Donald John Trump nació en Nueva York, el 14 de junio de 1946, hijo de Fred Trump, un desarrollador inmobiliario de dicha ciudad, y Mary Anne MacLeod Trump, su esposa.  Fred Trump era hijo de un inmigrante alemán, Friedrich Trump, quien hizo su fortuna inicial con un restaurante y casa de citas para trabajadores mineros durante la fiebre del oro, en Klondike. Friedrich alcanzó suficiente éxito económico como para que Fred saltara al negocio inmobiliario, que a su vez heredaría a su hijo Donald.

Fred Trump llegó a hacerse multimillonario por el crecimiento exponencial de Nueva York en el siglo XX, si bien fue acusado frecuentemente de incurrir en prácticas fraudulentas. En dos ocasiones fue investigado por sospechas de especulación ilegal. Sea como fuere, Fred hizo una fortuna de más de mil millones de dólares, mismos que heredaron sus cinco hijos.  El hermano mayor, llamado Fred como el padre, falleció víctima del alcohol, cuando contaba apenas 42 años de edad; sus dos hermanas mayores (Maryanne, ya fallecida, y Elizabeth) tuvieron carreras exitosas independientes y un hermano menor, Robert, murió durante la presidencia de Donald.

La familia de Donald creció, pues, rodeada de mucha riqueza. Donald escapó de realizar su servicio militar con un subterfugio legal (según su abogado), lo que ha llegado a sugerir un patrón de vida: la compra de la ley a su favor.  Donald terminó la licenciatura en Economía de la Universidad de Pennsylvania en 1968, e inmediatamente se sumó a la administración de la empresa de su padre, de la cual se volvió el presidente del consejo de administración apenas tres años después, en 1971, cuando tenía apenas 26 años. Si bien Trump acostumbra presentarse como un hombre de negocios que alcanzó el éxito por su propio esfuerzo, en realidad se sabe que heredó al menos 413 millones de dólares provenientes del imperio en bienes raíces de su padre. Dicho imperio se fundó en parte en la evasión de impuestos durante la década de los años noventa (NYT, 2 octubre, 2018). A lo largo de un par de décadas Trump continuó, con alzas y bajas, el negocio cíclico del imperio de bienes raíces, para luego incursionar en el área que le convertiría en una figura pública de la televisión con un gran éxito: un programa de selección de líderes de negocio con el título de “El Aprendiz”, entre 2004 y 2015. Además de transformarlo en una especie de leyenda del espectáculo, como un individuo seguro de sí mismo e implacable en los negocios, el show le proporcionó el dinero suficiente para catapultarlo a la política (en los Estados Unidos se cumple estrictamente la máxima de Carlos Hank González de que “un político pobre es un pobre político”), su máscara de hombre de negocios sagaz e implacable terminaría por elevarlo a la presidencia  como candidato del Partido Republicano en 2016, a los 70 años de edad. Ya entonces no era un hombre joven. Hoy tiene 7 años más. Fue Trump, da la impresión, quien utilizó al Partido Republicano para alcanzar la presidencia (con el beneplácito de las grandes compañías que buscan reducir sus impuestos) y no al revés. Su victoria sobre Hilary Clinton se produjo “por una nariz.” De hecho, Trump perdió en el conteo del voto popular total por unos tres millones de votos (casi 66 millones para Clinton y 63 para Trump), pero dado el sistema indirecto de votación por estados en los EU, Trump obtuvo una mayoría de 304 votos electorales contra 227 de Clinton. Ya como presidente, Trump no tuvo un desempeño sobresaliente, más allá de cumplir la máxima neoliberal de reducir los impuestos a los más ricos, avanzar en la infausta tarea de levantar un gran muro de protección contra la inmigración ilegal desde la frontera sur, defender una política proteccionista contra China, y violar normas internacionales, como reconocer a Jerusalén como la capital de Israel, es decir, confirmar las tendencias más conservadoras de la política social, de la economía y de las relaciones internacionales. En la pandemia, su gestión fue catastrófica en cuanto a la salud (pese a contar con el sistema de salud más caro del mundo), aunque, por instinto, permitió la asistencia económica a los desocupados, haciendo espacio a políticas keynesianas durante unos dos años. Un legado estructural que trasciende su mandato fue la nueva composición conservadora de la Corte Suprema en los EU, a la que logró incorporar a tres miembros (de un total de 9). Un caso es el de Amy Vivian Coney, de Lousiana, de 52 años, católica, con 7 hijos y miembro del Partido Republicano, quien sustituyó a Ruth Bader Ginsburg, notable activista en favor de los derechos de la mujer, que murió a los 87 años, y volvería a morir de saber los retrocesos en áreas como el derecho al aborto.

