La migración posiblemente es el tema humanitario de mayor relevancia a nivel internacional. Durante las últimas semanas, hemos observado escenas trágicas en donde cientos de migrantes buscan cruzar la frontera sur de México para llegar a la frontera con Estados Unidos. Históricamente, los movimientos migratorios se daban principalmente por jóvenes mexicanos y centroamericanos, pero hoy se observa una diversificación en los flujos, los cuales también se componen de migrantes de países como Haití, Ecuador y Venezuela; además, hay un incremento en la movilidad de familias enteras y de niños no acompañados.
Una de las razones de estos incrementos es la crisis económica, política y social en muchos de los países expulsores. La pandemia ha empeorado estas circunstancias. Los desastres naturales también son factores que obligan a la gente a emigrar; es el caso, desde luego de los terremotos e inundaciones torrenciales en Haití.
Todo lo anterior confluye en situaciones de enorme violencia y en las expectativas de que esta violencia no solo no va a reducirse, sino que permanecerá y se agravará. El drama de familias enteras que se ven obligadas a dejar sus comunidades por la certeza de que en ellas solo hay un futuro de pobreza y crimen; o peor aún, el drama de los menores de edad que viajan solos, es que deben iniciar el éxodo a través de un país como el nuestro, lo que los condena a un viacrucis espantoso debido a coyotes sin escrúpulos, a toda suerte de grupos criminales y, como acreditan las imágenes que todos hemos visto, a las propias autoridades mexicanas que violan sus más elementales derechos humanos.
Es una vergüenza nacional que se les trate de esta manera, y sobre todo después de que este gobierno lanzó el mensaje a los cuatro vientos de que se les recibiría con los brazos abiertos. Los engañaron. No contaban con la amistad entre López Obrador y Trump. No contaban con la militarización que convierte a las fuerzas de seguridad en México en compañías de soldados. No contaban con un gobierno que miente como respira, y que dice que los maltratos que padecen son un invento de la prensa. No contaban con un canciller que se toma una foto con unas refugiadas afganas con tal de presumir una calidad moral inexistente, como lo atestiguan en carne propia los miles de pobres que cruzan por Chiapas. No contaban con que México echaría a la basura sus mejores días como un lugar para el asilo y el refugio.
Desde luego, si tuviéramos un gobierno con imaginación, con valentía, de corte realmente progresista, se enfrentaría el drama migratorio con una batería de acciones y no de discursos matutinos plagados de espejismos. No se trata de inventar el hilo negro, pues muchas de ellas ya se han planteado en todo tipo de foros. Se podría incentivar el desarrollo económico de forma regional a fin de promover proyectos de inversión; facilitar trámites migratorios como pueden ser visas humanitarias para las personas que son víctimas de persecución o visas temporales para trabajadores; establecer albergues con servicios básicos; desmilitarizar al Instituto Nacional de Migración; recuperar a la CNDH, para que sea capaz de velar por sus derechos; y promover estrategias internacionales para enfrentar la inseguridad en México y Centroamérica.
Nada de lo anterior se hará porque padecemos un gobierno que no dialoga y que es incapaz de rectificar. Un gobierno, para infortunio de los migrantes y de los propios mexicanos, que tendremos que padecer todavía un buen rato. Desde luego, quedarán para siempre los testimonios de los atropellos, que evidencian su verdadero rostro.
(Colaboró Luis Sánchez Díaz)