A la memoria de mi papá, Carlos Manuel Urzúa Macías.Para Laura y Juan Carlos.
Mi padre, Carlos Urzúa, falleció el lunes 19 de febrero de manera repentina. El día anterior había marchado por la democracia y, ese mismo día, publicado la que sería su última columna en EL UNIVERSAL. Escribió una columna semanal en este periódico de 1995 a 2002 y de 2019 a 2024. Procuraba no fallar en su publicación, aun si se trataba de días festivos, y escribir columnas accesibles e informativas sobre temas de relevancia nacional. Era tal su compromiso con este espacio y con sus lectores, que creo que le hubiera gustado despedirse; para honrarlo, hoy lo hago yo.
Mi padre era, primero que nada, un hombre bueno y de profundas convicciones. Dedico el resto de esta columna a repasar algunas de las principales. Mi padre creía en la belleza y la utilidad del rigor analítico, ya fuera para realizar una investigación, escribir una columna o tomar decisiones de política pública. Era un convencido de la importancia de la educación y el valor de la docencia, por lo que atesoraba, más que cualquier otra faceta profesional, ser profesor universitario. Mi padre creía en sus estudiantes, en los muchos que mi madre y él hospedaron por largas temporadas en su casa, en los que se volvieron académicos y servidores públicos notables, en sus asistentes de investigación recientes que —decía— programaban mejor que él, en impulsar a las nuevas generaciones.
Mi padre creía en nuestro país, por lo que volvió a México tras concluir su doctorado en Estados Unidos y me inculcó hacer lo mismo. Creía en la investigación académica, incluyendo la más teórica, por lo que era un estudioso de la econometría y, entre otras contribuciones, desarrolló su propia prueba estadística. Creía también en la investigación más directamente relevante para México —por ejemplo, sobre sus finanzas públicas— y en la importancia de contribuir al debate público. Sin considerarse a sí mismo un político, creía en la política, porque es la vía para generar cambios estructurales que cambien el rumbo del país. Mi padre creía que un México menos desigual y más próspero es posible. Estaba convencido de que hay que aprovechar las oportunidades para incidir en la realidad mexicana, pero no a toda costa. Creía en la honestidad y la congruencia, y en que estos valores están por encima de la lealtad y de los ideales antes mencionados.
Mi padre creía en la generosidad, la tolerancia y la bonhomía; en estos días tan dolorosos, muchos me han recordado su emblemática sonrisa. Creía en la literatura y la poesía; era un lector voraz y publicó un libro de poemas. Mi padre creía, sobre todo, en su familia: en su hijo, en su esposa, en sus hermanos, en sus padres, en sus sobrinos, en mí. Estuvo presente en cada uno de los momentos importantes y cotidianos de mi vida durante treinta años y ahora me acompañará para siempre en la memoria. Mi padre creía en la belleza de la vida y la disfrutó hasta el último segundo. Le gustaba cantar “A mi manera” en el karaoke. Y así vivió su vida, a su manera, en el camino marcando la de muchas otras personas. Le hará falta al país y, en especial, nos hará falta a quienes lo amamos.
Descansa en paz, papá, es un orgullo ser tu hija.