Hoy, 10 de enero de 2022, Daniel Ortega y Rosario Murillo toman protesta para un “nuevo” mandato de cinco años en el cargo de presidente y vicepresidente de Nicaragua. Ésta es la segunda etapa de gobierno de Ortega, que comenzó el 10 de enero de 2007. Es importante recordar que ya desde 1979 hasta 1990 estuvo al mando Daniel Ortega y que, en 1990, perdió las elecciones frente a Violeta Barrios de Chamorro. Y, después de varios intentos fallidos para llegar a la presidencia, finalmente ganó las elecciones del 2006.
La toma de posesión de hoy es el resultado de una elección celebrada el 7 de noviembre de 2021, que fue calificada como una farsa por parte de la Organización de Estados Americanos y por la comunidad internacional, incluyendo la Unión Europea y México, cobardemente, se abstuvo. Una farsa no sólo por cómo se llevó a cabo la validación y el conteo de los votos, sino por el proceso mismo, además de que a las urnas únicamente acudió el 20% del electorado.
En efecto, el proceso electoral que dio lugar a la elección del 7 de noviembre estuvo plagado de violaciones elementales a los derechos humanos y a la democracia. En junio de 2021 iniciaron la detención de candidatos a la presidencia de la república, de exdirigentes de grupos empresariales y hasta de integrantes del propio Movimiento Revolucionario Sandinista.
El 3 de junio Cristiana Chamorro, candidata a la presidencia, fue detenida. Ella es hija de Pedro Joaquín Chamorro, aquel periodista y luchador a favor de la libertad de prensa que fue asesinado, un 10 de enero, bajo la dictadura de Somoza, e hija también de Violeta Barrios viuda de Chamorro, quien le ganó la presidencia de Nicaragua a Daniel Ortega en 1990.
El 5 de junio fue detenido Arturo Cruz, conocido historiador quien alguna vez fue embajador de Nicaragua en Estados Unidos y que, unos días antes, había anunciado su candidatura a la presidencial.
El 8 de junio fue detenido el candidato Félix Madariaga, miembro destacado de la sociedad civil organizada y director de un importante instituto de estudios de políticas públicas.
El mismo 8 de junio, detuvieron a Juan Sebastián Chamorro, quien participó en los diálogos tras la represión a los jóvenes en abril de 2018 y dirigía la organización opositora Alianza Cívica a la que iba a encabezar como candidato a la presidencia.
El 20 de junio fue detenido Miguel Mora, cuyo medio de comunicación fue confiscado en la represión de abril de 2018 y declaró sus intenciones de ser candidato a la presidencia aún cuando el tribunal electoral, por órdenes de Ortega, le anuló su partido político.
El 5 de julio fue encarcelado el líder campesino y candidato a la presidencia, Medardo Mareina.
El 24 de julio, el abogado Noel Vidaurre fue detenido después de haber anunciado su posible participación como candidato a la presidencia.
A estas detenciones se agregan muchas más. Por ejemplo, aquellas que fueron resultado de una “purga” en su propia organización (MRS), como las de los miembros del Movimiento Revolucionario Sandinista, o como el caso del General Víctor Hugo Tinoco que, en alguna ocasión, hasta salvó la vida del propio Ortega.
En una Nicaragua sumida en la mentira, la persecución y la violencia se llevaron a cabo las elecciones del 7 de noviembre en las que supuestamente “ganó” Daniel Ortega, pero en la noche del 6 de noviembre detuvieron a más de nueve líderes de la oposición. La elección fue una farsa. Sin embargo, por increíble que parezca, hay gobiernos que han intentado legitimar estas acciones: México se abstuvo en la OEA y además asistirá a la toma de posesión que culmina uno de los procesos electorales más antidemocráticos de este siglo, quizás porque el gobierno de Morena, encarnado en la sola persona de López Obrador, ve en Nicaragua y en Daniel Ortega un modelo “aspiracional”.
A Nicaragua se le ha abandonado con la falta de información, con la falta de seguimiento, con la indiferencia pero, sobre todo, con la cobardía del gobierno de México y con ese silencio que en realidad esconde el miedo que tenemos de que eso pase en México. De nada nos servirá el silencio, el silencio es el recurso de los cobardes. El silencio pasa de ser el escudo del débil para convertirse en el arma del cómplice. Con el silencio no ayudamos a nuestros hermanos nicaragüenses y mucho menos nos servirá para reconocer un futuro que puede ser inminente para nosotros mismos. No nos quedemos mudos ante las expresiones de mentira y de represión que vienen desde el poder en México.
A Nicaragua la he visto, sobre todo, sufrir. Vaya mi solidaridad con el pueblo de Nicaragua, acompañada de la disculpa por lo que hemos dejado pasar sin denunciar.
Diputada federal