Muchos indicios sugieren que Trump aprovechó la presidencia para aumentar su fortuna personal, y por ello buscó la reelección. Sin embargo, el demócrata Joe Biden ganó las elecciones de 2020 en forma contundente: 81,283,501 votos a favor, contra 74,223,975 para Trump, algo más de 7 millones de diferencia. Sin embargo, con la desfachatez de un emperador romano, Trump argumentó que su triunfo le había sido robado. El 7 de noviembre de 2020, inmediatamente después de los comicios, Trump mando un tuit (que era su manera tradicional de intervenir en la política, hasta que le fue cerrada su cuenta), que decía, en mayúsculas, que él “¡había ganado la elección, por mucho margen!”, afirmación que continúa repitiendo hasta la actualidad. La cadena de noticias de ultraderecha Fox News apoyó lo dicho por Trump, hasta el extremo de perder un juicio contra la agencia de Sistemas Digitales de Votación por 787 millones de dólares. Fox había sostenido que las computadoras de Dominion habían sido intervenidas para robar la elección a favor de Biden. La compañía demandó legalmente a Fox y ganó el juicio, mostrando que las afirmaciones de Fox eran una mera invención (fake news). Pese a ello, aún hoy, después de la admisión de culpabilidad de Fox, el 70% de los republicanos cree que Donald Trump ganó la elección de noviembre de 2020. La Gran Mentira, inventada por Trump, le sirvió para deslegitimar la victoria demócrata y el proceso electoral mismo, preparando el escenario para un posible golpe de estado. ¡Y el intento se llevó a cabo! aunque más como una farsa que como una opción viable… el 6 de enero de 2021.

Aquél día, miles de seguidores de Trump, azuzados durante un mitin previo y por una promoción masiva desde redes digitales de ultraderecha, atacaron el edificio del Capitolio, donde sesiona el Congreso en la capital de los Estados Unidos, Washington DC, para intentar evitar la ratificación de la victoria electoral de Biden. De entonces a la fecha, más de tres años después, Trump ha hecho una campaña permanente para deslegitimar de raíz el sistema electoral nacional, lo que constituye una de las características históricas del fascismo. Trump abrió el camino para que otros candidatos republicanos a puestos de elección popular rechacen los resultados que no les favorezcan.

Él y sus seguidores han demonizado a sus opositores. Por ejemplo, en uno de sus mítines de campaña recientes, Trump dijo: “Nosotros vamos a echar fuera a los comunistas, marxistas, y fascistas, vamos a expulsar a la clase política enferma que odia a nuestro país. Vamos a derrotar a los medios de comunicación que inventan noticias falsas (fake news), y derrotaremos al corrupto Joe Biden. Vamos a liberar a America (EU) de estos villanos de una vez y para siempre”. La vaguedad y la ausencia del cómo son evidentes. En otro discurso, de julio de 2023, Trump sostuvo que Biden era un criminal y un corrupto. Estas acusaciones y creencias están profundamente arraigadas en el movimiento que Trump encabeza. Por ejemplo, Michelle Morrow, la candidata republicana a Superintendente de Educación Pública en Carolina del Norte, llegó a llamar “a la ejecución pública televisada del expresidente Barack Obama” (sí la ejecución de Obama), y sugirió, asimismo, años atrás, matar al entonces presidente electo Joe Biden (sí, matar a Biden). Por su parte, Trump ha acusado a Biden de traición: “La conducta de Biden en nuestra frontera es para cualquier definición práctica, una conspiración para derrocar a los Estados Unidos de América… Biden y sus cómplices quieren que el sistema estadounidense colapse, nulificando la voluntad del electorado estadounidense para establecer una nueva base de poder que les dé el control por generaciones” (se refiere a la frontera sur, por supuesto, ya que el trato con Canadá es muy distinto).

Estas acusaciones sin bases contra el sistema electoral, y la deslegitimación política de las autoridades establecidas, particularmente del sistema judicial y de la presidencia, preparan el terreno para posibles nuevos actos de violencia en el futuro. Es evidente que esta cruzada contra el estado de derecho dentro de EU tendrá repercusiones negativas para México y el resto del mundo.

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