Hace algunos años, en ocasión de una primera visita a la hermosa ciudad de Praga, se me ocurrió llamar “turmita” al creciente y chocante fenómeno del turismo masivo , que impide disfrutar a la mayoría (turistas o nativos), de los espacios públicos, obras de arte, parques, jardines o restaurantes. En vez de disfrutar estos atractivos, se topaba uno con colas interminables, y una prisa inexorable por desalojar el limitado espacio que uno ocupa. Este es el pan de cada día de los veranos europeos. La “turmita” combina la palabra turismo con la de termita, una de las plagas más comunes que surgen en las ciudades, de la nada, se agrupan, crecen sin parar y desaparecen de repente cuando menos se espera.

La expansión de la “turmita” en el “centro” desarrollado ha creado, como una carambola involuntaria, oportunidades en la “periferia”: en espacios “exóticos” o vecinos de ruinas ancestrales. De allí la poderosa expansión de los cruceros al Caribe, el Báltico, Alaska o la Patagonia. Playas ayer vírgenes terminan saturadas de hoteles y servicios turísticos “modernos”, con apenas una fracción asociada al ecoturismo, como el paradigmático caso de Cancún , ya conquistado por la “turmita”, o el emergente mercado de Asia. Dentro de la Rivera Maya, Tulum y Bacalar representan cimas por conquistar. Cancún recibió en 2017 a unos 11.7 millones de pasajeros de vuelos internacionales. Acaso unos 10 se alojaron en diferentes destinos de Mérida y la Rivera Maya, casi una cuarta parte de los 39 millones de turistas ingresados a México en dicho año. Semejante cifra nos colocó como el sexto país del mundo por el porcentaje de su PIB turístico dentro del PIB total (8.7 %), muy cercano al de Francia (8.9%) y aún distante del de España (12%). Portugal (16%), con su entrañable Lisboa, Sintra y el Algarve, del lado del Mediterráneo, dispone también ahora de la Costa de Alentejo. La pequeña Melidas, por ejemplo, exhibe la emergencia de la gran demanda europea. Se trataba de un destino costero con una población taciturna de pescadores y agricultores… hasta que su belleza natural dejó de ser un secreto y ahora cuenta, según el New York Times, “con una hilera de boutiques recién abiertas que venden bikinis y vestidos de diseñador”. Muchos de sus visitantes son artistas, banqueros, actores o estrellas del deporte. Una condesa declaró: “He viajado toda mi vida y no había visto un lugar tan prístino como este en Europa.” Tal vez pronto, Condesa, dejará de serlo.

Con la victoria del mentado neoliberalismo (un capitalismo casi sin contrapesos), y su secuela de desigualdad extrema en los años noventa, se podría pensar que la marea alta del turismo de masas se frenaría, pero no fue así. Los motivos incluyen el crecimiento demográfico, la ampliación de tiempo libre de jóvenes y estratos medios, el abaratamiento del transporte aéreo, así como la segmentación creciente del turismo, que dio origen a su heterogeneidad actual. Existe hoy un turismo elitista del “high end” en cada destino, mientras que, al mismo tiempo, la revolución del Airbnb y la financiación multianual de vuelos, autos rentados y hoteles, han mantenido los flujos de visitantes para una oferta creciente de países alrededor del globo. Paralelamente, el enriquecimiento de China y su enorme base demográfica ha comenzado a desplazar a los nacionales de los países más ricos. Intentar ver hoy a la Mona Lisa en el Louvre por más de dos minutos es una proeza que sólo puede realizarse en medio de camaradas asiáticos.

Consideremos ahora el caso de Tulum . El atractivo fundamental de Tulum en sus orígenes, antes de transformarse en un destino turístico internacional, fueron sus ruinas. El famoso “Castillo”, que domina desde lo alto la magnífica bahía de azul turquesa resguardada por una barrera de corales. A mediados del siglo XIX, los visitantes eran arqueólogos y antropólogos intrépidos, hoy lo son decenas de miles de turistas. Ayer, los alrededores de las ruinas contaban con unas cuántas aldeas mayas. En 2015, en cambio, Tulum tenía ya unos 33 mil habitantes. El crecimiento ha sido extremadamente rápido. Si tomamos las visitas a las ruinas de Tulum como un indicador, sabemos que hubo unos 240 mil visitantes extranjeros sólo en el mes de diciembre de 2018. Si se acumula el flujo anual, este debe alcanzar el millón de visitas. Sólo Chichen Itzá supera esta cifra. ¿Y dónde se hospedaron esos turistas?

