En el caso del coronavirus, hemos presenciado una especie de subsidiariedad a la inversa. Trataré de explicarme.

La subsidiariedad es un principio que se explica más o menos así: que la organización que tiene mayor jerarquía y que tiene un carácter general, no haga lo que pueda, quiera y deba hacer la de menor jerarquía y de carácter particular. En términos políticos, este principio pide al Estado que se abstenga de intervenir allí donde los grupos o asociaciones más pequeñas pueden bastarse por sí mismas en sus respectivos ámbitos. Esto persigue que el gobierno no anule la iniciativa de las organizaciones intermedias, especialmente de las personas.

Sin embargo, tratándose del tema del “coronavirus”, parece que el Estado está rebasado y que es el gobierno el que no sabe, el que no puede y el que no quiere actuar. El resultado pudo haber sido una sociedad solamente asustada, pero no fue así. México es un gran pueblo y está actuando ante la pasividad del gobierno.

Asistimos al principio de subsidiariedad, pero a la inversa: la sociedad está haciendo lo que el gobierno no hace. Los líderes de distintas instituciones y organizaciones están reaccionando, dan instrucciones y orientan a la sociedad:

Veamos algunos ejemplos:

1) La Iglesia Católica empezó por cambiar el formato de la misa y, desde hace casi un mes, ha pedido que se suprima el rito del saludo de paz y que las ofrendas se den al final. El Obispo de Monterrey emitió un comunicado en el que dispensa a los fieles de la asistencia a la eucaristía e insta a que se hagan presentes a través de medios electrónicos.

2) Las Instituciones de Educación Superior como la UNAM y el TEC de Monterrey han cancelado eventos y clases presenciales.

3) El sector privado empresarial inició sus propios protocolos de higiene y salud.

4) Las enfermeras se organizan y cantan recordando el por qué hay que lavarse las manos, o bien, las mamás suben a las redes sociales videos para explicar a los niños cómo desaparece el virus de las manos cuando les ponemos jabón.

Son ejemplos en los que México actúa aplicando el principio de subsidiariedad, pero a la inversa: la sociedad mexicana está haciendo lo que el Estado mexicano no quiere o no puede, pero sí debe hacer. Y éste es el problema: el Estado mexicano no puede seguir así.

Lo que ha privado es la confusión como resultado de las incongruencias del gobierno y las contradicciones en sus declaraciones. Así es, mientras del pueblo de México podemos dar ejemplos; del gobierno, en cambio, podemos señalar contradicciones.

Vemos al subsecretario de Salud pidiendo que evitemos el saludo de mano, y que no nos demos beso; la SEP suspende clases, pero la actitud de la autoridad es lo contrario. Algunas contradicciones:

1) La Presidencia no cancela sus conferencias mañaneras ni los actos públicos en los que la gente se amontona desde el aeropuerto y en los propios eventos. Contrario a lo sugerido, el Presidente da besos y abrazos. Acompaña al Presidente gente que vive en una ciudad en la que ya está presente el virus, lo que implica un enorme riesgo de propagación. ¿Para qué les llevan el virus?

2) La Jefa de Gobierno de la CDMX anuncia que sigue adelante un evento que aglomera a más de 40 mil personas. Para justificar su decisión, utiliza un único argumento totalmente capitalista: no se puede perder tanto dinero.

3) En el aeropuerto internacional, los aviones llegan de todas partes del mundo y no hay puestos de control sanitarios.

Los pueblos pueden convencerse de que sus gobiernos no sirven para nada, lo que me parece peligroso siempre, especialmente en estos momentos. La desconfianza y hasta el miedo crece aceleradamente porque ha coincidido con el peor momento de salud que hayamos vivido en años, con uno de los peores momentos de la economía y con el peor momento de la seguridad en México.

Afortunadamente, la sociedad mexicana no se ha quedado inmóvil.

Abogada

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