigo comentó que pudiera ser el fuego amigo, pero lo veo difícil, pues yo no tengo amigos… así de importantes o así de retorcidos; “pero tienes o dejaste algunos enemigos en el camino”, -me dijo más preocupado que yo-. “Si tal vez, puede ser eso”, le dije sin estar convencido del todo, pues a quien le va a importar lo que uno escriba, que lo lleve a querer ensuciar tu nombre.

Finalmente, otro amigo -este si periodista de verdad- me dijo una cosa que me reconfortó del todo: “cuando escribes algo, siempre va a ver gente a favor y en contra”. “Cuando escribes algo interesante, no sólo habrá gente a favor o en contra, sino que te envidiará”. “Pero cuando escribes por una causa, aunque sea una buena causa, no sólo te vas a encontrar gente en favor y en contra, sino gente envidiosa y, sobre todo, enemigos de esa causa, son gajes del oficio” -sonrió irónicamente-. “Lo importante es que no pases desapercibido”. Antes de terminar mi amplia sonrisa, me dijo el muy cínico: “eso lo digo por mí y no por ti”.

Pues serán gajes del oficio, pero ahora también tengo enemigos, lo cual me hace sentir realmente parte de esta gran ciudad de México y de este gran país, donde unos y otros se odian, sólo porque piensan diferente; donde una mayoría significativa votó por un cambio en 2018, harta de esperar las bondades de un neoliberalismo, que únicamente benefició a algunos; donde cerca de la mitad de la gente vive en pobreza, sin importarle a la otra mitad; donde la violencia cabalga a galope; y donde los extremos parecen chocar sin darse cuenta de lo cerca que están.

Al final, lo comenté con mi hijo, que afortunadamente no se llama igual que yo, y me sacó de todas las dudas y elucubraciones en las que yo andaba metido, sin entender y sin poder salir de ellas, y me dijo muy fresco al ver la información, que es parte del proceso de transparencia en que empresas e instituciones de gobierno están obligadas a seguir con sus empleados, especialmente en temas de dinero, como son las comisiones. Me enseñó una de él al verme todavía en duda, con lo que quedé convencido de ello, aunque decepcionado porque el apellido paterno ande por ahí escondiéndose de sus acciones, aunque sea de alguien ajeno a la familia, y herido en el ego al confirmar que mi nombre y apellido no son exclusivos.

De cualquier manera, seguiré pensado -como lo hace todo mexicano y mexicana-, que su nombre y apellido son únicos, aunque sea sólo en tu colonia. ¡Maldita globalización!

Felices fiestas.

Politólogo y exdiplomático.

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