Como analista geopolítico y orador regular en conferencias internacionales, con frecuencia me han hecho la pregunta: “¿Qué lo mantiene despierto en la noche?” Es decir, qué tipo de amenazas de seguridad internacional le preocupan más. Mi respuesta consistente y continua a lo largo de los años ha sido: las pandemias. La historia está llena de ejemplos catastróficos que van desde la Plaga Negra (peste negra), a mediados del siglo XIV, la cual mató casi a la mitad de la población europea, hasta la gripe española (1918), que se cobró 100 mil vidas a nivel global, se estima.
Recientemente retomé este punto en un discurso el 26 de febrero a un grupo de inversionistas sobre el coronavirus, también conocido como Covid-19. Mi advertencia era que no había que subestimar la capacidad del virus para causar un desastre en los mercados globales. Podía ser mucho peor de lo que se pudiera anticipar. El potencial para un daño extenso, de largo plazo, no está sólo en las cadenas de suministro globales, sino en los negocios y en la confianza del consumidor, con la posibilidad en el horizonte de ocasionar una recesión global.
Los portadores de malas noticias con frecuencia son tachados de alarmistas. Sin embargo, el factor más alarmante en las recientes semanas y meses ha sido el nivel de complacencia e indiferencia de muchos en los sectores público y privados sobre los riesgos del virus. Aunque aún hay dudas sobre si las muertes derivadas del Covid-19 se equiparan siquiera a una fracción de pandemias anteriores, en el fondo el tema es que el Covid-19 está matando a personas inocentes alrededor del mundo. Es un hecho que hay una preocupación profunda y es indispensable una acción eficaz. Al escribir este artículo la cifra de contagios a nivel global asciende a 182 mil en más de 150 países, y las muertes superan las 7 mil.
En retrospectiva, marzo de 2020, y específicamente el 11 de marzo, pueden marcar potencialmente el inicio formal de una nueva era. En primer lugar, ese día terminó el mercado alcista que había durado casi 11 años. De acuerdo con los economistas, el promedio Dow Jones está oficialmente a la baja.
Conforme se extiende el coronavirus, los mercados globales y el comercio se contraen y los viajes internacionales se restringen, se ensombrece el panorama en el futuro inmediato y, potencialmente, más allá. El pleito petrolero entre Rusia y Arabia Saudita que derivó en una caída histórica de los precios del petróleo complica más el pronóstico global.
En segundo lugar, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró al Covid-19 como una pandemia global el 11 de marzo. Por razones mayoritariamente políticas, la OMS había retrasado el anuncio. En parte, debido a intereses geopolíticos excesivamente competitivos en un mundo cada vez más fragmentado, aún no hay una respuesta internacional al Covid-19.
Por ello, la consecuencia internacional ha sido muy dura. El viejo cliché de: “Mejor tarde que nunca”, podría no aplicar a la tardada decisión de la OMS. La historia podría demostrar que una advertencia oficial temprana podría haber catalizado a las naciones y sociedades a actuar antes y salvar miles de vidas. Aunque las economías se pueden recuperar con el paso del tiempo, la pérdida de vidas humanas no.
En tercer lugar, el 11 de marzo el presidente estadounidense Donald Trump anunció formalmente la suspensión, durante 30 días, de los vuelos trasatlánticos europeos, excepto para Reino Unido, e hizo otras advertencias que requirieron aclaración. Técnicamente la suspensión es una medida temporal, aunque con posibilidad de extensión de ser necesario. La suspensión no marca una violación formal de la relación trasatlántica a pesar de años de crecientes divisiones. Sin embargo, no hay que desestimar el simbolismo considerable que implica la suspensión de vuelos.
Para muchos líderes europeos, puede reforzar la sensación, y en algunos casos la comprensión de que en un mundo cada vez más peligroso y fragmentado, Europa tendrá que arreglárselas sola. Si Europa es capaz o no, o está dispuesta a hacerlo, es objeto de debate. Esto se evidenciará particularmente una vez que la crisis ceda y se revelen las cifras definitivas.
Italia sigue estando en el frente de la lucha sangrienta de Europa contra el virus. Condiciones tan deplorables como esas no se veían desde la Segunda Guerra Mundial. Es probable que le siga el paso gran parte de Europa pero, hasta qué grado, pronto se sabrá, conforme avance esta carrera contra el tiempo.
El número de contagios y muertes en las regiones en desarrollo, incluyendo América Latina y África, es bastante bajo por el momento. Sin embargo, estas sociedades están al límite, conforme luchan para implementar las medidas preventivas necesarias. Con recursos mucho más limitados, pagarían un precio exponencialmente más alto si el virus alcanza su pleno impacto.
