En días pasados, la política migratoria entre México y Estados Unidos tuvo nuevamente un giro inesperado. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, designó a la vicepresidenta Kamala Harris como encargada de los asuntos migratorios en la frontera, quien acordó mantener un trabajo conjunto con el gobierno de México para frenar el tráfico de personas e incrementar la ayuda humanitaria a través de mayores inversiones en la región sur del país. Esta semana, el gobierno de Estados Unidos mencionó que había alcanzado acuerdos con México, Honduras y Guatemala para reforzar la seguridad en las fronteras a través de despliegues de tropas de esos países en las fronteras a cambio de inversiones económicas en la región. Los países centroamericanos negaron dichas afirmaciones, mientras que México dijo que mantendría el despliegue de militares en sus fronteras.
Recordemos que venimos de un periodo peculiar. El 20 de enero de 2017, el día que Trump asumió el poder, López Obrador señaló durante un mitin que su triunfo significaba en la política exterior de Estados Unidos “una vulgar amenaza a los derechos humanos”, por sus planes de construir un muro en la frontera con México. De ahí se pasó, en un salto mortal, a la militarización plena y descarada de la política migratoria. El gobierno de México pasó de “los brazos abiertos” a la abyección. Por si fuera poco, recordemos que se retiró desde el inicio del actual gobierno el apoyo a diversas organizaciones de base que brindaban apoyo a los migrantes, además de que no hay mayor presupuesto para el Instituto Nacional de Migración o para la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados. Ahora, la gravísima crisis centroamericana, aunada a las señales de permisividad o de flexibilidad que envió el nuevo gobierno de Biden, han dado un impulso de continuidad a este rol vergonzoso de México como muro militarizado de contención.
Son muy tristes las imágenes de los migrantes en tránsito o en centros de detención en México o en Estados Unidos. Los abismos económicos en la región ya nos estallaron a todos, y lo que tenemos es una crisis humanitaria que va para largo. Como ya lo indican los anuncios oficiales, es previsible que veamos una combinación de políticas económicas y de contención, y de un estira y afloja entre todos los actores, tratando de equilibrar distintos intereses nacionales y regionales.
Y desde luego no sólo está la migración, sino también los temas de seguridad, en los cuales el fracaso también es ostensible. Además, se simulan esquemas de cooperación, que por lo visto se esfuman tan pronto como son anunciados. El caso del supuesto operativo “Frozen”, anunciado en 2019, para frenar el tráfico de armas es una muestra de la descoordinación o simulación, pues el presidente de México ya dijo que ese problema está prácticamente resuelto gracias a que el Ejército tomó control de las aduanas. Preocupa sobremanera que no haya señales de ninguna institucionalidad, después de que ya se dio por muerta a la “Iniciativa Mérida”. Es ahí donde está uno de los principales retos, para tratar de darle orden, continuidad y cierto equilibrio a las muy difíciles negociaciones que todos estos temas exigirán, desde ahora y para el largo plazo.
Las buenas intenciones nunca han sido suficientes, y los diálogos, si bien son indispensables, pierden sentido si no hay dirección estratégica y presupuesto, elementos que no hemos visto a lo largo del sexenio. No es un buen augurio para los migrantes, ni para el país, ni para la relación bilateral.
(Colaboró Raúl Rosales Ochoa)