En México suceden cosas que horrorizarían a otras sociedades, pero aquí si acaso alcanzan alguna nota de prensa sin que se explique la historia completa, y desde luego, sin que las autoridades hagan algo más que declarar que van a investigar. Las atrocidades en el país se pierden en los más oscuros rincones de la impunidad.

Uno de los cientos de ejemplos es lo que muestra el video que se hizo viral el sábado pasado, tomado y difundido por una persona que dijo ser del Cártel de Sinaloa, donde mostraba orgulloso un montón de cuerpos sin vida en la caja de un camión de volteo, cerca de la Concordia, Chiapas. Miles de niños, jóvenes y adultos lo vieron y lo replicaron. En la mente quedó como una película de terror de la que no se vio ni el principio (qué causó este horror), ni el final (sus consecuencias). En la inmediatez de la información, parece que es algo que tampoco importa.

Los actos violentos son tolerados, de manera que se convierten en parte de la vida diaria. Por un lado, están quienes en sus comunidades viven expuestos de forma repetida a la violencia criminal y aprenden a sobrevivir y adaptarse al miedo, como es el caso de las comunidades chiapanecas; y por el otro están quienes la viven desde las redes sociales, donde lo importante es quien lo difunde primero y quien tiene más comentarios y reacciones. Ya nada duele porque son miles los hechos escandalosos y horrorizantes que no alcanzamos a comprender, pero sabemos que quedaran impunes, esta mezcla ha terminado por anestesiarnos.

La masacre del pasado sábado se enlaza con muchos otros actos violentos ocurridos desde mediados de 2021 en la zona fronteriza entre Chiapas y Guatemala, protagonizados por grupos criminales que pelean una zona muy lucrativa por el tráfico de migrantes, de armas y drogas y que se combinan con viejos conflictos sociales por las tierras y la corrupción política. Todo lo anterior sin que el gobierno estatal ni federal muevan un dedo para solucionarlo, pareciera que esperan que, como en otros territorios, sea un grupo criminal el que imponga orden.

El Presidente ha tenido un papel fundamental en la normalización de la violencia, tiene una fascinación o adicción por la mentira y la polarización. Su increíble respuesta del 25 de abril lo retrata, cuando en la mañanera dijo que los criminales siempre han sido respetuosos con él y que respetan a la ciudadanía.

Él criminaliza a las víctimas (es un conflicto entre ellos), culpa a los comunicadores (por difundir la noticia) y a los adversarios (por la ocurrencia del día), pero ni por equivocación asume su responsabilidad de dar seguridad; tampoco se confronta con los criminales. Esta semana le pareció poco importante que mataran a 20 personas en Chiapas, mintió al decir que el gobierno estaba protegiendo a la población, cuando hay investigaciones que apuntan entre 4 mil y 7 mil desplazados en la zona. Queda muy lejos su promesa de pacificar el país, pero se siente protegido por los últimos resultados en las urnas.

La última vez que una atrocidad conmocionó a los mexicanos fue el asesinato de la familia LeBaron en noviembre de 2019, cuando fueron masacradas tres mujeres con sus niños y bebes en Bavispe, Sonora. Desde entonces, en Causa en Común hemos identificado 2,334 masacres (asesinato de 3 o más personas). Lametablemente la población apenas si las voltea a ver, parecería como si fueran parte de un videojuego.

Pero tolerar la violencia y hacerla parte de nuestra cotidianidad no debería ser nuestro destino, la hemos normalizado, pero no es lo normal.

Agradecida con mis lectores, esta columna regresa el 3 de agosto. (Colaboró Vanessa Matamoros)

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