México se ha convertido en un mosaico de dolor y crueldad que se invisibiliza detrás de las cifras de incidencia delictiva y de la impunidad que padecemos. Nos hemos acostumbrado a escuchar números e ignorarlos.

Hoy poco nos conmueven e indignan. Hace casi 16 años, la madrugada del 6 de septiembre de 2006, varios sujetos armados entraron al bar “Sol y Sombra” ubicado en Uruapan, Michoacán; cargaban bolsas de basura de donde salieron 5 cabezas humanas, que quedaron esparcidas por la pista de baile.

Esto fue noticia nacional e internacional, se miró con terror. Tras el ataque, un corresponsal del diario El País viajó a Uruapan y habló con un taxista que le resumió su sentir tras escuchar la noticia: “El ser humano puede acostumbrarse a todo”.

Cierto, los mexicanos nos acostumbramos a vivir en el horror. Pasamos de una atrocidad que causó alarma, a ignorar miles de atrocidades. Y no solo eso, hemos permitido que la autoridad responda también con su habitual: “lo investigaremos hasta las últimas consecuencias”. Lo cual es equivalente a no habrá consecuencias. Así pasamos de un crimen al siguiente.

Además, el gobierno federal tiene una narrativa equivocada y pretende que creamos que en el país solo hay un tipo de violencia, la generada por el narco. Contrario a esta narrativa, se trata de violencia criminal, sí, pero es también violencia de género, violencia familiar, violencia comunitaria, violencia social y violencia del Estado.

De esto da cuenta el estudio presentado por Causa Común el 20 de julio llamado “Galería del horror, atrocidades y eventos de alto impacto registrados en medios” () Usando reportes periodísticos, se realiza un mapeo de los distintos tipos de violencias y la crueldad con la que esta se ejerce. Tan solo en los primeros 6 meses de este año, se acumularon al menos 3,123 atrocidades con 5,463 víctimas.

El trabajo pretende hacer notar como decidimos coexistir con estas violencias en plural. Algunas diferenciadas en lo territorial, como la trata de personas con fines de esclavitud en Chiapas o el huachicol en Puebla. Otras que se mezclan entre mercados lícitos e ilícitos como la extorsión en la producción de aguacate en Michoacán o el gas en el Estado de México. Otras generalizadas como la violencia infanticida y feminicida.

Aunque hay un cúmulo de violencias ejercidas por entes públicos y privados, el gobierno insiste en ubicar en un solo cajón “violencia narca” y en consecuencia dar una única respuesta: la de militarizar la seguridad pública. En el discurso y en la práctica niega las violencias en plural. Lo cual es tan perverso como ilógico. Si el crimen es diferenciado, tanto en los territorios, como en sus actores y en los delitos que realizan, por lógica la respuesta debía ser también diferenciada y atendida por entes locales, policías y fiscalías preparadas y apoyadas por instancias internacionales como son los mecanismos especiales de justicia. El ejército debería estar alerta en casos específicos y siempre subordinado a las policías.

Si el gobierno parte de la negación y da como única respuesta aumentar el número de militares, no es extraño que las violencias continúen en aumento y la impunidad cree un círculo vicioso. Entonces las personas cometen más atrocidades a sabiendas que no serán detenidos ni castigados.

A quienes siguen cómodos con la negación, repitiendo que ya no hay masacres, ni tortura, ni impunidad, debemos responder rescatando nuestra capacidad de indignación ante el cúmulo de horrores y exigiendo de forma más articulada y precisa soluciones y, ahora sí, una estrategia para combatirlas. (Colaboró René Gerez)

Presidenta de Causa en Común
 

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