Hace unos días se celebró la 50ª. Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos (OEA), por primera vez en su historia de manera virtual -debido a la pandemia-, lo que podría considerarse entre lo más destacado del evento en virtud del estado de intrascendencia en que ha caído el organismo desde el arribo de su actual secretario general Luis Almagro, en 2015. Sin embargo, durante el último día de sesiones la nota la dio México, a través del Subsecretario de Relaciones Exteriores, Maximiliano Reyes, quien envió un fuerte mensaje a dicho personaje por su polémica actuación en estos años, en particular, ante su activismo político en casos tan sensibles como Venezuela, Bolivia y Nicaragua, que atraviesan por sendas crisis políticas, que requieren de toda la experiencia, conocimiento y habilidad diplomática para coadyuvar al diálogo y a la concertación entre las partes. En lugar de ello, Almagro ha optado por tomar partido y ahondar así las contradicciones en cada proceso, con su estilo personalista de manejar a la organización, que la ha sumido en una de sus más fuertes crisis de credibilidad y unidad en su historia, que ya es mucho decir.

La pregunta aquí es ¿cómo un personaje así llegó a la OEA y porqué ha logrado reelegirse para un segundo mandato, hasta el 2025? La respuesta es contundente: la preeminencia de Estados Unidos en la agenda de la OEA se mantiene, mientras que la debilidad o desinterés de otros países miembros por equilibrar la balanza se ha incrementado.

Desde su fundación en 1948, la OEA ha estado siempre asociada a los Estados Unidos, como una relación de dependencia y dominio por ese país, no sólo porque su sede se encuentra en Washington D.C. y ser el mayor contribuyente, sino y principalmente, por su predominio ideológico y político sobre el foro ante la complacencia de la mayoría de los países miembros, excepción hecha de algunos pocos, como es el caso de México, que siempre había defendido su visión y posición ante distintos acontecimientos, aún en contra de la postura de la potencia. El ejemplo clásico es Cuba, país que fue expulsado de la OEA en 1962 por el deseo expreso de Estados Unidos y el apoyo del resto de los países miembros, excepto México, el cual no sólo se opuso a su expulsión, sino que apoyó y defendió la decisión y el derecho del país caribeño para elegir y ejercer su soberanía y su autodeterminación como nación libre. La historia obviamente le dio la razón a México, ya que en 2009 la misma OEA abrogó dicha resolución, permitiendo con ello el regreso de Cuba a la organización cuando así lo estime pertinente. Tal vez por esa situación, México no buscó en todos esos años encabezar dicho organismo regional, precisamente para no entrar en conflicto con nuestro vecino del norte.

No obstante, en 2005, México –gobernado por los panistas- tuvo la oportunidad de dirigir la OEA, dejar atrás todos esos prejuicios ideológicos y reorientar su rumbo, producto más de una decisión personal del entonces canciller, Luis Ernesto Derbez, que por una convicción o estrategia de política exterior. Sin embargo, la existencia de otro candidato -José Miguel Insulza-, cuyo país -Chile- había trabajado seriamente su candidatura, con el interés fundamental de darle una salida digna y no compitiera por la presidencia de su país, ante el apoyo mayoritario que la clase política había dado ya a Michelle Bachelet, obligó a México a retirarse de la contienda -luego de interminables empates-, en aras de la unidad de la organización y a fin de que el candidato ganador tuviera todo el apoyo de los países miembros.

La decisión de México, que fue entendida al interior de la OEA como un gesto de madurez y altura de un país importante, pudo ser aprovechada diez años después, cuando al terminó del segundo mandato de Insulza, México debió haber reclamado su momento y su derecho a encabezar la OEA en 2015, contando para ello con un bono extra por aquel antecedente, además de que todos los elementos se conjuntaban para lograr tal fin: congruencia, coyuntura política, liderazgo, proyecto de renovación y visión estratégica del organismo y recursos. A pesar de ello, la visión economicista de la cancillería -encarnada ahora por un representante neopriista- negó toda posibilidad de -siquiera- analizar dicha propuesta.

De esa manera, un candidato gris, pero con suerte, como lo es el uruguayo Luis Almagro, se fue quedando solo para alcanzar la OEA, luego de que también el candidato guatemalteco retirara su candidatura por razones verdaderamente de salud. Al más no haber, en marzo de 2015, Almagro fue elegido secretario general de la OEA que, para esos momentos enfrentaba una de sus crisis recurrentes, especialmente en términos económicos y financieros. Entre las promesas hechas por Almagro durante su toma de posesión destacaron tres: una, que no sería él el que enterraría a la OEA; dos, que no buscaría la relección, pues para él 5 años eran suficientes; y tres, que observaría en todo momento la Carta de la OEA, como guía de su mandato.