El flamante nuevo Presidente Municipal de Tulum, Víctor Mas Teh, lo sabe. De origen maya y cabeza de la coalición PAN-PRD, ganó la elección el año pasado a contracorriente de la federal. Don Víctor asistió hace unos meses a una convención turística en Madrid en la que se acreditó a Tulum como el destino con mayor proyección de América Latina. El número de cuartos disponibles creció 15% en un año y suman ya ¡más de 10 mil! Entre lo más interesante del proceso se encuentra el hecho de que las opciones de alojamiento han llegado a sofisticaciones inimaginables. En una búsqueda por internet de los 10 mejores alojamientos se encuentra el Tulum Beach and Spa Resort o a La Zebra and Colibrí Boutique Hotel, cuyos precios por noche fluctúan entre 5 y 12 mil pesos. Sin embargo, la joya de la Corona no está allí. La Joya está en el Hotel Azulik . A este hotel lo distingue una arquitectura alucinante que procura semejar nidos de pájaros sobre los árboles. Los “nidos” están construidos con troncos y enjambres de palos de madera de distintos grosores. Las habitaciones y villas tienen camas semiredondas, bañeras de mosaicos de colores con diseños mayas y mobiliario construido a partir de maderas finas con formas únicas. Los “nidos” cuentan con vistas a la selva, hacia el oeste, y hacia el azul del Caribe, por donde sale el sol. En el listado de Booking.com, la habitación más barata del Azulik cuesta 16,650 pesos la noche, pero eso no es nada, pues la “Villa Moon”, con 100 metros cuadrados de superficie, cuesta 82 mil, y la “Villa Agua”, con sus 150 metros cuadrados construidos, 102 mil pesos por pernoctar. Sí, ciento-dos-mil-pesos, el equivalente al pago de un salario mínimo diario a un trabajador por tres años, esto es, más de mil y una noches (sin Aladino ni Sherezada). ¿Cuánto del margen de utilidad se destinará a impuestos?

Azulik se encuentra en una zona que cuenta ya con cientos de desarrollos, restaurantes y boutiques que uno puede confundir con los de la calle de Masaryk, en la Ciudad de México. Se pueden recorrer unos 10 kilómetros de una avenida de doble sentido, algo estrecha, con una empalizada q impide ver el mar. Playa y mar se vuelven, anticonstitucionalmente, patrimonio exclusivo de los huéspedes y paradójicamente, sobre todo en verano, del zargazo. Por la avenida sólo se advierten los depurados diseños de los hoteles boutique, restaurantes gourmet, artesanías únicas y paseantes extranjeros prácticamente en su totalidad. Los trabajadores de la mayoría de los servicios, sin embargo, son mexicanos: recamareras, meseros, baristas, vendedores, taxista, franeleros. Ellos viven a una media hora de allí. En el pueblo de Tulum .

Tulum pueblo es muy distinto a Tulum playa. Dos territorios sólo aparentemente ajenos. En realidad les une un lazo de dependencia recíproca, un lazo de dominación. El trabajo de un lado –Tulum pueblo-, el descanso y el disfrute del otro –Tulum playa, destino turístico trasnacional. El primero trabaja por un salario, el otro paga por él. No hay espacio para describir las notables diferencias entre el barrio de la empalizada y la pequeña ciudad vecina, con su Palacio Municipal -un edificio macizo, sin pretensiones, pero digno-, adornado en septiembre con luces tricolores, una plaza polvorienta y una cancha de basquetbol contigua, techada y amplia, donde compiten escuadras escolares. A un lado, con el calor ardiente y lejos del mar, un quiosco, bancas, raspados, tostadas, algunas parejas, familias con niños sudorosos y perros, que consumen las migajas del crecimiento local reciente. ¿Cómo explicar este abismo? Baste decir que esta forma polarizada es la manera como se presenta el crecimiento económico en un país con un estado débil, subdesarrollado, a merced del capital trasnacional. No debería sorprendernos. ¿Crecimiento? Sí. ¿Desarrollo? Muy poco, y, sobre todo, muy frágil (considérese el sargazo, la inseguridad, o la competencia de otros destinos). En Tulum, al crecimiento lo acompaña la desigualdad. Una desigualdad atroz y un riesgo ecológico.

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