“No maltratarás, ni oprimirás al extranjero,

pues extranjeros fueron ustedes en el país de Egipto”

Éxodo 22, 20

México vive una crisis humanitaria debida a la realidad migrante que ha tocado a nuestras puertas desde hace meses, quizás años. Ya de por sí hemos resentido la falta de una política migratoria integral, pero esta crisis se ha recrudecido porque de telón de fondo tenemos las siguientes circunstancias:

1. La existencia de un “acuerdo” en el que México se obliga a retener 30 mil migrantes al mes.

2. El decreto del presidente Joe Biden, en el que anuncia el fin de la pandemia y que, en consecuencia, da por terminada la aplicación del título 42 (legislación que restringía el trámite de solicitudes de asilo y entrada de migrantes a los Estados Unidos por motivos de salud pública) como parte de las medidas para enfrentar el COVID y evitar los contagios. El decreto fue implementado por Trump y ha expirado con la declaratoria final de la pandemia.

3. Por lo anterior, la frontera regresa a condiciones “normales” y vuelve a estar en vigor el título 8 del US Code “Aliens and Nationality” aplicable en los casos de solicitud de asilo como parte de las medidas migratorias. Esto recrudece las medidas porque aplica la expulsión inmediata y la razón o motivo de ésta vuelve a ser la de seguridad y ya no la de perspectiva de salud. Ejemplo de lo anterior es que un inmigrante que enfrenta una deportación puede estar expuesto a un castigo hasta de 5 años y si reingresa al país ilegalmente enfrentará cargos criminales.

Mientras en Estados Unidos se anunciaba el fin de la pandemia y el “regreso” de las medidas migratorias bajo las perspectivas de seguridad nacional; el gobierno federal mexicano anunció el cierre de más de 30 estancias provisionales en las que se llegaban a otorgar permisos de tránsito hasta por 45 días. Además, a la jefa de Gobierno de la Ciudad de México decidió clausurar, sin previo aviso, el albergue que había en Tláhuac y se le ocurrió redistribuir, en un día y sin plan alguno, a más de tres mil migrantes. Lo que pasó fue que familias completas fueron subidas a camiones para enviarlas a destinos que ni siquiera conocían. De un día para otro unos amanecieron en Acapulco, otros en San Luis Potosí y otros en albergues de la Ciudad de México instalados desde hace tiempo por congregaciones religiosas como las de los Scalabrinianos y las Josefinas, todo lo cual ha generado una sobrepoblación en estos últimos.

He tenido la oportunidad de conocer algunos de estos albergues que nos exigen un mínimo de solidaridad con quienes se encargan de estos miles de migrantes y que lo hacen con verdadero amor (esa es la palabra). Todos deberíamos de ser capaces de reconocernos en esos rostros que nos reclaman una mirada y una ayuda. Todos deberíamos de ayudar a estas personas que llevan su vocación de servicio hasta el extremo de entregarse a rescatar la dignidad humana en estas casas migrantes y que nos recuerdan que fuimos creados para el bien.

Por lo anterior, propongo que nos solidaricemos apoyando a los albergues a través de donaciones y de tiempo voluntario. La Arquidiócesis de la Ciudad de México ha publicado la lista de cosas e insumos que se necesitan, así como un registro de voluntarios.

También pido a las autoridades, particularmente a las de la Ciudad de México y al Instituto Nacional de Migración, que asuman su responsabilidad y que al menos ayuden a conseguir un sitio para que los albergues no estén sobrepoblados con los riesgos humanitarios que eso significa. Las autoridades han abandonado a quienes prestan el servicio de atención a miles de migrantes a través de los albergues. Y, sobre todo: las autoridades han abandonado a miles de hombres, mujeres, niños y niñas que buscan una vida digna en un país extranjero, justo como lo han hecho nuestros connacionales en Estados Unidos a lo largo de años; literalmente los han desamparado.

México también será juzgado por el trato que damos a los migrantes.

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