Al igual que su padre -Lázaro Cárdenas-, Cuauhtémoc pasará a la historia como un luchador y precursor del cambio democrático que vive hoy México, aunque sin haber sido presidente de la república, tal y como se había propuesto al final de los años 80, cuando junto con otros compañeros del PRI hegemónico tuvo la valentía de formar la corriente democrática interna que exigía apertura y más democracia, para luego, renunciar al mismo y conformar todo un movimiento social para disputarle el poder.
Sin duda alguna el apellido pesó en abundancia, más que su nombre y acción propia, pues se trataba nada más y nada menos del hijo del Tata Cárdenas, al que todo México quiere y añora.
Recuerdo como si fuera ayer toda la euforia que el hijo del general provocó en buena parte de la sociedad mexicana, al ser por primera vez candidato presidencial para las elecciones de 1988, cuando varios partidos políticos se atrevieron a postularlo y competir con un PRI dominante, pero dividido y fragmentado, aunque dueño aún del saber para “ganar elecciones”. El talento priista desarrollado por años tuvo que trabajar a su máxima capacidad, pues el fenómeno cardenista le exigió el mayor esfuerzo, sin importar las formas. Incluso, no olvido aquella vergonzosa emisión del noticiero “24 horas” de Zabludowski (televisa), donde fueron presentados dos o tres presuntos hijos ilegítimos del General Cárdenas para desprestigiar su figura y, por supuesto, afectar la candidatura de Cuauhtémoc.
Todo el sistema confabuló para derrotar al hijo del General, sin lograrlo, por la buena.
Nunca se sabrá con certeza -y esa es la infamia del PRIAN- si la llamada caída del sistema, que elucubró Barttlet, secretario de gobernación -inexplicablemente ahora aliado y colaborador de AMLO-, para detener la derrota oficialista por primera vez en su historia, fue el antecedente de un magno fraude electoral que impidió el triunfo cardenista, cuyos votos fueron escondidos y destruidos posteriormente, con el apoyo y complacencia del PAN, que reconoció la dudosa victoria de un presidente a todas luces ilegítimo.
Entre las protestas que se dieron luego del fraudulento proceso electoral de 1988, recuerdo una manifestación a zócalo lleno, donde una sociedad sedienta de cambio pidió al Ing. Cárdenas entrar a palacio nacional y tomarlo de facto, a fin de defender el triunfo ante las evidentes violaciones al voto. En respuesta, el aludido confirmó que no bastaba el apellido para trascender a la historia, pues su indecisión y acciones posteriores, al preferir la vía institucional para revocar el resultado, lo hicieron ver como un simple mortal en la tierra: ya sin el aura del papá, reformista y quizá, hasta conformista, al aceptar luego -en 1997- la candidatura a la jefatura de gobierno del Distrito Federal, tras perder la presidencia por segunda vez en 1994 y, finalmente, ser derrotado por tercera ocasión en las votaciones del 2000.
Me pregunto qué habría pasado si en aquel mitin de 1988 se hubiera tomado de facto el palacio nacional y revocado el resultado para provocar una verdadera alternancia y transición política. Quizá nos hubiéramos ahorrado todo el periodo neoliberal que tanto daño le ha hecho al país con los salinas, los zedillos, los foxes, los calderones y hasta los peñas nietos. Sin duda un error histórico por culpa de la indecisión.
Lo anterior viene a cuento, ya que 35 años después el ing. Cárdenas continúa mostrando esa indecisión que lo ha caracterizado como oposición y, sobre todo, lo condena a ser más un Cuauhtémoc que un Cárdenas, luego de arrepentirse -a última hora- de formar parte de la nueva propuesta política de Méxicolectivo y su “nuevo punto de partida”, que pretendía convertirse en una tercera opción política, pienso yo de manera extemporánea, cuando el país se haya totalmente polarizado y listo para la guerra en 2024.
No importa quién o quiénes convencieron al ing. Cárdenas de no aparecer en la presentación de Mexicolectivo -él mismo, AMLO o su propio hijo Lázaro-, lo importante es de nuevo la indecisión como forma de truncar procesos, de quitarse la responsabilidad y dejar que otros decidan por uno; la indecisión que mata, no sólo en la vida, sino principalmente en política, donde no se puede dudar, especialmente, cuando está en juego el futuro de la nación ante dos proyectos diametralmente opuestos. La indecisión que juega a favor del contrario que, ante la duda manifiesta, aniquila y destruye al indeciso.
Y no quiero restar méritos al ing. Cárdenas, cuya figura está más allá del bien y del mal -quien soy yo para juzgar-, pero yo fui uno de los manifestantes en el zócalo de 1988, dispuesto a todo por defender el triunfo cardenista, cuya respuesta me desilusionó bastante y caí en la desolación política y en la duda existencial, pues si no era un Cárdenas, ¿quién podría vencer al sistema? Y como yo también dudé, morí y enterré en el extranjero. Ahí reviví, como Lázaro -otro Lázaro-, pero volví a caer unos años más tarde al enterarme con terror que un tal Fox (hijo de extranjero), a punta de mentadas y ocurrencias, había derrotado finalmente al PRI, mediante una disfrazada y perversa alianza (PRIAN) en el año 2000. Recordé aquello cierto que reza: “cambiar para que nada cambie”, nunca mejor aplicado en la política mexicana.
No sé si “Mexicolectivo” va a tener algún impacto político en esta coyuntura, no sólo política, sino electoral, pues como ya expresé, se trata de una propuesta extemporánea. Tampoco sé si sus actores son los idóneos para construir una tercera ola. Pero de lo que estoy cierto, es que dicho movimiento nació afectado por la indecisión de uno de sus actores fundamentales.
Decía Benjamin Franklin que “la peor decisión es la indecisión” y creo que tenía razón.
¡Felices Fiestas!
Politólogo y exdiplomático