Lo que ha sucedido con la Ley de la Industria Eléctrica es parte del itinerario que demuestra que el neopopulismo quiere instalarse en nuestro país. La iniciativa de reforma a esta ley se presentó bajo la figura de “iniciativa preferente”. Cabe señalar que esta modalidad se previó en la Constitución frente al hecho de tener un Congreso tan fuerte que congelaba las iniciativas que presentaba el Presidente de la República.
Bajo esta figura, el actual Presidente de México presentó su iniciativa y advirtió que el Congreso de la Unión no le debería cambiar ni una coma. Sí, ni una coma. Y lo terrible es que precisamente así fue: el Poder Legislativo, en un acto de humillación colectiva, no le quitó “ni una coma” a la iniciativa y tal cual fue presentada, se aprobó.
El omnipotente Poder Ejecutivo publicó la ley, pero no fue cualquier publicación, sino que la acompañó con una advertencia intimidatoria a las y los posibles abogados que pretendieran defender al gobernado frente al poder. En una de las mañaneras dijo claramente: “Ojalá y vayan internalizando que eso es traición a la patria…” Esa sola expresión es un atentado a la Libertad y al Derecho.
Afortunadamente, un grupo de valientes abogados (y gobernados) promovieron un recurso de amparo y lograron la suspensión del acto por parte del Juez de Distrito Juan Pablo Gómez Fierro. Así, en un desplante más de poder autoritario, el Ejecutivo dijo que iba a acudir a la Suprema Corte para que el Consejo de la Judicatura revisara “el proceder” de dicho juez.
La actuación del juez nos recuerda un cuento o una leyenda cuya narración tiene varias versiones y que, en general, se utiliza para explicar el control del Poder Judicial frente a los actos del poderoso:
Cuentan que, a mediados del siglo XVIII, el emperador prusiano, Federico el Grande, tenía un palacio para descansar en Potsdam, un lugar no muy distante de Berlín. El soberano disfrutaba de la tranquilidad y la naturaleza alejado del ajetreo y bullicio de la ciudad. Sin embargo, un constante ruido perturbaba su descanso. Cuando el rey se enteró de que el molesto ruido venía de un molino de trigo situado a unos kilómetros de su palacio, mandó llamar a su propietario y le ofreció una buena suma a cambio de la máquina que después iba a destruir. El molinero le dijo que el molino de viento no estaba en venta. El rey insistió, ofreciéndole una suma de dinero mucho mayor, y el molinero contestó lo mismo subrayando la importancia del molino para su vida. Un tanto desesperado, el rey le dijo que, si no accedía a vendérselo por las buenas, él tenía el suficiente poder para quitárselo, a lo que el molinero contestó tranquilamente: “¡Aún hay jueces en Berlín!” La certeza y confianza en la justicia que tuvo el molinero hicieron desistir al rey de su capricho.
Toda democracia debe mantener vivos los recursos que le permitan a cualquier gobernado, a cualquier ciudadano, protegerse ante actos de autoridad que puedan ser violatorios de sus garantías individuales, incluida la promulgación de una ley que pueda ir en contra de la propia Constitución. Con mayor razón en México, país que vio nacer el juicio de amparo y en cuyo territorio nació Mariano Otero.
“Aún hay juces en Berlín”. Esta frase quedó para siempre grabada en la mente de alemanes y extranjeros y hoy se hace presente en México a través de abogados, personas y jueces que se enfrentan ante un poderoso jefe del Ejecutivo.