Dorothy Thompson, escritora y periodista norteamericana, decía que “la paz no es la ausencia de conflicto, sin o la presencia de alternativas creativas para responder al conflicto”. En México, la paz es un bien social que estamos muy lejos de alcanzar. Los factores necesarios para construir una sociedad pacífica, no se construyen desde la esfera de la descalificación y el encono, ni con invisibilizar los terribles niveles de violencia que enfrenta México.
Durante su campaña, López Obrador aseguró que la paz y la reconciliación serían la base de su administración. Para este propósito, él y su equipo impulsaron los “Foros por la Paz”. El primer foro realizado en Ciudad Juárez fue un golpe de realidad para el entonces presidente electo: al ver el dolor de familiares de víctimas, solo se le ocurrió sugerir que “hay que estar dispuestos a perdonar”. Debido al fracaso de estos foros, el equipo de transición canceló los que estaban previstos para los estados de Veracruz, Sinaloa, Tabasco, Morelos y Tamaulipas, y hoy, la ruta trazada para la construcción de paz está en el olvido, debido a dos factores primordiales: a) el equipo encargado de este proceso no existe más; y b) todos los caminos de esta administración en materia de seguridad llevan a la militarización. Una traición a las víctimas que hablaron aquel día en Ciudad Juárez.
Otro intento por atender este asunto fue la presentación del “Plan Nacional de Paz y Seguridad 2018-2024”, un documento basado en la idea de moralizar al país a partir de un cúmulo de valores generalizantes, sin ningún tipo de estrategia, indicador u objetivo que valga la pena rescatar. Otra letra muerta. La paz no se construye de la noche a la mañana, desde la demagogia, ni haciendo un llamado a portarnos y llevarnos bien. Tampoco por supuesto poniendo a los agresores por encima de las víctimas.
De acuerdo con el Instituto para la Economía y la Paz (IEP) que año con año presenta el Índice de Paz en México, en el periodo de 2015 a 2019 el nivel de paz en el país se deterioró un 27% debido al incremento de la tasa nacional de homicidios. Para 2020, de acuerdo con el IEP, hubo una ligera recuperación del 3.5%, básicamente relacionada a las restricciones de movilidad derivadas de la pandemia por Covid-19, y con ello, las “mejoras” en el registro de delitos relacionados al movimiento cotidiano, como robos, asaltos, secuestros y extorsiones. Además, el IEP señala que el costo de no alcanzar la paz equivale al 23% del Producto Interno Bruto del país.
Más allá de las políticas públicas destinadas a la construcción de paz, otro factor fundamental que dinamita la pacificación del país es el discurso de división y confrontación impulsado desde el Estado y sus instituciones, en contra de todo lo que consideran una amenaza a su proyecto político, ya sean periodistas, organizaciones, actores políticos, organismos autónomos; incluso aliados que se atreven a contradecir públicamente al Presidente.
Para sentar las bases que nos lleve a la paz y la reconciliación, debemos atacar las causas que impiden que México sea una sociedad en paz, por ejemplo, la desigualdad social y económica, la pobreza, la injusticia; los terribles niveles de impunidad y corrupción; la ineficiencia del sistema educativo y la precarización de los empleos, entre otras; además de los índices de criminalidad en que se encuentra el país, y asumir que las palabras confrontan, dividen y generan violencia.
Las “alternativas creativas para responder al conflicto”, deben surgir de un consenso donde se atienda el origen de todos estos problemas, y donde la denostación no sea la política de Estado para gobernar a México. Como dijo Gandhi alguna vez: “no hay camino para la paz, la paz es el camino”.
*Colaboró Genaro Ahumada