La retórica ultraderechista de Trump respecto del sistema electoral ha tenido eco en distintas partes del mundo, como con el triunfo reciente de Javier Milei en Argentina, otra estrella del espectáculo que se graduó de economista y llegó vociferando contra la izquierda a la Casa Rosada en diciembre del año pasado, reclamando la reducción drástica del Estado y la miseria salarial. Para Trump, la negación reiterada a los resultados electorales del 2020 y su rechazo al sistema electoral entero desde 2021, se presenta hoy como un preámbulo necesario para su defensa política frente a las múltiples acusaciones del sistema judicial que enfrenta desde hace más de un año, como señalamos antes.
En febrero de 2024, Trump perdió un juicio civil por fraude, en el que fue acusado de tergiversar el monto de su fortuna (hizo valuaciones fraudulentas de su imperio inmobiliario en contra bancos y el fisco), donde un juez le impuso una multa por cerca de 335 millones de dólares. Un año antes, en 2023, otro jurado encontró a Trump culpable de abuso sexual en contra de E. Jean Carroll. El juez definió dicho abuso como violación, mismo al que añadió el cargo de difamación, por lo que le ordenó pagar una multa de 5 millones de dólares (una bicoca para sus estándares). Un juicio más respecto de esta misma víctima, también en el presente año, le volvió a encontrar culpable y le impuso una multa mucho más alta, otros 83 millones de dólares, por daños morales y de reputación a la Sra. Carroll. ¿Cómo se puede pagar ese tipo de multas y continuar la vida como si se tratara de una pequeña multa de tránsito?
Pero eso no es todo, apenas en mayo anterior, otro jurado, radicado en Manhattan, Nueva York, ha dado el veredicto más serio en contra de Trump, pues le encontró culpable de 34 delitos y violaciones a las leyes de la campaña electoral, que incluyeron contribuciones secretas, días antes de las elecciones de noviembre del 2016, para esconder un encuentro sexual con una artista porno que trabajaba bajo el pseudónimo de Stormy Daniels. Un modelo de altura moral. Nadie podrá saber si dicha acción influyó decisivamente en su milimétrica victoria del 2016 contra la candidata demócrata Hilary Clinton. La condena por estas últimas violaciones a la ley supone años de prisión. Por supuesto, Trump dará una batalla legal, mediática y millonaria (se ha anunciado que recibió ya 300 millones de dólares por donaciones para su defensa), a fin de impedir su estancia tras las rejas antes de las elecciones de noviembre. Para ello deberá sumar a su condena del sistema electoral, el de los procesos judiciales recientes. Al finalizar la sesión que lo declaró culpable, Trump respondió que él era “un hombre completamente inocente” y que el juicio estaba arreglado en contra suya.
Las instituciones responsables de la organización de las elecciones y de procesar la impartición de justicia, los tribunales, constituyen parte esencial del estado de derecho vigente. Su negación empata con la crítica de perfil fascista al estado liberal. En esa misma dirección, un artículo de marzo de la revista Rolling Stone se titula: “Baño de sangre, alimañas y el Reich unido: Una guía a la retórica fascista de Trump“. El artículo recoge algunas de sus tesis principales. Nos concentraremos en su visión sobre los extranjeros, a quienes se les atribuye la causa de todos los males internos de la nación. Primero son los inmigrantes, pero después pueden ser las naciones enemigas. Enemigas en el comercio, la ideología o la religión. Dichas naciones se pueden transformar eventualmente en blancos militares. Nada unifica más a un líder con su pueblo que la guerra, por irracional que esto parezca.
