Es ya un lugar común decir que México pasa por momentos difíciles. El populismo que vivimos en América Latina está encabezado por México que todavía aguanta en términos económicos y —quizás— sociales, pero estamos en un momento, en un punto de inflexión. El Poder Ejecutivo se apodera todos los días de la narrativa que tiene como característica la mentira disfrazada de interpretación subjetiva. Y lo peor que nos puede pasar es que nos acostumbremos al maltrato y a la mentira.
En la carrera de derecho estudiamos la costumbre como fuente formal del derecho; pero en la vida política y social también podemos traer los dos elementos que la integran: el objetivo y el subjetivo. Objetivamente, la costumbre es una práctica suficientemente prolongada de un determinado proceder a fin de que —subjetivamente— se logre al menos la indiferencia frente a ese comportamiento. Acostumbrarnos al mal puede llevarnos a perder nuestros valores, nuestra identidad y nuestra autoestima. Es decir, nos podemos acostumbrar a perder nuestra dignidad. Aquí sólo tres ejemplos:
1. Hace unos días corría en los pasillos de la Cámara de Diputados el rumor de que habían cachado un “acordeón” a alguien que había presentado el examen para ser considerado como dentro de los consejeros electorales del Instituto Nacional Electoral (INE). Después no se supo nada. Lo increíble es que a nadie le sorprendía que en un examen de 508 sustentantes uno (o una) hubiera copiado. La sospecha aumentó cuando publicaron la lista de aprobados y los primeros seis estaban relacionados con Morena y habían sacado la misma calificación; la posibilidad de que se hubiera circulado previamente el examen continuó la sospecha por lo que algunos diputados y consejeros solicitaron una investigación que no se hizo, pero que obligó a ofrecer una rueda de prensa. Sin embargo, el Poder Legislativo guardó silencio y no hizo nada como institución. Afortunadamente la ciudadanía alzó la voz y el Comité de Evaluación ha tratado de explicar la metodología.
2. Hace unos días, una periodista denunció valientemente y con pruebas el espionaje que se realiza desde el gobierno. La respuesta del Poder Ejecutivo fue aceptar que eso se hacía, pero pasó inmediatamente a la descalificación, a la burla y, en un acto de esquizofrenia, “explicó” la diferencia entre espiar e investigar. Las instituciones callaron, nada dijo la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Afortunadamente esta valiente mujer periodista, así como muchos de sus colegas y miles de ciudadanos no se quieren acostumbrar a que se viole la libertad y la vida privada de los mexicanos.
3. Frente al hecho de que una ministra plagió una tesis para sustentar títulos en dos universidades; la Suprema Corte de Justicia guarda silencio y las universidades prefieren esconderse, pero la ciudadanía no será silenciada. Es más, las pocas salidas de las dos Universidades han sido gracias a la presión de las propias comunidades universitarias: estudiantes y docentes.
Las instituciones empiezan a acostumbrarse a no decir nada. Ojalá los ciudadanos no dejemos de señalar que al mal público se le denuncia y se le combate. No nos podemos acostumbrar porque perdemos todos. Es muy cierto aquello que aprendí en los cursos que se daban en política a los jóvenes: “quien no actúa como piensa acaba pensando como actúa”.
Midamos el gran daño que le estamos haciendo a México cuando las instituciones callan y se acostumbran al silencio. Seamos conscientes del gran daño que le hacemos a nuestro México cuando desde la ciudadanía nos acostumbramos al insulto, a la condena, a la polarización y a la mentira. Si nos empezamos a acostumbrar perderemos todos y va a imperar el odio y la indignidad. No nos acostumbremos al mal, el esfuerzo que eso significa lo merece nuestra tierra, nuestras familias, nuestro México.