Al momento de escribir estas líneas, ha pasado prácticamente una semana desde la jornada electoral en Estados Unidos. Con el paso de los días, una cosa queda clara: si bien la victoria fue técnicamente para el Partido Republicano, es aún más evidente la derrota del Partido Demócrata.

Con alrededor del 95% de los votos contabilizados, Kamala Harris obtuvo casi 10 millones menos de votos que Joe Biden en 2020, mientras que Donald Trump sólo aumentó en aproximadamente un millón su votación respecto al proceso anterior. A esto se suma la victoria republicana en los siete estados columpio, de los cuales seis cambiaron de azul a rojo en comparación con la última elección.

Aunque los números reflejan contundentemente la derrota demócrata, los mensajes de campaña subrayan una desconexión aún mayor entre el partido y el electorado. Los demócratas no lograron entender las preocupaciones reales de la gente, centrándose en temas como el aborto o amenazas abstractas a la democracia, dejando de lado cuestiones que preocupan más a los votantes, como la migración, la cual según Gallup subió casi 30 puntos en relevancia en los últimos cuatro años.

Las semanas previas a la elección, la mayoría de los análisis apuntaban a una elección muy cerrada, utilizando frecuentemente que “sería un volado”. Si bien no debemos juzgar el pasado con ojos del presente, el error no podría ser más evidente, y por error no me refiero a la predicción de resultados, sino a la falta de comprensión sobre los verdaderos impulsores del voto.

En 2016, el triunfo de Donald Trump sorprendió al mundo. Ahora, en 2024, vuelve a sorprender, conquistando incluso el voto popular. Ocho años después, seguimos asombrándonos en lugar de alarmarnos por la falta de entendimiento que prevalece en amplios sectores de la sociedad.

Hemos fallado en entender que múltiples historias existen a la vez y que las elecciones reflejan esta diversidad. En la sociedad caben múltiples grupos, que no sólo son diferentes entre ellos, sino también en su interior. Los votantes están motivados por las realidades cotidianas, como su estabilidad económica, el miedo a perder el empleo y su percepción del país, más que por ideales abstractos como la preservación de la democracia.

Algunos sostienen que Biden debió retirarse antes. Si bien coincido, no estoy segura de que el resultado hubiera sido diferente. No se necesitaba únicamente de otro candidato o candidata más desapegado de la administración actual, sino de un partido capaz de entender lo que el país realmente quiere y el sentimiento de relego que prevalece entre gran parte de la clase trabajadora.

Esto no se trata de decir que está bien o mal lo que pasó. Independientemente de los resultados, se debe reconocer que sólo un lado logró conectar con las preocupaciones y conversaciones cotidianas de la gente. Esta reflexión debe guiar nuestros esfuerzos hacia el futuro, reconociendo lo que nos ha faltado y construyendo a partir de ahí.

El reto para los demócratas, y en general, para las fuerzas políticas en todo el mundo, es encontrar formas de reconstruir conexiones auténticas con la ciudadanía. La política debe de evolucionar hacia un enfoque que escuche y comprenda las preocupaciones inmediatas de los ciudadanos, reconociendo su diversidad y los diferentes problemas que enfrentan. Sin esta capacidad de adaptación, la distancia entre la clase política y los votantes se seguirá ampliando y, peor aún, los discursos y promesas extremistas serán cada vez más atractivos, poniendo en riesgo los avances logrados hasta ahora.

Directora General de Connecting Mexico

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