La primera vez que escuche la expresión catfight fue en un bar de música country en Texas, que gritaba emocionado un vaquero, como invitando al público a disfrutar de una pelea. Como buen mexicano, corrí al otro extremo del lugar, pensando que se trataba realmente de una pelea de gatos, asumiendo textualmente la frase, pues si había peleas de gallos y perros en México, seguramente ahí se acostumbraban las peleas de gatos -pensé con toda lógica-.
Al llegar al sitio, donde el público hacía ya una especie de circulo humano, vi sorprendido que en realidad se trataba de una pelea de mujeres, en este caso de vaqueras, mismas que ya habían perdido el sombrero, pues se tenían agarradas de los cabellos, unos rubios, otros cafés, intentando darse patadas con sus botas picudas y diciéndose toda clase de insultos. En verdad era un espectáculo, según los estándares de ese país, hasta que llegó la policía y se llevó a las dos rijosas y dispersó a la multitud.
Sediento de información de primera mano que saciara mi curiosidad, permanecí en el sitio para escuchar comentarios finales del público que me dieran luz sobre la expresión catfight, aunque solamente pude entender que una de las mujeres -la rubia- había descubierto que a su vaquero también le gustaban las mujeres de cabello castaño, atrapándolo en plena balada romántica, alrededor de la pista.
Luego indagué por mi cuenta que dicha expresión tenía su historia, pues su uso se remontaba hacia la mitad del siglo XX en la sociedad estadounidense, donde se perciben varias versiones sobre su origen: una, la disputa acalorada entre dos periodistas mujeres -una rubia, la otra castaña-, sobre por quien debía votar la población en la contienda electoral de 1940 o bien, otra, como parte de un libro de la época donde una mujer mormona peleaba el amor de su marido, usando por primera vez la expresión catfight.
Todo ello se hizo popular en la sociedad estadounidense al incluir el término en series de televisión en la década de los 70 y 80, tales como Dallas o Dinastía, casualmente series country. En esencia, se trata de una expresión que identifica una pelea entre mujeres por el amor de un hombre vaquero. Lo de gata (cat), supongo yo, se refiere a la forma de pelear de las mujeres en ese tiempo, donde sobresalen los rasguños, las mordidas, los pellizcos,
las patadas, las cachetadas, los jalones de cabello, los insultos y, a veces, hasta los escupitajos. Para los jóvenes, la expresión es famosa en la película “La boda de mi mejor amigo”, cuando la novia rubia y la madrina pelirroja y rizada se encuentran en un baño de mujeres en disputa por el novio, donde otra fémina grita eufórica catfight, a fin de llamar la atención de todas las desahogadas asistentes.
En todo caso, la expresión no tiene un tono peyorativo, más bien descriptivo y popular.
Todo lo anterior sirve de marco para establecer que el proceso electoral del 2024 en México se definirá -si no hay cambios- como una disputa entre mujeres, no por el amor de un hombre o vaquero, sino por el amor al poder, que también es masculino, es decir, catfight, por lo que promete ser un proceso suigéneris y novedoso y, al mismo tiempo, histórico, por tratarse de una competencia femenina de donde saldrá la primera mujer presidenta de la república.
De dicha disputa, puedo imaginarme los debates y quizá hasta una pelea física entre ellas para definir a la ganadora, en pleno zócalo capitalino, al encontrarse al cierre de campañas, donde el ineficiente INE autoriza ambos actos al mismo tiempo para provocar el choque.
Xóchitl al frente de su gente, hace un alto en el edificio de la Suprema Corte de Justicia, donde, desde un balcón, la presidenta y algunos magistrados, lanzan confeti y serpentinas, gritándole: “Xóchitl escucha, la justicia está en tu lucha”, cuya respuesta de la aludida emociona al pleno por su profundidad: “a esos de arriba, les pico la barriga”.
Desde el lado opuesto, Claudia camina al encuentro, no sin antes escuchar las porras desde palacio: “chiquiti bum a la shein-baum ba, chiquiti bum a la shein-baum ba, Claudia, Claudia ra ra ra”, que corea toda la marcha con alegría sinigual, lo que enfurece a los contrarios, que se acercan amenazantes, y donde ambas mujeres quedan rodeadas en medio del círculo humano, justo como las vaqueras de referencia.
Entonces comienzan la pelea entre la ruda Xóchitl y la técnica Claudia, quienes se toman de los cabellos, oxigenados de una, rizados ya del coraje de la otra, que jalan ambas con rencor: “cuándo has visto una indígena güera y pintarrajeada” -dice Claudia, defensora de la autenticidad indígena-; “mis antepasados eran dioses blancos tonta, tu ni mexicana eres manita” -dice Xóchitl ya azotada contra el suelo, diciendo maldiciones y ya roto el
huipil de lujo-. Se para toda enfurecida y lanza unas patadas voladoras a su oponente que, gracias a su agilidad, las evita y contraataca con una llave conocida como manita de puerco: “te rindes hija de la mafia o quieres más” -dice la técnica, apretando fuerte-. “Nunca, desgraciada, nunca hija de tu peje presidente-, logrando soltarse.
En ese momento, se abren las puertas de palacio nacional y una escolta militar sale y se dispone a retirar la bandera tricolor del centro de la plaza, con todo el rigor protocolario, lo que suspende la pelea y pone a cada una de las rijosas de cada lado, a fin de rendir honores. Ambas se limpian las heridas, se peinan un poco y, respetuosas, saludan al lábaro patrio y entonan el himno nacional con total marcialidad, que las hace ver como las valerosas y modernas mujeres que disputarán la presidencia de México.
De todo lo anterior, vale la pena subrayar que la idea de AMLO de adelantar este proceso electoral tuvo como propósito principal que México contara con el tiempo necesario para procesar y asimilar la posibilidad de tener una mujer como posible presidenta de la nación -Claudia-, por primera vez en la historia. En mi opinión, esa apuesta ha sido plenamente reconocida por el colectivo social de México, que no sólo ha aceptado la idea, sino la ha apoyado, fuera de todo machismo y sexismo. Igualmente, quiérase o no, la probable candidatura de Claudia, pero también la de Xóchitl, han sido producto de la decisión de AMLO, una, de manera directa y la otra, de manera indirecta, pues ha obligado a una competencia entre mujeres, es decir, ¡catfight!
Espero realmente que en esa pelea entre mujeres no haya araños, mordidas, pellizcos, jaloneo de cabellos, patadas ni escupitajos, sino un debate de altura, digno de la nueva etapa de la mujer, una formada en la ciencia y otra en la paciencia, aunque lo dudo, toda vez que ambas representan las dos partes de una sociedad totalmente polarizada.
Entonces, ¡catfight!
Mario Alberto Puga
Politólogo y exdiplomático