Si bien Almagro no ha enterrado a la OEA -no porque no haya querido, sino porque no le ha dado tiempo-, ha logrado acabar con la credibilidad y confianza que la organización había logrado en todos estos años, especialmente en el tema de democracia, donde ha orquestado una verdadera cruzada contra aquellos países, cuyos gobiernos se han declarado de izquierda (Venezuela, Bolivia y Nicaragua), respaldado abiertamente por los Estados Unidos y otros países plenamente identificados con la derecha conservadora y liberal del momento, violando así los más elementales principios de la organización, sin que ningún país, incluyendo el México neopriista, le hubiera puesto un alto.

Por el contrario, en la fase más álgida de esta cruzada, México apoyó los propósitos de Almagro, al auspiciar reuniones donde se conspiraba abiertamente contra la Venezuela de Maduro, sin ningún rubor, respeto o vergüenza por la enorme tradición de la política exterior de México. Al final, la actuación de Almagro recibió un duro revés cuando en plena Asamblea General de ese organismo -celebrada precisamente en Cancún, México, en 2017- no fue siquiera posible aprobar la resolución que condenaba por enésima vez a Venezuela, en virtud de la peligrosa división de la membresía, que puso en evidencia no solo el fracaso de Almagro el injerencista, sino el extravío de México y su política exterior de entonces, además del deterioro de la OEA como foro político para debatir y superar crisis políticas en los países miembros.

Almagro buscó entonces otra oportunidad para probar su vocación, ahora en Bolivia, cuyas elecciones presidenciales en 2019 fueron rápidamente calificadas de fraudulentas por su Misión de Observación Electoral (MOE) de la OEA, deslegitimizando con ello un modelo de actuación imparcial y objetivo, al tiempo de minar totalmente con la confianza y credibilidad de la organización. Asimismo, orilló a ese país a la división y violencia poselectoral, así como a la creación de un gobierno interino, apoyado por la inesperada reacción del ejército boliviano, que para muchos constituyó un golpe de estado. La historia -como también dijo el subsecretario mexicano- le ha dado la razón a la Bolivia democrática, cuyo partido Movimiento al Socialismo (MAS) -que se había declarado ganador en 2019- obtuvo nuevamente el triunfo con el 53% de los votos un año después de aquel suceso, lo que vuelve a significar otro fracaso del instigador Almagro. Democracia es democracia, nos guste o no la ideología del partido ganador.

La otra promesa de Almagro fue NO relegirse; sin embargo, probada su vocación injerencista y los “buenos” resultados, seguramente fue convencido por los Estados Unidos para que siguiera en el cargo con objeto de acabar con todo vestigio socialista y/o populista en el continente. Ya reelegido, Almagro está obligado a continuar con esa errática actuación a fin de probar también su lealtad, sin importar que en ello arrastre el nombre de la organización.

Y conste que no estoy defendiendo a esos países que, sin duda alguna, requieren de reformas profundas para fortalecer su democracia y unidad. En lo que no se puede estar de acuerdo -y aquí se rompe su tercera promesa- es en la forma en que el secretario general ha abordado dichos temas: violando la Carta de la OEA; sobrepasando sus atribuciones; manejando una agenda personal y comprometida con otros intereses; siendo parcial; y llevando a la OEA no sólo al desprestigio, sino a un retroceso brutal, precisamente a los peores tiempos de su historia.

Como aseguró el Subsecretario Reyes, el secretario general de la OEA no califica elecciones ni gobiernos. Por ello, invitó a Almagro a realizar una autocrítica de todo lo actuado y a corregir el rumbo. Conociendo a Almagro, estoy seguro de que no lo hará, pues tampoco le gustan las críticas ni la rendición de cuentas.

En mi opinión, este mensaje de la cancillería mexicana -que rescata los principios de la mejor política exterior-, debería hacerse expreso en una nota de extrañamiento, que constituya un referente que pudieran seguir otros países miembros, a fin de reprobar su trabajo en estos 5 años al frente de la OEA. En caso contrario, Almagró acabará por enterrar a la OEA.

Politólogo y ex diplomático. 

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