Uno de los afectos más hermosos que la vida nos brinda es el amor de nuestros Padres. Un privilegio contar con el de ambos, pues son los seres humanos a quienes debemos la gran experiencia de transitar por este mundo.
En México, el domingo pasado festejamos el día del padre. No en todos los países del mundo se coincide con la fecha de esta celebración. En muchas naciones que comparten la tradición católica europea lo conmemoran el 19 de marzo, día de San José, el padre de Jesús. En Rusia, se celebra el 23 de febrero, junto con el festejo de los Defensores de la Patria. En algunos países árabes, el 21 de junio, primer día de verano. Francia, Inglaterra y los países iberoamericanos, como México, el tercer domingo de junio, siguiendo la tradición de Estados Unidos.
En 1924, el Presidente Calvin Coolidge, trigésimo Presidente de EU emitió la primera declaración oficial para establecer el Día Nacional del Padre, pero fue en 1966 cuando el Presidente Lyndon Johnson determinó como fecha de celebración el tercer domingo de junio. Decisión que México ha seguido.
El origen de esta festividad surgió en 1910, en Estados Unidos, cuando Sonora Smart Dodd se encontraba en una iglesia y al escuchar el sermón alusivo al Día de la Madre, pensó que era muy justo rendir homenaje a su padre, Henry Jackson Smart, un veterano de la guerra civil, del Estado de Washington que, con motivo del fallecimiento de su madre, la había criado a ella y a sus 5 hermanos. Por tanto, le pareció correcto proponer para celebrar el Día del Padre, el 5 de junio, fecha del cumpleaños de su progenitor.
Creo que se trata de una historia encomiable, en la que un padre se involucró de manera directa en la crianza, educación y desarrollo de sus hijos. Actitudes que no sólo dignifican al padre, sino que le permiten disfrutar de los hermosos momentos que propicia el acompañamiento de cada una de las etapas de la vida de los hijos.
Involucramiento que debe entenderse y realizarse de manera natural, aun con la presencia de la Madre.
En efecto, que el Padre comparta los roles que, según nuestra herencia cultural, se habían entendido exclusivas para la Madre, es romper las barreras que, a su vez, erróneamente han impuesto a los varones las fuertes cargas de masculinidad. Las cuales, incluso les han impedido, no solamente gozar de una mayor participación familiar, en el desenvolvimiento de sus hijos, sino que, esto ha traído aparejada la pérdida de algunos derechos para los varones.
La Suprema Corte ha reivindicado varios de estos derechos, al resolver, por ejemplo: que los hijos de los padres trabajadores tienen derecho a ingresar, sin restricción alguna, a una guardería del IMSS, en igualdad de circunstancias que las madres trabajadoras, pues se trata de una prestación laboral que se debe otorgar por igual a padres trabajadores o a madres trabajadoras; Los cónyuges varones o concubinarios tiene derecho a la pensión de viudez, sin necesidad de comprobar dependencia económica de la mujer trabajadora o alguna discapacidad, como lo determina tanto la Ley del ISSSTE como la Ley del IMSS, todas vez que, tales condicionamientos se consideran discriminación laboral; hoy se otorgan en el Poder Judicial Federal licencias de Paternidad, pues se considera que el cuidado, crianza, educación y desarrollo de los hijos es responsabilidad tanto del padre como de la madre.
Lo más importante a comprender es que la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres evita discriminaciones, rompe estereotipos, derrumba barreras y beneficia a la sociedad en su conjunto. Al propio tiempo, nos convierte en un país más igualitario, más progresista, más justo.
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