Así, para Trump, los inmigrantes constituyen uno de los principales blancos de sus ataques, al colocarlos como una razón primordial de la caída de los ingresos de “los verdaderos estadounidenses”. En un mitin del año 2023 en New Hampshire, Trump dijo a la multitud blanca sobre los inmigrantes ilegales: “Ellos son, me parece, unos 15 o 16 millones en nuestro país. Entonces, nosotros tenemos mucho trabajo qué hacer. Ellos están envenenando la sangre de nuestro país. Eso es lo que han hecho. Envenenan las instituciones de salud mental y las prisiones por todo el mundo, de donde vienen, no sólo en Sudamérica, no sólo en los tres o cuatro países en los que pensamos, sino en todo el mundo. Vienen a nuestro país desde África, desde Asia, de todas partes del mundo.” Más adelante en su arenga, como conclusión, se comprometió a deportar a esos 15 a 20 millones de ilegales. En otro mitin, esta vez en Michigan, señaló lo siguiente: “los demócratas dicen, por favor no los llamen animales … ellos son humanos. Yo digo no, ellos no son humanos, son animales…yo utilizaré la palabra animales porque eso es lo que son.” Da escalofríos pensar que se reciban aplausos por estas palabras.
En diciembre del 2022 Trump amenazó con derogar la Constitución. Nada menos. En agosto de 2023 intimidó con encarcelar a sus enemigos políticos. ¿tal vez con su nueva Constitución? En noviembre del mismo año amagó con “exterminar de raíz a comunistas, marxistas, fascistas, y rufianes de la izquierda radical que viven como alimañas dentro de los confines de nuestro país… las amenazas de otras fuerzas del exterior son menos siniestras, peligrosas y graves que las amenazas desde dentro.” Estas palabras son muy semejantes a otras citadas en la primera parte de este artículo. Trump es pues un racista, es un hombre tenaz y poderoso, hasta cierto punto predecible, irascible, profundamente narcisista y egocéntrico que se percibe por encima de la ley. Su mundo empieza y termina consigo mismo, pero sorprendentemente ello le ha vuelto popular. Algunas de estas características deben repetirse entre una amplia masa de sectores de clase media y baja relativamente empobrecidas que le secundan, y constituyen una base social para la ultraderecha, que predomina abrumadoramente en los llamados estados “rojos” (republicanos), en agudo contraste con los estados “azules”, o demócratas.
Esta polarización tiene orígenes históricos, que se remontan a la Guerra Civil, cuyo núcleo estaba en la supervivencia o derrota de la esclavitud como sistema social y económico (e implícitamente racial) en el siglo XIX. El Noreste industrial venció en la guerra al Sureste agrícola, mas la reconciliación hacia una nación unificada sólo se concretó parcialmente. Lo más cercano a ello fueron los años que van de la presidencia de Franklin D. Roosevelt hasta Donald Regan, cuando la prosperidad de la segunda posguerra llegó a su fin y sobrevino el ascenso del llamado neoliberalismo. Michael Podhorzer ha realizado un análisis detallado de la división profunda entre los llamados estados rojos y los azules, divididos casi por mitades en términos de población. Podhorzer contabiliza 25 estados rojos y 17 azules, consistentemente dirigidos por gobernadores y cámaras de un mismo partido, con 8 estados intermedios, donde ha habido una oscilación entre gobiernos demócratas y republicanos. La mayor riqueza producida e ingresos corresponde a los estados y ciudades azules, donde la modernización económica ha avanzado más, y con una población ligeramente mayoritaria en los estados rojos, con ingresos promedio más bajos. Los valores sociales más liberales (a favor del aborto, por ejemplo) y un menor peso del fundamentalismo religioso corresponden a los estados azules, contrario a los estados rojos (más conservadores y fundamentalistas). El “empate electoral técnico” de estos dos grupos de estados ha hecho que las elecciones presidenciales sean tan cerradas como una carrera de autos, con diferencias de segundos. Parecería que se tratase de dos naciones en un mismo territorio.
Por lo pronto, es claro que, en vez de que el Partido Republicano le dicte un código de conducta de respeto institucional a Trump, es él quien tiene al partido en el bolsillo, enganchado con todo y sedal y caña. Su popularidad dentro de la “nación roja” es incuestionable y el voto asociado a la afinidad con el líder, al que se le atribuyen poderes casi mágicos, proporcionales a su demagogia, seguro. Trump tiene al partido republicano en un puño. El ascenso de la ultraderecha dentro y fuera de los Estados Unidos (apenas las votaciones del parlamento europeo constituyen un nuevo indicador), es una sombra temible. ¿Se tratará de un liderazgo fascista? Si parece queso, huele a queso y sabe a queso, ¿qué será?… ¿Usted qué piensa?