Ya encaminado el proceso de sucesión presidencial 2024 en México, donde los tiempos políticos y los calendarios institucionales caminan por separado, y en tanto que el oficialismo, como la oposición, han elegido a su aspirante, ambas mujeres -por cierto-, toca el turno -también adelantado- de elegir a los 9 aspirantes estatales, donde el ineficiente INE ha decidido con toda confusión que tendrán que ser 5 las mujeres y 4 los hombres que participen en los procesos de renovación de las nueve gubernaturas el próximo año.

Destaca sobre manera el caso de la CDMX, cuya importancia -al ser la capital- definirá el devenir de ambas fuerzas políticas para los próximos años, donde el color guinda parece dominar el escenario. Y es que, a pesar de los cambios ocurridos desde 2018, la capital sigue siendo fundamental en las aspiraciones del oficialismo y la oposición, particularmente, ante los resultados de 2021, cuando esta última arrebató 9 alcaldías a Morena, en lo que fue claramente una elección de clase, es decir, de clase media.

De alguna manera, la capital de la república ha sido no sólo el termómetro que mide la temperatura política del país, sino también el laboratorio social donde se hacen experimentos y definen las causas y sus héroes que gobernarán no sólo en su territorio, sino que influirán en el resto del país. Acordémonos que en 1997 el PRI perdió por primera vez la capital como preludio a lo que vendría después; y no me refiero al año 2000, cuando “Fox sacó al PRI de Los Pinos”, sino al 2018, cuando AMLO sacó al PRIAN de la historia de este país.

El caso es que a partir de 1997 la izquierda -PRD y Morena- ha gobernado la capital, aunque ahora lo hace con 9 alcaldías opositoras, producto del malestar de una clase media que en 2021 salió a votar en contra de AMLO, mientras el pueblo confiado dormía una siesta moral en esas alcaldías, seguro de que su voto mental sería suficiente. Un descuido imperdonable.

Dentro de lo malo que significó esa derrota para Morena en la capital, puede rescatarse como lección que el voto de la clase media importa, no sólo por su número, sino, especialmente por su calidad, en el sentido de enarbolar banderas distintas a la mera simpatía o popularidad social. De ahí que los temas de seguridad, transporte, movilidad, habitación, empleo, cultura y otros, impacten también a la hora de votar.

En tal sentido, me parece que, en el caso de Morena y sus aliados, el candidato o candidata y sus perfiles serán fundamentales para recuperar esos territorios y definir la contienda. Si se recogió bien la lección de 2021, entonces la prioridad debiera ser la recuperación de la confianza de esa clase media o de buena parte de ella, así como el refrendo del voto popular, tanto para retener el gobierno estatal, como recuperar la mayoría de las alcaldías de oposición.

Hasta ahora, la contienda interna indica que los aspirantes más fuertes son García Harfuch y Clara Brugada. Ambos garantizan la retención de la jefatura de gobierno, independientemente de quien compita por la oposición, aunque no la recuperación de las 9 alcaldías o buena parte de ellas, donde la marca del partido por sí sola no alcanza para tal propósito. Es ahí donde debe reinar el pragmatismo sobre el sentimiento partidista y casi único, donde el dominio de la línea dura es más que evidente.

No obstante, deben ponderarse todos los puntos a favor y en contra de los contendientes a fin de garantizar no sólo el triunfo integral en la capital, sino la recuperación de la clase media o buena parte de ella, necesaria para enriquecer y fortalecer la ideología progresista de Morena.

Conformarse sólo con el apoyo del pueblo es arriesgado, considerando que en los próximos años ya no se va a contar con la figura de AMLO, que es la que aglutina y mantiene esa mayoría casi religiosamente; en cambio, una clase media dotaría también de ideas y propuestas al movimiento, superando así la etapa populista y la era lopezobradorista. Y el primer hecho pragmático está a la vista: Harfuch encabeza las encuestas por 10 puntos porcentuales, producto sobre todo del voto clasemediero, si consideramos que Clara acapara el apoyo del partido.

Si seguimos siendo pragmáticos, la gran ventaja de Harfuch es precisamente no ser militante de Morena, que lo hace más atractivo a esa renuente clase media y a una sociedad civil desencantada de los partidos políticos, pero también popular si el partido así lo quiere. Una segunda ventaja sería la bandera de la seguridad, tema que preocupa a todos los capitalinos, donde los logros de Harfuch están a la vista al haber logrado bajar considerablemente la incidencia delictiva y donde sorpresivamente se ha convertido en el super policía que todos reconocen. Finalmente, yo diría, Harfuch tiene el carisma, que es esa cosa que uno no busca, compra o plagia, sino la trae en su interior y se prende o activa al contacto con la gente. Su candidatura sería una apuesta pragmática que, seguramente, retendría el gobierno de la ciudad y jalaría el voto en aquellas alcaldías en manos de la oposición. No importa que no sea militante, sea policía o bien, un simple ciudadano de a pie. Es, sobre todo, un perfil que atrae a la clase media, con un muy amplio horizonte.

En el caso de Clarita -compañera de universidad-, la cercanía con el partido podría jugarle en contra no sólo en la jefatura de gobierno, sino de las alcaldías no morenistas, donde probablemente votarían en contra de ella, pues no tiene el perfil, ni la experiencia, ni las banderas y mucho menos el carisma de Harfuch. La suya podría verse como una candidatura puramente partidista, sin importar los grandes logros obtenidos en su demarcación, que no necesariamente son compatibles con otras alcaldías de clase media, pues son distintas.

Una forma de conciliar todos los intereses internos y externos, antes de seguir confrontándose dentro del partido entre duros y pragmáticos y afectar así a la misma Claudia y al proceso, es, desde luego, aceptar desde ahora el resultado de las encuestas, aunque también ayudaría el compromiso del ganador a nombrar al otro u otra como su secretario de gobierno, como una formula ganadora, donde nadie pierde, más allá de los egos y orgullos. Una apuesta a todas luces innovadora y pragmática.

La línea dura de morena ya obtuvo lo más importante: la candidatura presidencial; incluso también se deshizo de la línea suave que representaba Marcelo y su gente; toca ahora el turno al pragmatismo para que haga su labor en el proceso de consolidación del partido.

Politólogo y exdiplomático

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