Como mencioné en mi anterior artículo, la creación de la Guardia Nacional en 2019 ha sido consecuencia de esa nueva visión amliana de la seguridad, llamémosle multidimensional, donde se ha cruzado finalmente la fuerte y, a veces, tenue, raya que separaba las esferas de la defensa y la seguridad, sin que se acabe el mundo. En el caso de México era más que obligado el cruce, luego del fracaso de la policía federal y los altos índices de criminalidad alcanzados hasta 2018.

En ese sentido, el gobierno de AMLO optó por crear una nueva fuerza, ya formada, entrenada, con espíritu de cuerpo, disciplinada y honorable, como es la Guardia Nacional (GN), conformada fundamentalmente por elementos provenientes, tanto de Sedena, como de la Semar, a la cual se han incorporado nuevos miembros, hasta alcanzar, ahora, cerca de 140 mil agentes, para las tareas de seguridad pública que, provisionalmente, han quedado asignados a la Sedena, tanto administrativa, como operativamente. La discusión es dejarla ahí para garantizar su fuerza o bien, devolverla a la secretaría de seguridad, donde podría perder todos los atributos mencionados.

En esa creación de la GN, AMLO también descubrió las otras capacidades técnicas de las fuerzas castrenses, que ha puesto a trabajar al servicio de la nación a través de los grandes proyectos y obras del sexenio, donde está garantizada la viabilidad, la calidad y la seguridad de estos, tratándose en su mayoría de infraestructura crítica.

El concepto de seguridad multidimensional, muy conocido en la OEA, fue acuñado al principio del siglo XXI, por los países caribeños, que estaban más preocupados por el tema de medio ambiente que, por una invasión militar o guerra, ya que responde precisamente a ese nuevo escenario que enfrentan los gobiernos ante los nuevos retos y desafíos, como lo son -en el caso de los países caribeños-, el incremento del nivel del mar, que podría desaparecerlos del mapa.

México complementó la obra para darle mayor contenido al concepto de seguridad multidimensional, plasmándolo en la “Declaración sobre la Seguridad en las Américas” de 2003, durante la conferencia del mismo nombre, que sería bueno releer ahora, y que marcó la culminación de todo un proceso de reflexión acerca del tema en la región y fue asimismo el punto de partida o de arribo de un nuevo paradigma en el hemisferio, donde se incluyen, tanto las amenazas tradicionales, como las nuevas amenazas, preocupaciones y otros desafíos a la seguridad de los Estados del Hemisferio.

Entre las nuevas amenazas y desafíos se identificaron al terrorismo, la delincuencia organizada trasnacional, la corrupción, el lavado de activos, el narcotráfico, el tráfico de armas, la pobreza extrema y la exclusión social, los desastres naturales, el VIH SIDA y otras enfermedades, el deterioro del medio ambiente, la trata de personas y los ataques a la seguridad cibernética, que en su conjunto reflejaron todas las preocupaciones del continente.

Sin embargo, el concepto de seguridad multidimensional se adelantó a su época, pues nadie supo cómo lidiar con él -aparte de los caribeños en el tema de medio ambiente- y enfrentó la grave disyuntiva de los Estados de seguir apegados a una absurda división entre los temas de defensa y seguridad, cuando la realidad se había vuelto global y requería de la participación de todos para enfrentarla. Veinte años después, tanto el concepto como la realidad se han alcanzado, para evidenciar en cada país que la falta de acción en ese tiempo ha puesto en peligro la misma supervivencia del Estado, ante el avance de esas y otras amenazas.

En el caso de México, a partir de 2018, se ha cambiado por lo menos la estrategia de seguridad y los actores a desarrollarla, con una Guardia Nacional por delante, un nuevo enfoque multidimensional y la inteligencia como primer instrumento de lucha, cuyo mayor logro ha sido romper la nefasta curva ascendente del crimen, aunque manteniéndose en el punto más alto, con un leve descenso.

Por más que los críticos subrayen con total alegría los altos índices de criminalidad, fallan en la comparación, pues no es solamente contra las cifras del pasado que deben hacerlo, sino contra las cifras proyectadas en esa curva que, de haber seguido la tendencia que los gobiernos anteriores dejaron, los números serían por lo menos del doble de los que hoy felizmente señalan. Esa es la gran diferencia: el gobierno de AMLO rompió la tendencia de la curva, aunque falta bajarla más.

En mi opinión, el elemento débil de esta estrategia es la ausencia de una nueva narrativa de seguridad, que es tan importante como la acción misma de la GN o las tareas técnicas de la Sedena o la Marina, que nadie más que AMLO ha desarrollado con su famosa frase “abrazos, no balazos”, pero que no alcanza para mostrar en su totalidad los principios de la estrategia y da pie a propios y extraños a interpretarla a su manera: los contrarios para desbaratarla por su simpleza; los propios para no desarrollarla, por temor a contradecir a su jefe. Y ese ha sido el error.

Además, la estrategia ha adolecido de un champion que la encabece, la explique y la defienda ante las críticas, otro que no sea AMLO, pues no es su especialidad.

Cuando se nombró al primer comandante de la GN, general Luis Rodríguez Bucio, pensé yo que él sería ese champion, con base a su gran experiencia, no sólo militar, sino especialmente como ex titular de la Junta Interamericana de Defensa (JID) -ente de la OEA, con sede en Washington-, donde conoció y compartió con todos los ejércitos de la región, donde seguramente rescató conceptos y prácticas militares novedosas. Sin embargo, se dio su relevo y toda esa experiencia se desperdició.

Estoy seguro, conociendo al general Bucio, quien, regularmente nos visitaba en la Representación de México ante la OEA, saludando a todos y todas, pues es un caballero, en su impecable traje de campo, que, de haber podido, hubiera desarrollado dicha narrativa, comenzando por la frase “abrazos para las víctimas, balazos para los malosos”.

Politólogo y exdiplomático

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