En Medio Oriente, mientras Irán está arriba con los contagios y muertes por Covid-19 disparados, Arabia Saudita cerró sus puertas al peregrinaje anual hajj a la mayoría de los musulmanes, en un intento por contener eficazmente el virus en el reino. A pesar del temor y la preocupación por la expansión del virus, las tensiones regionales no tendrán pausa. El asesinato de dos miembros del servicio estadounidense y un soldado británico en ataques con misiles en una base en Irak no quedó sin respuesta. El respiro temporal de hostilidades tras el asesinado de la segunda figura más poderosa en Irán a principios de enero inevitablemente ha llegado a su fin.
A pesar de compartir fronteras extensas con China, Rusia e India han logrado mantener los contagios del Covid-19 en cifras bajas por ahora, gracias a medidas duras. En China, donde se originó el coronavirus, el nivel de infecciones y decesos ha disminuido. El país asiático ha sido reconocido internacionalmente por sus medidas eficaces.
Sin embargo, a largo plazo China siempre deberá soportar la carga histórica por la expansión del Covid-19. Cuando surgieron los indicios iniciales de que un virus parecido al SARS se estaba esparciendo, en diciembre de 2019, las autoridades reaccionaron con una mezcla de negligencia total y deshonestidad. El fracaso a la hora de enfrentar la amenaza inmediatamente resultó en una catástrofe en casa y una pandemia global, cuyo resultado es aún incierto.
Lo que sí es seguro es que la vida cambiará para siempre, particularmente en las zonas más golpeadas. La innecesaria, masiva pérdida de vidas derivadas de una toma de decisiones imprudente en China inevitablemente derivará en cambios drásticos a nivel global, primordialmente en las esferas económica, política, diplomática, social y de seguridad.
Pese a los intentos para hacer un control de daños, la reputación del liderazgo del Partido Comunista chino ha quedado expuesta, en especial la del presidente Xi Jinping y su estrategia vertical de poder. Si lo anterior, eventualmente, cambiará la forma en que los chinos ven a su líder, es una pregunta abierta. Mucho dependerá del desempeño económico chino una vez que la crisis ceda. Después de todo, la legitimidad del liderazgo del Partido Comunista se basa, en gran medida, en ese factor.
Es importante nunca subestimar la determinación del liderazgo del Partido Comunista para mantener el poder a nivel nacional y ejercer su influencia en el exterior. Está dispuesto a contrarrestar cualquier amenaza existencial de cualquier modo posible con tal de mantener el orden y evitar la fragmentación nacional en casa y promover su prestigio en el extranjero, sin importar si se trata de enfrentar las protestas en Hong Kong, o de tener prisioneros a más de un millón de musulmanes en su provincia occidental de Xinjinag, o de facilitar irresponsablemente la expansión del mortal Covid-19-
Aun con los enormes avances económicos de los últimos 40 años, el sistema chino es frágil y vulnerable. Los líderes del Partido Comunista no lo admitirán, pero están perfectamente conscientes de ello, lo que refuerza su determinación de mantenerse en el poder a cualquier costo.
Fuera de China, la credibilidad de Xi y del liderazgo del Partido Comunista se ha visto inevitablemente impactada, particularmente en Occidente y, sobre todo, en Estados Unidos. Uno de los pocos —si no es que el único— asunto que une a los republicanos y a los demócratas, incluso en un año electoral divisivo como el actual, es China.
El Covid-19 fortalece políticamente a los defensores de separar económicamente a Estados Unidos de China. Un elemento clave de su razonamiento es que no sólo el virus se originó en China, sino que ahora Estados Unidos depende parcialmente del gigante asiático para obtener suministros para combatir el virus, como cubrebocas y otro tipo de equipo.
En un año de elecciones presidenciales en Estados Unidos, el Covid-19 inevitablemente se politizará para obtener la máxima ganancia en un ambiente partidista altamente polarizado. Pese a sus constantes aserciones, la Casa Blanca está luchando por estructurar una estrategia de comunicación coherente debido a los mensajes contrapuestos que vienen del presidente Trump, funcionarios de la administración y expertos médicos.
Conforme más demócratas cierran filas en torno a un solo candidato, el exvicepresidente Joe Biden, Trump podría enfrentar a una oposición demócrata más unida en las próximas elecciones presidenciales del 3 de noviembre. No se puede descartar un cambio de liderazgo en la Casa Blanca y el Senado si continúa la disonancia actual en la Oficina Oval y la pandemia del Covid-19 empeora en las próximas semanas, posiblemente meses, en ausencia de un liderazgo eficaz.
Experto geopolítico, asesor empresarial internacional y conferenciante