En una visita reciente a Oaxaca, Xóchitl Gálvez dijo que le mandaba al presidente López Obrador “una declaración de amor”, frente a la catarata de críticas y acusaciones que se le lanzaron desde las mañaneras en las últimas semanas. “Tenemos la misma coincidencia, señor presidente”, señaló Gálvez: “Sólo que tenemos distinto método… nos une lo mismo, el amor por México y por los que menos tienen.”
Podría parecer una declaración demagógica más. Sin embargo, me parece que la declaración de amor de Xóchitl indica una cercanía ideológica real entre ambos personajes. Sabemos que en el pasado reciente Morena buscó el apoyo de Gálvez, y los juegos artificiales asociados a la negativa presidencial para recibirla en Palacio (el cartel con Xóchitl y la consigna “No le saque” en la puerta de Palacio), desató el movimiento en ascenso en favor de la candidatura presidencial de la hidalguense. Es decir, la declaración de guerra de la presidencia, la destapó.
Dada la extraordinaria habilidad política de la que ha hecho gala López Obrador, es de suponer que el presidente decidió que ella era una candidata útil para representar a la oposición en su contra: nada menos que una aliada ideológica. Parece contradictorio el que desde la mañanera le dedicara AMLO tanto tiempo a descalificar su origen humilde como una virtud, presentara datos fiscales en el filo de la ilegalidad sobre las empresas de ingeniería para edificios inteligentes que encabeza Xóchitl y su familia, y que los moneros y articulistas adictos a la 4T salieran a apoyar acríticamente los dichos presidenciales como es su costumbre. Tales ataques, sin embargo, encumbraron aún más a la senadora en las encuestas.
En el clímax de sus declaraciones, López Obrador habló de la residencia de Xóchitl en Polanco y los contratos de algunas dependencias públicas con sus empresas. Insistió en el hecho conocido de los privilegios que gozan muchos políticos y sus familias por favores desde el gobierno; no obstante, es fácil encontrar coincidencias en las trayectorias políticas y sociales de ambos: Xóchitl y Don Andrés. Ambos vinieron de la periferia al centro (Xóchitl de más abajo), ambos fueron “aspiracionistas” (¿hay algo más aspiracionista que alcanzar la presidencia?) y entraron a la UNAM, Xóchitl logró un éxito notable en la aplicación de sus estudios de ingeniería y entró a la política sin atravesar por los partidos, y lo hizo desde el gabinete; Andrés comenzó empujando desde el PRI tabasqueño, más tarde se involucró en movimientos sociales de oposición, hasta que decidió optar por una lucha política franca en las filas del PRD de Cuauhtémoc Cárdenas. De ahí llegó a Jefe de Gobierno de la CDMX. Lo demás es historia reciente. Lo cierto es que, si Xóchitl vive en Polanco, Don Andrés duerme en Palacio Nacional. Y los hijos de ambos no tendrán problemas económicos el resto de sus días, por empresas que cuajaron en pocos años. Sus estilos de vida no se diferencian.
¿Porqué le interesa al presidente tener a Xóchitl como rival electoral a la presidencia? En primer lugar, porque Xóchitl era una candidata fuerte para ganar la Ciudad de México (donde el peso de la clase media y la población con mayor educación sobresalen); y en segundo lugar porque si alcanza la candidatura a la presidencia por la oposición, su figura fresca constituye un sólido golpe a la Alianza Opositora, que estará sin programa
propio qué defender, particularmente el PAN, que es el único partido que tiene hoy un mínimo de coherencia ideológica (conservadora). Al PAN, ya no digamos a Creel, no le gusta Xóchitl. El PRI y el PRD reniegan por definición de sí mismos, desde hace años. En realidad, los tres partidos han deslavado sus principios y sólo compiten por cuotas de poder, y de dinero, deslizándose a la tradición del partido llamado “verde”.
Así, Xóchitl, la recién llegada, no podrá establecer un programa que no se parezca al de la llamada 4T: “tenemos la misma coincidencia, señor presidente”. Todo indica que Xóchitl va a ganar la candidatura y va a perder la presidencia; así como, de paso, la CDMX. Desde luego, cabría esperar algún premio de consolación a futuro. La maquinara electoral de Morena, que ya no se diferencia de la del viejo PRI, aquél anterior a la reforma política de Reyes Heroles, el del carro completo, va a aplicar todas sus técnicas para arrasar en la elección presidencial. Es decir, Xóchitl parecería estar dentro del peligrosísimo Plan C del presidente, que concedería al Ejecutivo la capacidad de cambiar la Constitución a su antojo. Esperemos que tal plan no se consume.