En el proceso electoral de 2018, se observó a un Andrés Manuel López Obrador que había aprendido de sus campañas anteriores. Se mantuvo ecuánime, sumó personas con credibilidad y, sobre todo, supo leer lo que les dolía a los mexicanos: las grandes desigualdades, la corrupción y la inseguridad. Además, hizo una campaña diferenciada prometiendo a cada cual lo que quería escuchar. Con su buena campaña y la ayuda del presidente Peña Nieto llegó al poder con 30.11 millones de votos y una mayoría calificada en el Congreso.
Sin embargo, el diálogo se fue cerrando, las promesas se esfumaron y muy pronto volvió a ser un agitador social como cuando fue Jefe de Gobierno de la CDMX. En esa época descalificó la Marcha Blanca por la Seguridad, denostó a la embajadora de España por decir que estaba preocupada por secuestros de sus connacionales en la Ciudad, le gritó al presidente Fox “cállate chachalaca” y también se mostró como un violador asiduo de la ley, por ejemplo, no permitió que se instalara el Instituto Local de Transparencia. Sí, también mandó al diablo a las instituciones.
Y lo más importante para recordar ahora, es el caso de El Encino. Entonces hizo todo lo posible por perder el caso en los tribunales y provocar la declaratoria de desacato, que al final no logró, estuvo a punto de convertirse en lo que buscaba, ir a la cárcel y “ser una víctima del sistema que protege a los poderosos”. Su jueguito escandaloso no le resultó, por el contrario, provocó temor y muchos de quienes lo apoyaban dieron un paso atrás y se decidieron por Felipe Calderón.
Por lo tanto, no debe extrañar su actuar de las últimas semanas, o deberíamos decir años. Está utilizando el mismo libreto, la polarización y el odio, ahora contra la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) y en especial contra la ministra presidenta. No solo por el gusto que, al parecer, siente al descalificar y humillar a cualquiera que no se someta a su voluntad, sino como el mismo señaló, para lograr nuevamente mayorías calificadas en el constituyente en 2024 y poder modificar la Carta Magna a su antojo.
Contrario al discurso oficial de rabia, las decisiones tomadas por la SCJN en las últimas semanas fueron para defender las leyes y por consiguiente al pueblo. El regresar a la Guardia Nacional a la Secretaría de Seguridad es precisamente para evitar abusos de los militares y violaciones a los derechos humanos a todas y todos; invalidar la primera parte del plan B de la reforma electoral protege al poder legislativo que representa al pueblo, al sostener con argumentos que no se puede violar el proceso legislativo y votar sin leer ni discutir una reforma, aunque se instruya desde Palacio Nacional.
El presidente envió iniciativas ilegales sabiendo que llegarían las controversias a la Corte. Lo hizo no por ignorante, sino por astuto, para construir la narrativa de campaña, para quien sea el candidato de Morena. Al igual que cuando fue Jefe de Gobierno, está cimentando su discurso de víctima: “la Corte está podrida”, “quieren seguir con sus privilegios” mientras que él y Morena se pretenden plantar como héroes frente a la “Mafia del Poder”. La clara estrategia es pedirle (como si fuera el mártir) al pueblo que lo apoye votando por ellos.
Entonces, tengo la impresión de que, con los reveses que le ha dado el poder judicial, su proyecto personal, político y electoral ganó. Nuevamente posicionó su agenda, dejamos de hablar de las violencias, la corrupción de sus familiares, amigos y de los militares o del debilitamiento institucional. Inició su propaganda mañanera para que en el 2024 su narrativa haya permeado lo suficiente en la población.
De obtener los votos suficientes para tener mayorías calificadas no tengamos duda que presentará al menos las 3 reformas constitucionales anunciadas. La primera para otorgarle aún mayor poder a los militares, con las consecuencias impredecibles que eso traiga para la vida democrática; la segunda para acabar con el INE y que los votos los cuenten los mismos que gobiernan y la tercera para que los ministros de la SCJN sean electos por el voto popular y se sometan a su voluntad. Pero tampoco creamos que por tener la boca grande podrá lograr a placer consolidar un regimen autoritario. Perdió en 2006 por generar odio y en 2021 la población no le dio la mayoría calificada requerida para hacer cambios constitucionales.
Después de 5 años de polarización, de más pobreza, de corrupción extrema, de aumento de las violencias y de destrucción institucional nadie puede decirse engañado. El presidente solo concibe el poder para sí mismo y para quienes se someten a su voluntad.